martes, 6 de febrero de 2024

NUNCA DEJAREMOS DE EXPLORAR....



A PROPOSITO DE LOS TEQUES

“We shall not cease from exploration
And the end of all our exploring
Will be to arrive where we started
And know the place for the first time”

Nunca dejaremos de explorar

Y el final de nuestra exploración

Será llegar al sitio donde comenzamos

Y conocerlo por primera vez”.

 

T.S.ELIOT

 

La última vez que vi a Los Teques fue cuando tenía 20 años. La vi desaparecer lentamente por el espejo retrovisor de mi auto, el día que me iba para Maracaibo a comenzar mi carrera como geólogo con la Compañía Shell de Venezuela. Mis padres se mudaron a La Boyera en Caracas y ya mis visitas a ellos no requerían ir a Los Teques, pueblo-ciudad donde transcurrieron mis años de niñez y adolescencia.

Hoy, 70 años después de haberla visto por última vez, sigo soñando con ella, y me veo llegando a la entrada de pueblo por la estrecha vía que viene de Caracas por la ruta de Antímano, Zenda y El Tambor, una vía esculpida en los granitos y los neises del cretácico que coquetea con los precipicios, la misma vía que utilizaba todos los días para ir del pueblo al Liceo Andrés Bello, en Caracas, donde finalicé mi bachillerato.  

Me veo en mi sueño llegando a las cuatro esquinas, pasando frente a la casa de la familia Fiorillo y creo ver a Tarsicio  en el zaguán. Si siguiera derecho pasaría por la zapatería de Chicho Consoño, quien no solo era buen zapatero sino segunda base del equipo de béisbol  EL MANATÌ y hasta excelente analista geopolítico, quien podía explicar a un grupo que se reunía todas las noches en la botica de mi papá a analizar los altibajos de la segunda guerra mundial las razones por las cuales Montgomery derrotaría a Rommel en África del Norte.

Pero, no sigo derecho sino que cruzo a la derecha y entro a la Calle Guaicaipuro, pasando por la panadería de Gordils y  la botica de Roberto Enríquez. A  mi izquierda, la iglesia del pueblo y, en diagonal, la casa del párroco, el padre Ángel  Cisneros, a quien llamábamos “El Diamante Negro”, por su color y porque le gustaban las corridas de toros, aunque se cuidaba de decirlo en alta voz, ya que la iglesia las condenaba.

                                             

                                                           JULIO BARROETA LARA

En la Plaza Bolívar, sentados en un banco, creo ver a Julio Barroeta Lara, Carlos Gottberg y Rubenangel Hurtado, hablando de poesía e intercambiando los chismes del día. Alguien pasa casi corriendo, es Moquillo, nuestro activo periodista, a quien casi nadie conoce por su nombre, Ezequiel Díaz Silva. En la acera de enfrente, en sucesión, se encuentran la joyería de Guillén, la bella casa y tienda de la familia Almosny, la primera sede del Club Miranda, antes de su mudanza, la casa del Gobernador, la Botica “Camposano”, de mi papá, la casa de mis tíos Los Coronel y  la casa de los López Bosch. Del otro lado de la calle veo la casa de Manuel Mota y,  en la esquina,  la bodega de Anselmo Taborda. Esta es la esquina del Dato, donde la gente de Los Teques se reúne a intercambiar chismes. Allí está la barbería de Capote, al lado de lo que fue la barbería de Gumersindo León, mi maestro de dominó, cerca del Teatro López y de la casa de las ancianas hermanas Navarro, quienes se asoman por la ventana semi-cerrada a ver pasar la gente.

Subo a pie lentamente por la calle Sucre y paso por la casa de los Infante. Al  lado está nuestra primera casa, la número 15, donde yo crecí, casi hasta la adolescencia. Más arriba al lado de Los Taborda y, al frente, los Caputo. Más arriba, está la casa de los  Ziegler y, casi llegando a la esquina, una casita con un largo zaguán, donde hacían arepas y donde yo iba muy temprano en la mañana a buscarlas, todavía puedo oler el sabroso humo de los budares.  En la esquina viven los hermanos Monagas, uno de ellos parecido a Charlton Heston y un poco más allá está la casa donde vive Julio Barroeta Lara. Por la empinada calle Sucre una vez me caí y me hice una fea herida en un hombro que mis compañeros de escuela me mantenían abierta a golpes, en pleno ejercicio de lo que hoy llaman “Bullying”.  

Me voy hacia  la Vuelta del Paraíso, pasando por las casas de los Lazo, los Domínguez, los Jaspe hasta llegar a la esquina,  a la casa de los Rodríguez, quienes eran padre, madre y 17 hijos,  un varón y 16 muchachas. Cada año yo me enamoraban de una de ellas.

