miércoles, 2 de enero de 2019

Postal de Nueva York, 1951: cinco ángeles de la guarda



Hotel Robert Fulton, ya desaparecido

En Enero de 1951, cuando tenía aún 17 años, decidí irme a Nueva York a aprender inglés, en Queens College. Ofrecían un curso intensivo de 15 semanas, el cual me era necesario para seguir rumbo a Tulsa, Oklahoma, a estudiar geología. En mi novela “El Petróleo viene de La Luna” he hablado de esta maravillosa experiencia, esa de ser trasplantado – sin anestesia y aún adolescente – de Los Teques a nueva York, en la mitad de un crudo invierno.
El primero fue el empleado de la línea aérea Aeropostal Venezolana, el Profesor José A. García. Fue la primera persona con quien hablé en Nueva York, al desembarcar del Constellation, después del primer vuelo de mi vida, en el cual me tomé la salsa de la ensalada creyendo que era un coctel. Cuáles serían las probabilidades matemáticas de que esta persona fuese mi antiguo profesor de tercer grado de escuela primaria en Los Teques?  Pero así fue. El profesor García fue mi primer ángel de la guarda en Nueva York y  me hizo indicaciones precisas sobre cómo llegar a mi destino, el hotel Robert Fulton, ubicado en la zona oeste de Manhattan, a  la altura de la calle 71. Una vez instalado en el hotel fui a visitar al Profesor García en su modesto apartamento en el Bronx, donde vivía con su madre, una bella y bondadosa anciana, quien me dio una sopa caliente y deliciosa. Cuando llegue a verlos, el Profesor García se estaba bañando en una bañera situada en la mitad de la cocina, mientras la buena señora preparaba la sopa.
El segundo fue el recepcionista del Hotel Robert Fulton, quien resultó ser no solamente venezolano sino  quien había sido el modelo para el protagonista de la primera novela de Miguel Otero Silva, “Fiebre”. El protagonista de esta novela es un estudiante de la Generación del 28, llamado Vidal Rojas, quien interrumpió sus estudios de medicina para convertirse en insurgente. En la vida real fue Mariano Fortoul Briceño, quien también sería uno de los fundares del Partido Comunista de Venezuela, junto con José Antonio Mayobre y mi tío Víctor García Maldonado. 
Mariano Fortoul, primero a la izquierda, preso por comunista, alrededir de 1930
Mi tío, Víctor García Maldonado, primero a la izquierda, preso por comunista, alrededor de 1930

Cuando me lo encontré como recepcionista del modesto hotel Robert Fulton, Mariano tendría casi 60 años y era un hombre de aspecto muy amable, de hablar suave, de modales muy finos, siempre con una leve sonrisa. Mariano me indicó un sitio donde comprar un abrigo pues yo había llegado a Nueva York solo protegido por una vieja bufanda de mi abuelo Rafael Coronel Arvelo, quien la había recibido de Arturo Michelena, el pintor. El abrigo que me compré en Nueva York tenía un cuello de imitación de piel, me costó $14 y, me hacía lucir como un príncipe ruso caído en desgracia.
El tercero fue el Sr. Blazzack, el dueño de la casa de Queens donde fui a vivir mientras aprendía inglés. Era gordo y jovial y pronto descubrí que de noche, cuando la señora dormía, él se iba a la cocina a comerse algo. Cuando nos encontramos por primera vez al frente de la nevera me permitió comerme un sándwich, el precio de mi silencio. Y así nos convertimos en compañeros de crimen mientras estuve allá. Cuando partí para Tulsa los maravillosos Blazzack lloraron la partida de un “hijo”.
El Cuarto fue mi profesor de inglés, Antón Huffert, siempre elegante y de hablar preciso, con un acento europeo. Huffert era un profesor de implacable severidad: por la mañana debíamos leernos el New York Times y anotar todas las palabras que no habíamos entendido, a fin de buscarlas en el diccionario. Debíamos ver la misma película tres veces, una para ver la imágenes y escuchar, la segunda para comenzar a atar las imágenes con el diálogo, la tercera para comprender a fondo lo que la gente decía. Todos los días debía recibir sus llamadas por teléfono en inglés y responderlas, lo más difícil de aprender un idioma, ya que uno no puede ver la cara de quien habla. Debía grabar una historia en inglés y luego escucharla en clases, conociendo (para mi terror) mi voz y mi pronunciación. Debía escribir ensayos en inglés tres veces a la semana. Al final de las 15 semanas podía hablar el idioma, aunque nunca he perdido el acento, pero Antón Huffert hizo posible que sonara más cerca de Ricardo Montalbán que del Cisco Kid.    
El quinto fue una bella mujer venezolana, a quien nunca vería más. Cuando una delegación de cadetes venezolanos visitó Nueva York hubo una fiesta para ellos y yo deseaba ir pero no tenía un traje adecuado. Esa bella y dulce mujer, llamada Clemencia García Villasmil, me cosió unas solapas brillantes en mi único saco, el cual adquirió el aspecto de un traje de etiqueta. Además fue mi acompañante a la fiesta. Es explicable que me haya enamorado de ella, con el tipo de amor de los adolescentes por la mujer hermosa e inalcanzable.
Después de casi 70 años estos ángeles benéficos de mi adolescencia ya no están en este mundo. Sn embargo, me han acompañado durante toda la vida y es raro que pasen días sin que piense en ellos con amor y gratitud, con agradecimiento por su  infinita bondad con un joven aldeano e inseguro, quien comenzaba una nueva y maravillosa vida en un mundo desconocido.   

4 comentarios:

Anónimo dijo...

what a nice story...……...thanks for sharing.

Maria Teresa van der Ree dijo...


Me encantó tu historia.

Feliz Año 2019.

Anónimo dijo...

La verdad aprender Inglés ahora mismo es como aprender a comer. Si no lo hablas las oportunidades laborales caen dramáticamente. Ya a nosotros no nos tocó, pero estimo que en 0 años pasará lo mismo con el mandarín. Será necesario tanto como lo es hoy el inglés.

Anónimo dijo...

Aún pasa, 525 dólares en St. Louis:

http://www.fox4news.com/news/u-s-world/st-louis-apartment-with-kitchen-bathroom-combo-creates-stir