En los documentales sobre la naturaleza que uno ve en la televisión aparece
con frecuencia el hermoso espectáculo de las madres gallinas o águilas llevando la comida a sus polluelos. Hoy,
en esta época del Coronavirus, estamos
experimentando el no menos hermoso espectáculo de los polluelos llevando de
comer a sus madres gallinas o águilas, antaño poderosas y hoy vulnerables al
nuevo virus.
Ayer vinieron nuestros hijos a traernos jabón, toallas de papel, leche de
larga duración y algunos otros productos
que nos serán necesarios mientras dure esta imprevista pesadilla.
Poco a poco se ha ido configurando una situación de crisis mundial que está
poniendo a prueba nuestra sensatez y sentido
de solidaridad. Se ha presentado una epidemia, realmente una pandemia, que
amenaza con contagiar a una
significativa porción de la humanidad. Por lo que conocemos no se trata de algo
parecido a la plaga negra ni a la peste bubónica ni al cólera. Las tasas de
mortalidad son relativamente bajas y se han mantenido hasta ahora alrededor del
3-5%. Aunque los recursos de la medicina son muy superiores a los existentes en
epidemias anteriores, nos sentimos como cervatillos hipnotizados por un faro
malévolo, vulnerables y estáticos ante una amenaza desconocida. Una humanidad justamente
orgullosa por los adelantos médicos se ve enfrentada de repente a un enemigo
inédito que no hace distingos de clases sociales, el cual encuentra a muchos de
nuestros líderes pobremente preparados para lidiar con la emergencia.
La crisis es de salud física pero es también una prueba del ácido en lo
moral. Ha hecho aflorar bellos y feos aspectos de nuestra naturaleza. Han
aparecido héroes y villanos. Aunque esto
no deba sorprender, nunca podremos entender que existan los pocos que traten de
lucrarse con la angustia, el dolor y el sufrimiento de los muchos o quienes
traten de disfrazar la magnitud de la tragedia por razones políticas.
Es en las crisis cuando más necesitamos aferrarnos a la compasión y a la verdad y cuando logramos
comprender a plenitud el verso de Wordsworth: El niño es padre del hombre.
2 comentarios:
A la irrupción de la pandemia se añaden dos hechos: el pánico colectivo, que podría desbordarse, y los efectos sobre la economía mundial.
Si hemos tenido otras situaciones recientes también graves -y con medios y redes sociales ya muy activos-, yo me pregunto, por qué en esta ocasión hay esta paranoia mundial? La rapidez de propagación? Hay alguna razón que desconocemos?
No es necesario pensar en razones desconocidas . Las razones principales son tres: una, que esta es un pandemia, afecta a todos los habitantes del planeta. Segundo que se contagia con facilidad y tiene una tasa de mortalidad relativamente alta entre los mayores de 50 años. No hay nada secreto en esto.
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