Hace un poco más de setenta años mi padre me llevó a San Agustín a ver un juego de beisból. Ni siquiera recuerdo quienes jugaban pero ya nunca olvidaría al jardinero central de uno de los equipos, un hombre pequeño y llenito, “redondo”. No solo fildeaba de manera muy particular, elevando su brazo izquierdo al romper el batazo, para indicar que lo tenía ya bajo control, sino que tenía un “swing” espectacular, uno de esos que causan placer de ver. Ese día salí del estadio con mi nuevo ídolo: Héctor Benítez, Redondo, una idolatría que me acompañaría por toda mi niñez y adolescencia. Tenía libros de recortes donde figuraban Trucutú Gibson, CocaínaGarcía, Vidal López, pero siempre con un tratamiento especial para mi ídolo, Héctor Benítez, Redondo.
Nunca fue la máxima estrella pero siempre fue una estrella. Lo ví un día, en el estadio Nacional, en una serie mundial amateur, pegar un jonrón que caminó 480 piés. Fué de los primeros toleteros en pegar dos jonrones en un juego. Su contribución al campeonato mundial de beisból amateur en La Habana, 1941, fue decisiva. Recuerdo que en nuestro hogar de Los Teques escuchábamos los juegos desde La Habana por radio, creo que narrados por la maravillosa voz de Abelardo Raidi y, cada vez que venía Redondo al bate, yo me metía debajo de la cama, para estar lejos de todos, a ligar el hit que venía con frecuencia.
La maravilla del beisból es que un niño puede hacer una alianza espiritual con un jugador y las proezas del jugador llegan a ser, por delegación, las proezas del niño.También sus fracasos son compartidos por el niño, pero en general el niño aprende, a través de sus ídolos, a ser héroe por “control remoto”. Así me sucedió con Benítez, Redondo, y tiempo después con Aparicio padre, con el hijo, con Chico Carrasquel y, sobretodo, con Andrés Galarraga. Hoy en día ,a mi avanzada edad, deposito mis sueños en Miguél Cabrera. El beisból me ha llevado de la mano, de sueño en sueño, hasta que no me sea posible seguir soñando.
Mi primer ídolo, Héctor Benítez, Redondo, murió ayer a los 93 años de edad. Nunca supo cuan importante fue en mi vida. Pero siempre lo recordaré, con su brazo en alto, en el jardín central, diciéndome : “todo está bajo control”.
4 comentarios:
Lo felicito por su comentario. Toalmente cierto. La comunión espiritual que se da entre el ídolo y el seguidor es única en este hermoisos deporte, único también en la multiplicidad de detalles que encierra que permite las variaciones más disímiles y que hace que cada juego sea diverso del otro, con el elemento, único también en el beisbol, de las estadísticas del pelotero, que hacen aun más intensa la alianza espiritual. Saludos
Gustavo, qué opinas del Carrao Bracho, también se fue hace poquitos días...
Tu escrito me hizo sentir mucha emoción.
Gustavo realmente este post está entre los diez mejores de los 2000 y pico.
Me ha conmovido por muchas razones pero uno realmente demuestra que ama el béisbol cuando recuerda que de niño oía los juegos por radio.
El béisbol siempre estará presente para sus amantes.
Al Carrao lo conocí menos. Siempre me gustó pero lo ví jugar menos. Era difícil ganarle.
Gracias, csvv, por tu generoso comentario.
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