Leo en APORREA, ver:https://www.aporrea.org/energia/a260689.html un escrito bastante amargo del ingeniero
Einstein Millán sobre los primeros diez años de la PDVSA “nacionalizada” y
deseo hacer un par de comentarios sobre mi experiencia directa en esa empresa
durante el período 1976-1979, durante el cual estuve en la Junta Directiva de
PDVSA y me tocó participar plenamente en la planificación de la nueva industria
“nacionalizada”. Mis comentarios se dirigen esencialmente al párrafo que abre
el escrito del Ingeniero Millán.
Millán dice:
“Los
10 años que sucedieron a 1975 en la naciente PDVSA, son fácilmente
caracterizados como de reducción sistemática de la producción en medio de un
clima de incremento de demanda y precios del barril. Una industria recién
nacionalizada yacía entonces gravemente confundida, retrogradada y desalineada
con el mejor interés del país. La industria petrolera recién nacionalizada se
divorciaba al nacer del interés nacional para marcar su propia agenda.
Coexistía de hecho con una clara inercia operativa
desde las manos de las transnacionales, para justificar lo que más tarde sería
conocido como ese falso mito llamado "meritocracia".
Gráfico de producción petrolera en Venezuela, miles de barriles por día.
Millán
tiene razón al hablar de la declinación de la producción durante el período
1976-1986, ver gráfico arriba pero, en mi
opinión, falla rotundamente en su explicación de las causas. Millán considera
esa caída como un divorcio de la nueva empresa del interés nacional, como una
señal de “desalineamiento” con el mejor interés del país. Y termina su párrafo
hablando del “falso mito de la meritocracia”.
Los dos grandes protagonistas del scetor petrolero de aquel momento: Rafael Alfonzo
Ravard, presidente de la primera PDVSA y Valentín Hernández Acosta, Ministro
del sector, han muerto. De los miembros de la primera Junta Directiva solo quedamos dos sobrevivientes: Edgar Leal y
yo. Los presidentes de las empresas operadoras más importantes ya han fallecido. Pretendo hablar
por ellos.
En
enero de 1976 la industria petrolera venezolana presentaba características de
una industria en liquidación. Confrontados con el cese de la etapa de
concesiones y la inminencia de una nacionalización las empresas concesionarias,
de manera explicable, habían cesado de hacer inversiones de larga recuperación.
El nivel de inversión de la industria
era muy bajo, de unos $300 millones al año. En paralelo, la producción se
mantenía al nivel más alto permitido por el Ministerio, dado que las empresas
concesionarias deseaban acelerar sus ingresos al máximo posible. Las
organizaciones estaban en un modo de producción, no de modernización de plantas
y equipos o de exploración para encontrar nuevos yacimientos que no podrían ser
desarrollados por las concesionarias.
En
1976 cambiaron las prioridades. Se tomaron decisiones de estrategia que, bien o
mal, tendían a preparar la empresa para un futuro sin fecha de vencimiento.
Entre lo más importante: la racionalización de las empresas, llevarlas de 14
operadoras a cuatro o tres; explorar agresivamente, a fin de aumentar el bajo nivel
de reservas probadas remanentes (unos 18.000 millones de barriles); modernizar las refinerías, las cuales eran
grandes productoras de combustible residual y baja producción de gasolina o diésel;
establecer un plan para el desarrollo de la faja del Orinoco; crear una
estructura de comercialización, hasta entonces en manos de las concesionarias;
desarrollar proyectos de recuperación secundaria, dado que los yacimientos eran
maduros o algunos hasta en estado de senilidad. Por ejemplo, en 1978 se comenzó
el proyecto M6 de inyección de vapor en Tía Juana, el mayor del mundo en su
momento. En 1979 el potencial de producción se mantenía en unos 2,5 millones de
barriles diarios pero la política decidida por el Ministerio, no por PDVSA, era una de defensa de los precios, por lo cual mantener el nivel de producción no recibió la
misma prioridad que otros sectores. La inversión en la industria se
quintuplicó, al pasar de unos Bs 1.200 millones en 1976 a casi Bs. 6000 millones
en 1979 ($1 = Bs 4.30). La inversión en refinación se multiplicó por un factor de diez.
No
se trataba, pues, de un acto de divorcio del interés nacional, como lo postula
Millán, sino de una decisión de estrategia corporativa compartida entre el
Ministerio del sector y PDVSA, es decir, a los más altos niveles del gobierno
de Carlos Andrés Pérez. Millán podría decir que tal estrategia estuvo, en su
concepto, equivocada pero no debería decir que ella fue una maniobra consciente
de un grupo divorciado del inetrés nacional, como lo dice en su escrito (aunque reconoce que entre ese grupo hubo gente honesta).
