Este Parque es espectacularmente hermoso. Entramos por el
sector del centrofield. Allí uno puede leer las direcciones para llegar a las
diferentes localidades. Nuestro sector es el 136, fila F, sillas 8 y 9. Está
entre la primera base y el rightfield, bastante cerca del terreno de juego, en
buen sitio para agarrar batazos foul, digo yo, aunque nunca he agarrado uno. Los
peloteros pasan muy cerca de nosotros y en carne y hueso todos se ven como más
pequeños que en la pantalla: allá va Gio Gonzalez, el lanzador designado para
hoy, quien comienza a hacer sus ejercicios de estiramiento casi al lado de
nosotros. Pasa Wilson Ramos, el receptor venezolano, muy jóven. Le pego un
gritico: “Hola Maracay”. Y se voltea y me dice: “Valencia!” ... y sonríe.
Es temprano aún y recorremos el parque, viendo los sitios
donde venden toda clase de uniformes, franelas, guantes, pelotas, gorra y memorabilia
del equipo. En cada rincón del inmenso Parque hay un nombre de algun gran
jugador del pasado, tanto de los viejos Senadores como de otros equipos. El beisból ha creado su panteón de héroes y la
memoria de los grandes es cultivada con asiduidad.
Hay ventas de perros calientes ($7), cerveza (8), licores de todo
tipo ($10), helados ($5), agua minera ($4.50). Hay tres pisos con asientos para los espectadores y palcos
reservados, hay sitios donde se puede ver el partido con aire acondicionado, comidas y bebidas de excelente calidad. Eso
sí, si se tiene el dinero. Nosotros pagamos $39 por cada asiento pero hay
sitios que cuestan $ 600 o más y que están comprados para toda la temporada.
Una de las cosas que me impresionan es que hay gente de
todas las edades, desde niños hasta ancianos quienes requieren de silla de
ruedas, inclusive uno con oxígeno permanente que pasó a nuestro lado, camino a
su asiento, al cual se podía llegar con la silla. Hay familias enteras quienes,
antes de que comienze el juego, hacen un picnic familiar en la zona reservada
para esta clase de reuniones. Vímos muchísima gente venida de Filadelfia, un viaje de unas
tres horas por auto o tren. Y sabíamos que eran sguidores del otro equipo
porque miles de fanáticos de todas las edades vienen vestidos con camisetas que
los identifica como seguidores de sus equipos o llevan el nombre de sus
jugadores favoritos. Por Filadelfia hay centenares de Utleys, de Howards, de
Victorinos, Pences y Polancos. Por el lado del equipo de Washington abundan los
Werth, los Ankiel, los Strasburg y camisetas del nuevo fenómeno, el joven Harper,
de 19 años y ya tercer toletero del equipo.
Al comenzar el partido cada quien se sienta donde le
corresponde, saluda al vecino o a la vecina, se come sus maníes o sus cotufas o
sus perros calientes en paz, se toma sus cervezas sin arrojarle el vaso a nadie
(un poco aburrido, dirán nuestros fanáticos). En el campo se juega con
intensidad, el espectáculo está lleno de colorido. Hay carreras de muñecos que
tienen inmensas cabezas de presidentes de los Estados Unidos. Algunas veces gana Washington, otras veces
Lincoln.
Entre innings pasan otros “muñecos” o monosabios lanzando franelas al público. La inmensa pantalla del centrofield
da los nombres y los records de cada jugador y repite las jugadas especialmente
interesantes. Y guía a los espectadores a dar palmadas, a pegar griticos, etc. Esa parte no me agrada, tiene rasgos de estado
totalitario. Cuando dice que demos palmadas no lo hago. Acaso estamos en Venezuela?
Este juego lo ganó Washinton 7x1. Salimos contentos. Lo
disfrutamos plenamente. Yo admiré también el espectáculo de la gente misma y la
manera como convierten un partido de beisból en una fiesta cívica y familiar.
Y, al final, lo más impresionante. Salimos del parque,
camino al Metro y en menos de media hora estamos en el tren, sentados, de
regreso a Viena, donde espera nuestro auto. Las casi 40.000 personas salen del
Parque en total orden, sin angustias, y en materia de minutos cada quien se va
para su casa. Recuerdo una vez que salí del Universitario y estuve tres horas
tratando de salir del estacionamiento. Y eran unas 12000 personas a lo sumo.
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