Al lado de esa casa estaba un muro que daba a una vista panorámica en dirección a Ramo Verde y para allá íbamos los tequeños a dirimir por la vía de los puños nuestras diferencias de opinión. Vimos maravillosos combates como los de Enrique Lazo con Alejandro Arteaga. Yo tuve dos allí, uno perdido con Héctor Penso, otro ganado, no diré con quién para no humillarlo. En ese triunfo tuve de coach a Julio Barroeta Lara, quien me recomendaba aplicarle a mi contendor La Llave Del Saber, el título de una enciclopedia de moda en esa época.

 Esa era una calle muy fértil, porque en la casa siguiente, la de la familia Ayala, los hijos eran como 12 o más. Y, un poco más cerca de nuestra segunda casa, la familia Estrada tenía como media docena. Nosotros éramos solo dos: mi hermana Cristina y yo. Al lado nuestro  vivían la Sra. Caro y su bella hija Camila, quien luego casaría con Jonás Barrios, el hermano de Gonzalo. Más allá estaba la casa de los hermanos de Pedro Russo, el magnate del pueblo y luego gobernador del estado, diagonal a la bodega que había sido de Saverio Russo, su padre, donde la fortuna de la familia había comenzado, kilo a kilo vendido, burro a burro cargados de víveres con destino a los pueblos cercanos.  

 Subo por esa calle empinada y paso por donde los Arráez, los Ramos, brevemente Vinicio Adames, luego los hermanos Mujica, un grupo muy barquisimetano, pero trasplantado a Los Teques. Con Vinicio voy de serenatas. Con Elio Mujica discurro sobre los méritos relativos de Herman Hesse y Thomas Mann.

Más arriba, en trayecto muy empinado, queda el cementerio de Los Teques, por lo cual alguien ideó el uso de un carro fúnebre con música incorporada, a veces hasta una guaracha, para transportar al muerto, vehículo que Aquiles Nazoa bautizaría como la Muertorola.

En el cementerio de Los Teques está mi abuelo Rafael Coronel Arvelo, pintado por Arturo Michelena, allí reposan mis tíos Coronel, mis maestros como el ilustre y querido sacerdote salesiano Jorge Losch, nacido en algún lugar de Alemania y sembrado entre nosotros, después de haber dedicado  su vida a  crear centenares de buenos ciudadanos.

                                          

                                                      MI ABUELO, RAFAEL CORONEL ARVELO

Bajo desde el cementerio y llego a donde termina EL PUEBLO y se va hacia la otra mitad de Los Teques que es El LLANO. Esa otra mitad está conectada por una larga calle que tiene al colegio Jesús María Sifontes, las casas de los Colombo,  de los Moros y de los González Barreat y el estadio de béisbol. Si uno se desvía hacia la derecha andará por una calle paralela donde está el liceo “Francisco de Miranda”, la antigua casa de los Álamo (donde mi mamá fundó el Hogar escuela Infantil) y, eventualmente, se llega al puente CASTRO,  y a la Plaza Miranda, frente a la cual está una casa donde vivía mi tío Alejandro García Maldonado cuando era secretario general de gobierno del Estado Miranda, en la época de Medina Angarita. Esta casa alojó luego al amable y extraordinario restaurant ALEMAN.

En mi sueño la memoria del  EL LLANO  es más borrosa,  excepto por sitios especiales como la estación del ferrocarril, donde aún veo y escucho a  Zerlin, el dueño del sitio por muchos años, poseedor de un humor incisivo particularmente dirigido, de manera injusta, contra los valencianos, a quienes catalogaba como “patos”. Recuerdo las tiendas de los Ayesta, de la familia Feo, la Botica San Antonio de mi tío Esteban y, especialmente, recuerdo la casa de las hermanas Mendiri, las creadoras de los animalitos de miel que se hicieron tan famosos. Años después los tequeños, la confección de queso y masa que nació en el hogar de las Báez, cerca de mi casa, se harían universales.

Regreso a la Vuelta del Paraíso y veo sentado en el muro  un adolescente cuyo aspecto me resulta familiar.

“Hola”, lo saludo. Y me sonríe, sin hablarme.

¿“naciste aquí”? le pregunto.

Y me dice: “No, Pero me trajeron pequeñito, de manera que puedo decir que soy tequeño”.

“Y, ¿te gusta el pueblo”?

“Me siento feliz aquí. Es un pueblo muy tranquilo y con gente joven deseosa de ser alguien. Tengo un grupo de amigos, con quienes camino en la noche,  a veces hasta la madrugada, hablando de literatura, de ópera, de poesía. Nuestras inquietudes van más allá del pueblo. Tengo amigos como Julio Barroeta Lara, José Balbino León, Carlos Gottberg, Carlos Alberto Moros, Carmencita Mannarino, Morelia Moros, Manuel Henríquez, José Rafael Coronel,  Luis Ayesta Córdoba, casi todos quienes viven en este pueblo pequeño pero piensan en lo grande.

 Los miembros de este grupo luego serían poetas, periodistas de nota, economistas, escritores, médicos ilustres, pero  - sobre todo –  humanistas, en la mejor tradición que lleva a un pequeño pueblo a crear hijos que salgan sin miedo a vivir en el mundo.   

