miércoles, 6 de abril de 2011
El heroismo y el miedo a la muerte
Leyendo a Ernest Becker
“Non ridere, non lugere, negue detestari, sed intelligere”.
(“No reirse, no lamentarse, no maldecir, solo comprender”)
Spinoza.
“El heroismo es, ante todo, un reflejo del terror a la muerte”.
N.S Shaler
Me encontré al azar con un libro notable, escrito por Ernest Becker, a quien no conocía. Este libro llamado: The Denial of Death”, “La Negación de la Muerte”, está bellamente escrito. Trata de examinar la razón de la existencia, si es que existe alguna, y expone el dilema fundamental del ser humano, el cual expresa de la siguiente manera (mi traducción):
“Todo lo que el hombre hace en su mundo simbólico representa un intento de negar y superar su grotesco destino…. Podemos llamar esto la paradoja existencial. El hombre posee una identidad simbólica que le permite colocarse fuera de la naturaleza….. es un creador con una mente que se eleva para especular sobre átomos y el infinito, que se puede colocar con la imaginación en un punto en el espacio y contemplar divertido su propio planeta…. Esta eterealidad le confiere el estatus de un pequeño dios.. … pero, al mimo tiempo es un gusano, alimento de gusanos. Esta es la paradoja, está fuera de la naturaleza y, de manera inevitable, inmerso en ella….. está consciente de su espléndida unicidad… y sin embargo retorna a la tierra para pudrirse y desaparecer en ella”….
Becker habla de la negación de la muerte como algo inmanente al ser humano, que lo lleva a negar (o renegar de) su condición mortal, a reprimir la idea de la muerte, la cual sería verdaderamente enloquecedora si no fuera objeto de ese mecanismo de represión. La negación de la muerte, dice Becker, es el precio que debemos pagar por pretender que no estamos locos. Blas Pascal decía: “El hombre está tan inevitablemente loco que si no lo estuviera, ello representaría una forma de locura”. Se refería Pascal a esa locura de negar nuestro destino mediante la creación de mundos simbólicos y el uso de trucos psicológicos totalmente removidos de la realidad.
Es en este sentido que el heroismo viene a ser un mecanismo de defensa contra el terror a la muerte. William James decía que el hombre siempre ha considerado instintivamente al mundo como un gran teatro para el heroismo. Otros pensadores, como Nietzsche, han pensado que la misión fundamental del hombre en el planeta es la heróica. La sociedad es vista, dice Becker, como un sistema de acciones simbólicas que constituyen un vehículo del heroismo. Es un sistema que nos recluta a todos con el propósito de darle a nuestra condición humana un sentido de valor primordial, de afirmar nuestra condición de seres especiales en el cosmos, de ser de esencial utilidad para la creación, de dotarnos de sentido. De allí salen las catedrales, los rascacielos, las grandes obras literarias, pictóricas y musicales. Exigimos ser más que los otros animales y esa exigencia es nuestro vehículo para (tratar de) alcanzar la inmortalidad. Para Becker el problema del heroismo ocupa un lugar central en la vida humana porque está enraizado en la necesidad de auto-estima, de trascender, en nuestra naturaleza esencialmente narcisista. Somos, dice, el único animal consciente de su mortalidad y ello nos produce una cronica angustia.
En su ensayo Becker no se queda en lo descriptivo sino que explora el como lograr salir de “este laberinto”. Habla extensamente de Kierkegaard y de su fórmula para llegar a ser un verdadero hombre, la cual se resume en el concepto de “caballero de la fe”. Quien viva en la fe, dice Kierkegaard, ha traspasado la angustia de su mortalidad al creador, Acepta, por tanto, y sin quejarse, lo que pueda sucederle en esta dimensión visible, vive su vida como un deber, enfrenta la muerte con perfecta calma. Es una bella idea, dice Becker, pero no pasa de ser una ilusión creativa. La fe no se compra en la botica, es un don de la gracia. El caballero de la fe abraza la muerte con facilidad porque nunca ha vivido realmente. El sacrificio que hace de su vida no es el producto de su libre albedrío sino el producto de su incapacidad para vivir en la misma categoría de sus pensamientos. William James decía que “si uno depende demasiado en Dios no puede lograr con sus propias fuerzas lo que vino a hacer”.
Carlos Marx, sin la muleta de la fe, compartió la angustia crónica producida por la paradoja de la condición humana de ser simultaneamente un animal superior y estar consciente de su mortalidad. Decía: “Soy nada y debería serlo todo”.
Otras fórmulas se centran no en impedir la muerte sino en posponerla. Esta fórmula, advierte Becker, es aún menos efectiva ya que tenderá a incrementar el terror a la muerte, en lugar de apaciguarlo.
Tillich habló de la necesidad de que el hombre tenga el coraje de ser quien es, de asumir enteramente, sin muletas, la problemática que presenta la vida. El venezolano vernáculo lo definiría como “asumir nuestro barranco sin tanta pendejada”. Debe tener el coraje de enfrentar la angustia producida por el sin sentido. Ello le conferiría un verdadero heroísmo cósmico. En su persona el hombre trataría de incorporar ese coraje, sin necesidad de apoyarse en un Dios, terminar de una vez por todas con los mecanismos de transferencia que representan una verdadera traición a nuestros poderes racionales. De allí que Tillich insurgiera contra el misticimo oriental, considerándolo inadecuado para el hombre occidental, al considerarlo como un intento de evasión del coraje para ser quienes somos.
Al final no hay una fórmula. Ni puede haberla. Apoyándose en Otto Rank, Becker concluye que el hombre siempre estará orientado a ver más allá de su cuerpo, se protegerá con mecanismos de represión de la idea de la muerte y cultivará mitos de trascendencia heróica, como maneras de conservar su sanidad en medio de su sin sentido.
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