El Presidente mandamás de Ecuador, Rafaél Correa, un mini-me de Hugo Chavéz y mini-mini-me de Fidel Castro, acaba de amenazar una vez más a REPSOL con botarlos del país por no producir el volumen de petróleo que el desea que produzca. De iguál manera ha amenazado a otras empresas petroleras extranjeras activas en el país. Lo hizo con Petrobrás, pero Lula respondió de inmediato que ellos se podían ir en cualquier momento, lo cuál hizo que Correa se arrodillara frente a Brasil. Contra España, Correa piensa que puede actuar con más vigor, dado el gobierno que se gastan los españoles, con un Zapatero que le escribe cartas de amor a Fidel Castro.
Los detalles técnicos que subyacen esta situación no son tan importantes como las actitudes. Un presidente de un país que se dice democrático no puede estar tomando decisiones fundamentales para la vida de su país hablando en primera persona: "Yo los boto, no me pagan, se me van...". Ello demuestra un divorcio total con un sistema de transparencia gubernamental que debería caracterizar un gobierno democrático. Ese es el lenguje de un Chávez, de un loco a lo Bucaram, de un Gahdafi tropical.
Ecuador, inexplicablemente, ha entrado en una espiral de absolutismo presidencial tolerado por el pueblo que se asemeja mucho al caso venezolano. Decimos que esto es inexplicable porque ellos tenían el ejemplo venezolano por el cuál guiarse y han preferido no hacerlo.
Ahora, como Venezuela hace unos cinco años, entran progresivamente en el laberinto de la amargura: abuso de poder, odio creciente, pobreza disimulada a realazos, militares manejando lo que no saben manejar, un lenguaje presidencial procaz.
No le han hecho caso a Einstein: "La locura es la repetición incesante del mismo proceso, esperando obtener un resultado diferente".
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