La vida es como un río, no
solo por aquello que decía Jorge Manrique, de su inevitable desembocadura en el mar, sino
porque nace – como lo hace el río - como
modesto manantial, se va nutriendo de aportes que le llegan de riachuelos
afines, va aumentando su caudal y llega plácidamente a las llanuras, o enfrenta
accidentes topográficos formando saltos
de agua llenos de turbulencia que, eventualmente, se convierten en suaves
remansos.
Pero, como decía otro
poeta, Antonio Machado, la vida se diferencia del río porque podemos remontar
el río pero no es posible remontar la vida, excepto en ejercicios frágiles de
la memoria: caminante no hay camino sino
estelas en la mar.
Pienso en esto al terminar
de ver de nuevo, después de muchos años, una película que, al verla en 1994, me
causó una profunda impresión: “Lo que queda del día” (The remains of the Day),
protagonizada por el admirable Anthony Hopkins, Emma Thompson y un elenco extraordinario.
Fue nominada para el Oscar 1993, perdiendo con
“La Lista de Schindler”.
Digo que esta película me
causó una profunda impresión porque, combinada con otras experiencias que
tuvieron que ver con el colapso del segundo gobierno de Carlos Andrés Pérez, sus mensajes y lecciones me llevaron a reconsiderar
el curso que llevaba mi vida, dedicada – hasta entonces - de manera casi obsesiva - a lo que consideraba mis deberes para el país,
con la atención hacia mi familia en una posición subordinada. A pesar de la
opinión desfavorable de la familia, esas prioridades me habían hecho regresar a
Venezuela alrededor de 1990, desde Washington, donde tenía una vida de alta
calidad, a fin de trabajar “para salvar al país”, animado por el regreso de
Carlos Andrés Pérez a la presidencia y pensando que su liderazgo podría colocar
a Venezuela en un camino hacia su recuperación.
En verdad, la segunda
presidencia de Pérez hizo un meritorio esfuerzo para enmendar los errores
cometidos durante su primera presidencia. Se rodeó de un grupo de brillantes tecnócratas,
quienes esbozaron políticas modernas en lo económico y en lo social. Por
razones de diversa índole, en mucho atribuibles a la tozudez y exagerada
auto-suficiencia de Pérez, esta
presidencia fracasó y quienes habíamos depositado en él nuestras esperanzas nos
sentimos frustrados. Habiendo quemado mis naves en Washington, me quedé hasta
2003 en el país, haciendo lo posible por ayudar (colaboré en la campaña presidencial
de Salas Romer), aunque ya frustradas
mis expectativas originales.
La película me ayudó a re-examinar mis
prioridades. “Lo que queda del día”
trata sobre un mayordomo (Anthony Hopkins), quien ha sido formado para
considerar su trabajo como su más alta prioridad, quizás la única. En el castillo
de su empleador, Lord Darlington, se dedica con suma eficiencia a cumplir con
sus tareas, sin dejar que su vida personal interfiera con el cumplimiento de
sus deberes. Por ello, rechaza las aproximaciones románticas de la ama de
llaves (Watson) y hasta antepone su trabajo durante un banquete en el castillo
a su deber filial de acudir al lecho de muérete de su padre, un exagerado
sentido del deber que probablemente le había sido instilado por el propio
padre. La película termina cuando, años después, viaja a ver a la ex-ama de llaves a ofrecerle regresar a su
vieja posición (y quizás ya decidido a vivir su romance largo tiempo pospuesto
con ella) pero, la dama, aunque
siempre enamorada de él, ya tiene una hija adulta que espera un bebé.
Debido a la inminente llegada del nieto (ta), decide rehusar la oferta del
mayordomo y dedicarse a su vida de abuela. El mayordomo, quien ha pasado toda
su vida reprimiendo sus emociones, regresa solo y solitario al castillo, a
servir a su nuevo amo, a más de lo mismo. En la escena final de la película,
abre la ventana del castillo para dejar volar a un pajarillo que se había
metido en la gran sala y no sabía cómo escapar, lo mismo que le pasaba a él.
Que tristemente admirable
aquella vida del mayordomo, pensé al ver la película. Atado a sus deberes, sin expresar
sus opiniones, manteniendo sus emociones bajo férreo control y abdicando de su derecho a tener una vida propia, aquel hombre
se dedicó a hacer lo que consideró su máximo deber, convirtiendo sus tareas
profesionales en su única razón de ser.
¿Que quedó para él al final del día?