Nuestro tiempo terminó. Siento que los tequeños que compartimos esa bella época de 1940-1950  fuimos de valor para construir una sana nacionalidad.  Mientras pueda regresar allí en mi imaginación, estoy seguro que me encontraré con un adolescente parecido al que yo era en 1950, lleno de sueños de superación y de sanas ambiciones,  gracias al pueblo que nos hizo posible una niñez feliz.


12 comentarios:

Anónimo dijo...

Por allá puso CAP la sede de Intevep que fue diseñada por William Pereira, cuando todo parecía que iba a salir bien en Venezuela y nadie tenía nada que buscar fuera más bien al país iba la gente a vivir. Intevep se encargaba de procesos y avances tecnológicos del petróleo ahora allí se organiza la venta de clap.
Se hizo Intevep en donde estaba en villa piñeteli, que fue un antiguo seminario jesuita.
Uno cuenta lo que pasó y pocos darían credibilidad a lo mal que terminó todo aquello que funcionaba como reloj suizo.

Abdo
Montevideo.

Anónimo dijo...

Que buena memoria tiene. Como hace para recordar tantos nombres y tantos detalles?

Anónimo dijo...

Léete sus memorias en el libro petróleo de la luna y te sorprenderás la cantidad de cosas que recuerda

Anónimo dijo...

Si ya lo sé, es lo que digo. Pero cómo lo hace, cual es el secreto?

Anónimo dijo...

"¿La inteligencia? Siempre se apoya en una buena memoria".
<>

Anónimo dijo...

Jorge Luis Borges.

Anónimo dijo...

Cual es el secreto para poseer una buena memoria? Es algo innato, o se puede desarrollar? Si alguien sabe por favor que comente ..

Anónimo dijo...

Innato. Por eso Othani lanza a 86 millas y batea .290 pero Yo Yo Ma ejecuta el prelude to Suite 6 como lo hace.

Anónimo dijo...

Esas son habilidades, que si bien son innatas en algunos seres que las poseen, muchas son desarrolladles con el estudio y la practica. El anónimo que pregunta se refiere es a la memoria.

Gustavo Coronel dijo...

Muchas gracias por los comentarios sobre mi memoria etc. Sobre este asunto solo puedo especular, porque no se cual es la razón de que tenga tantas claras memorias de mi pasado. En el caso de Los Teques creo que a ello contribuye el hecho de haber sido muy feliz allí en la infancia y la adolescencia. Solo puedo decir que cierro los ojos y puedo entrar a Los Teques, calle por calle, casi casa por casa y como si aún estuviera allá. A esta memoria fotográfica me ayuda mucho la manera como me educaron en el Liceo San José, donde el Padre Ojeda nos daba clases de historia y nos recomendaba usar muchas "tretas" de asociación mental para enlazar lo que queríamos recordar con otras cosas, lo cual facilitaba el recuerdo. También nos enseñó a resumir la historia en algunas cifras básicas, las cuales al ser traídas a la memoria generaban asociación con eventos históricos. Y así.
El General Alfonzo me pidió una vez que le diera una pildora sobre la industria petrolera venezolana, para él utilizarla en sus conversaciones, ya que él no era un petrolero. Le dí el número 40 y le dije: tenemos unos 40 mil millones de reservas probadas, hemos producido otros 40.000 millnes de barriles desde el inicio, tenemos unos 40.000 empleados, la ley de hidrocarburos de 1940 fue la más importante, etc.
Uso pequeños trucos de asociación, la cual es la palabra mágica para mejorar la memoria.
Yo tego los números de mi cuenta bancaria y de varios teléfonos importantes en mi memoria, de la misma manera.
Si el número comienza con un 5 lo llamo el gato, le busco las cinco patas, etc.
Lo primero dispara lo segundo...
Cuando cantamos Vereda tropical y decimos: En la brisa que viene del mar, ello nos hace pensar de inmediato en: se oye el rumor de una canción....

Anónimo dijo...

Interesante Sr. Coronel. Gracias por su aporte.

Anónimo dijo...

Por eso mismo traen agua a mi molino, la nmemotécnica se puede estimular pero la capacidad es innata e incluso hay competiciones en las que he visto japoneses e indios calculando sumas gigantescas y recuerdan el número en cada fase de forma perfecta. Y también he visto recitar "Cien años de soledad" sin apoyo alguno más que recordar (lo ví frente a mi en un restaurant en Bogotá, un colombiano llamado Jaime Garzón Forero).

Othani no nació lanzando a 86 millas, tuvo que practicar y Yo Yo Ma, tremendo ejemplo por cierto caballero anónimo, pasaba horas y horas de pequeño tratando de ejecutar movimientos de Mozart, se equivocaba y empezaba, se equivocaba y empezaba. Ahora lo hace de forma perfecta. Pero la capacidad es innata, póngame Usted a tratar de hacerlo, ni cambur pinton con un cuatro saco.