En
la década de los 90 fundé y presidí una
organización no gubernamental llamada AGRUPACIÓN PRO CALIDAD DE VIDA. Aunque nunca
pasó de tener unos pocos miembros activos, alrededor de 30 personas, logramos desarrollar un grupo de programas
anti-corrupción, educación ciudadana y liderazgo comunitario que tuvieron un
positivo impacto en sectores de la población venezolana y de algunos otros
países de la región, como Panamá y Paraguay.
Para
mi sorpresa uno de los “programas” más exitosos que tuvimos fue el Club
de los Buenos Días, el cual decidí iniciar a título personal. Se
originó porque yo salía a caminar todos
los días por la zona donde vivía y veía venir por la acera a mucha gente. Cuando
me cruzaba con ellas la inmensa mayoría pasaba a mi lado sin hacer contacto visual,
sin dar los buenos días, a pesar de mis saludos. Y, entonces, decidí comenzar
una agresiva campaña de darle a todos los transeúntes los buenos días, de manera
un tanto enfática, lo cual los obligaba a responder. Al cabo de algún tiempo
haciendo esto, noté que una buena parte de la gente, conocida o no, respondía a mi saludo o, inclusive, iniciaba
el saludo
Decidí
escribir un corto artículo sobre mi experiencia, creo que en “El Diario de
Caracas”, colocando al final la dirección de Pro Calidad de Vida y me
sorprendió recibir docenas de cartas pidiendo información sobre cómo
inscribirse en el Club de los Buenos Días, preguntando “cuanto valía la
inscripción”.
Ello reforzó mi creencia que el ser humano
solo necesita un pequeño empujón para aumentar su interacción positiva con los
demás y que muchos no lo hacen por timidez o por la desconfianza generada por
la carencia de buena ciudadanía.
Algunos
años después, en 2001, leí en el Washington Post un artículo de Art Buchwald,
el célebre humorista estadounidense, titulado “LOVE AND THE CABBIE” ( “EL AMOR Y EL TAXISTA”),
leer una reproducción aquí:
https://lovebeinghere.com/2014/05/29/love-and-the-cabbie/.
En ese artículo Buchwald narraba haber viajado
en un taxi por Nueva York con un amigo, quien al salir del taxi felicita al
taxista por haber manejado muy bien. El taxista, típico neoyorquino, le dice: ¿“Me está tomando el pelo”? (Are you
a wise guy or something?) Pero el amigo de Buchwald le reitera que está muy
contento de sus servicios.
Al salir del taxi Buchwald preguntó al amigo
por qué lo hace y este le respondió que estaba tratando de hacer a Nueva York
City más amable y le agregó: “si el taxista tiene 20 clientes ese día y es
amable con ellos o con algunos de ellos, esos se sentirán a su vez motivados
para ser amables con otros que se crucen en su camino, lo cual puede llegar a
poner de buen humor a unas 3000 o más personas”, quienes
- a su vez – harán felices a otros. Cuando Buchwald le dice que probablemente
nadie reaccionará positivamente el amigo le dice: ‘No pierdo nada si nadie lo
hace”.
Y
ya cuando se van a separar el amigo de Buchwald
le echa un piropo a una dama nada agraciada que se les cruza en el
camino y Buchwald le pregunta por qué lo hizo, si la dama es fea. El amigo le responde:
“Imagínate, si es maestra sus alumnos van a tener un buen día hoy”.
Algún
tiempo después de leer este artículo, autoexiliado en USA “gracias” a Chávez,
me encontré con Buchwald en el metro de Washington y le entablé conversación y
le hablé de mi iniciativa y de cuanto había disfrutado su artículo sobre una
idea similar.
Me
dijo, sonriendo: “¡Considérame miembro de tu club”.
1 comentario:
Y eso era en los años 1990.
Ahora, mucha gente ni te saluda,
ni buenas tardes ni buenos días. Es la excepción
y no la regla la cortesía mínima de mirar a los ojos
y decir gracias.
Pero no dudes en que cada quién en su pantallita empieza
teclear, con quién le provoca al otro lado del océano con
su WhatsAPP o tal vez su InstaGram. Y si eso le falta, como por la ausencia de esas
cosas de hace dos o tres días, entonces estas gentes entran en crisis y se hallan
como en un bosque perdidos, con mucho miedo de entablar conversación
o de tan siquiera tomar un libro.
Este mundo está al revés, querido Gustavo.
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