La
prueba de que la estrategia arriba mencionada permitió a la industria una
recuperación estructural en sus plantas y equipo y el establecimiento de una
organización moderna y de alta calidad fue el comportamiento de la producción,
la cual muestra un creciente aumento entre 1986 y 1998. Es lamentable que, al
mismo tiempo que ello ocurría, comenzaran los indicios de politización a los
altos niveles de la empresa, producto de la pugna de poder entre AD y COPEI, pugna
que la debilitaría corporativamente, aún antes de que llegase el barbarazo de
Chávez y arrasara con todo.
El
otro aspecto que merece un comentario tiene que ver con lo que Millán llama el “mito
de la Meritocracia”. Esta palabra ha llegado a ser una mala palabra entre el
chavismo. Ramírez se refería despectivamente a la PDVSA pre-Chávez como una empresa
de meritócratas, como si ello fuese un pecado y agregaba, de manera troglodítica, que PDVSA no debía ser transnacional y que no debía dar ganancias. El léxico chavista definió a la
meritocracia como un crimen. Y Millán se hace eco de esta distorsión en el
significado de la palabra. Meritocracia significa darle a cada quien el
reconocimiento que le corresponde de acuerdo a su méritos en el trabajo o en la
vida. Significa el reconocimiento y premio a los mejores. No solo no es un
mito, como lo pinta Millán, sino que es la base fundamental de una sociedad o
una organización justa, donde los integrantes progresen en base a su comportamiento
y esfuerzos. Lo contrario es lo que ha hecho la PDVSA chavista, eso de nombrar
payasos (Ciavaldini o Quevedo) o criminales (Ali Rodríguez, Rafael Ramírez y
Eulogio del Pino) para manejar la empresa. La PDVSA de Alfonzo Ravard, Quirós y
Rodríguez Eraso era una de gente honesta, competente y trabajadora. La PDVSA de
Ramírez, Rodríguez Araque y del Pino ha sido una PDVSA de ladrones e ineptos.
La evidencia está ante nuestros ojos y es incontrovertible. ¿De qué habla
Millán cuando menciona a la meritocracia como un mito? En su descargo solo
podríamos pensar que PDVSA se fue politizando
antes de la llegada de Chávez. En ello tendría razón, pero eso no invalida el concepto
de meritocracia como fundamental. Al contrario, lo reafirma porque muestra como
PDVSA ha tenido tres etapas: una etapa inicial tecnocrática y muy profesional, una etapa intermedia
de politización nociva y una tercera etapa trágica de destrucción y saqueo durante
el período 2002-2018. La muerte de PDVSA ha coincidido con la progresiva muerte
de la meritocracia en sus filas.
Hasta
aquí mi comentario sobre el escrito de Millán, el cual posiblemente solo será del
interés de una pequeña minoría de petroleros. Porque esta es otra de nuestras
tragedias: al país poco le ha importado lo que ha sucedido con la industria que
un día le dio abundantemente de comer y que hoy está sumida en el pantano de la
indignidad. La industria petrolera solo fue para el grueso de los venezolanos
una inmensa mata de cambur, debajo de la cual acostarse esperando que le
cayeran los cambures en la boca. Hoy hay más bocas y menos cambures y quienes secaron la mata deben ir a prisión.
2 comentarios:
Excelente explicación de lo sucedido en la IPN. Efectivamente a pesar de todos los esfuerzo de una transición sin saltos por parte del gobierno con la nacionalización de la industria y el comienzo de PDVSA, ya hacía tiempo que las concesionarias no hacían inversiones importantes en la infraestructura de sus empresas por razones muy lógicas vistas desde su punto de vista. Como empresas obligadas a proteger el valor de la empresa para sus accionistas, invertir en grandes programas que iban a ser cortadas y su valor no reconocido al nacionalizarse la industria.
Si se puede hacer un ejemplo paralelo, le industria petrolera es como un gran barco que debe manejarse con una vision a mediano y largo plazo. Cambios de dirección en producción y refinación requieren verse en años, no en meses.
Al decir el articulista lo que dijo demuestra poco conocimiento de lo que es la industria petrolera, y si se le suma su manera despectiva de hablar sobre meritocracia, no hay espacio para que entienda porque hoy PDVSA es una piltrafa de lo que era antes de la llegada de Chávez y porque hoy está en manos de los mediocres que eliminaron la meritocracia.
La meritocracia, a pesar de que su aplicacion no fue perfecta, en parte debido al bias inducido intencionalmente por algunos para favorecer a algun amigo, fue bien aplicada a la mayoria del personal de PDVSA.
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