¿Qué queda, al final del
día, para cualquiera de nosotros? ¿Habremos vivido nuestra vida de manera plena
o nos habremos atado a una concepción del deber que excluye toda otra posibilidad
de realizarnos en el plano humano integral?
Al ver la película me identifiqué
mucho con el mayordomo. Ojo, no porque yo hubiese llegado – de manera alguna - a su grado de obsesión, sino porque había
mostrado algunas tendencias similares en mi actitud ante la vida. La película
me llevó a reflexionar seriamente sobre esto.
En algún momento de mi vida llegué a pensar
que mis prioridades eran: una, mi país, dos, mi trabajo, tres, mi familia. La
película fue una importante clarinada de alerta de que esas prioridades debían
ser revisadas, so pena de terminar perdiendo los mejores ingredientes de la
vida, los cuales incluyen el compartir los momentos cotidianos de la vida en
familia con nuestros seres queridos.
Todavía en esos años, hace
27 años, tuve tiempo de reorientar mi vida hacia un acercamiento importante con
la familia, convirtiéndola en prioridad número uno. Sin embargo, atrás quedaron
lagunas importantes, algunos momentos de especial belleza en la vida familiar,
momentos que se han perdido parcial o completamente de nuestra memoria.
Hace unos días mi hijo citó
unos versitos en un mensaje interfamiliar y mis dos hijas de inmediato dijeron: te acuerdas, en la casa de La Lagunita. Con esos
versitos mi mamá nos despertaba para ir a la escuela. Y los tres compartieron ese recuerdo tan dulce de la
niñez.
Yo no recordaba eso. Cuando
Marianela les cantaba a los hijos yo estaba allí físicamente, aunque probablemente
pensando en cómo incrementar la producción petrolera en el bloque III del Lago
de Maracaibo. No compartí esa bella
experiencia familiar.
Hoy debo decir, como decía
Frank Sinatra en My Way: Regrets. I had a
few… pero tendría que añadir, perhaps a few too many.
Gracias en parte a Anthony
Hopkins las últimas tres décadas han sido para mí de una especial felicidad, un
ancho río bajo un cielo azul y con márgenes llenas de verdor. La pérdida de Marianela
fue un golpe noble pero ahora, más que nunca, me aferro a la familia.
4 comentarios:
Ésa película es una joya. El autor de la novela, Kazuo Ishiguro, recientemente recibió el Nobel de literatura. Dos grandiosas películas en esa tesitura son "About Schmidth" y "Sideways", ambas de Alexander Payne. La última ha generado culto por el terroir del vino del valle de Santa Ynez.
Celebramos que se encuentre de tan buen ánimo y cómo no recordar La Lagunita con aquella neblina casi perenne que hoy me cuentan es historia.
Gracias por la info. Sebastián. Las buscaré.
Nuestra casa estaba casi llegando al tope de la avenida La Cumbre. Fue la segunda casa que se hizo allá, cuando eso era monte y culebra. Yo trotaba en aquella época. Me iba de la casa bajando por el Alto Hatillo, llegando al Cafetal, finalizando en Sabana Grande, donde me tomaba dos o tres cervezas en La Cibeles, junto con algunas tapas. Luego, me regresaba a La Lagunita en el autobus que salía de chacaito a El Hatillo.
El terreno me costó 120.000 bolivares y me dieron una acción del club, la cual vendí luego en 120.000 bolivares, por lo que me salio el terreno gratis. La casa la hice con un préstamo de un Fondo de Vivienda a 15 años.
De su amigo desconocido:
Mucho le queda de lo que les falta tanto a nuestros abundantes doctores sin doctorado como a los generales de tinita y de palito. La SABIDURÍA: El producto de la destilación de la inteligencia; del conocimiento operativo, de quienes nos rodean y de nosotros mismos; así como de nuestra misión en la tierra. Me pregunto como se podría utilizar el citado destilado mezclado con el valor, la lealtad, la honestidad, la responsabilidad, la equidad y la solidaridad para inyectárselo una sociedad a la que le falta lo que a Ud. y muchos desechados les sobra.
Saludos.
Bella película! Como dijo Gabriel Garcia Marquez: “La vida no es como la vivimos, sino como la recordamos para contarla”. Eso es lo que nos queda al final del día. Recordar es revivir. Agradezco a la Suprema Fuerza del Universo que no tengo Alzheimer ni Demencia y me acuerdo desde mi infancia en Upata de los Arrieros y Tucupita en Delta del Orinoco hasta el día de hoy en Dallas y Fort Worth, Texas, ciudades en lo que fue la Ruta Chisholm del transporte del ganado hacia el Norte de USA
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