Los
venezolanos somos muy propensos a hablar de patriotismo, nacionalismo y orgullo
nacional. La retórica oficial de nuestras
dictaduras y democracias ha incluido estos términos en los primeros compartimientos
de su bagaje idiomático. Para nuestros demócratas y dictadores el verbo nacionalizar
ha sido considerado como una buena palabra. Los lemas políticos siempre pintan
un destino mesiánico. Pérez Jiménez hablaba del Nuevo Ideal Nacional, Carlos
Andrés Pérez de la Gran Venezuela, Hugo Chávez de Nacionalismo Bolivariano. Más
allá de las palabras, sin embargo, los venezolanos debemos preguntarnos su
verdadero significado. ¿Es patriotismo amar la patria como se ama a un padre o a un
hijo, o es lo que nos pide defender los intereses de sus gobernantes? El primer
tipo de patriotismo es una honesta emoción que yo comparto, el segundo tipo de
patriotismo es lo que el Dr. Johnson llamó el último refugio de los
bribones. Sobre este último tipo de patriotismo
George Bernard Shaw decía: “Mientras el patriotismo no se termine no habrá paz
en el planeta”.
Adlai
Stevenson definió el buen patriotismo como “un sentido de responsabilidad
nacional”. Es el tipo de amor por el país que uno siente por la familia. En línea
con esa definición de patriotismo Venezuela es mi gran familia pero no defiendo
sus actos cuando ellos sean contrarios a la ética o el decoro. Prefiero actuar
como lo recomendaba Andrés Eloy Blanco en uno de sus poemas: el jefe civil del pueblo
llevó a la cárcel a su mejor amigo por una falta grave pero, eso sí, todos los
días iba a regarle su huerto.
Las
ambiciones de la Gran Venezuela de Carlos Andrés Pérez, en ejercicio de un
patriotismo y nacionalismo incorrectos, lo llevaron a despilfarrar el primer gran
aluvión de ingresos petroleros que tuvo Venezuela, en la década de 1950. Las
locuras de Hugo Chávez, en ejercicio suicida del patriotismo mal entendido, lo condujeron a despilfarrar el mayor aluvión
de ingresos petroleros jamás recibido por la Nación, durante los años de
2005-2012. Detrás de estas dos tragedias venezolanas existió un motor ideológico, la falsa creencia de que nuestra Venezuela era
un “gran país”, no en términos de cordialidad y bonhomía de su gente – lo cual
sería correcto – sino en términos de estar predestinado a “ser grande”, un destino
de categoría universal que aguardaba a los “hijos de Bolívar”. Con esa retórica
Hugo Chávez se convirtió en el hazmerreír de la región, si no del planeta y,
peor aún, arruinó al país. Con su manía de nacionalizaciones, soberanía
nacional, dignidad anti-imperialista, liberación de naciones y expropiaciones
al sector privado para nutrir un incansable apetito de control, este ignorante,
profundamente acomplejado, pretendió encarnar al segundo Bolívar, quien – le
decían sus adulantes, citando a Neruda – resucitaba en América cada cien años. “Vengo
a completar la obra de Bolívar”, decía incesantemente el pobre diablo.
Gracias
a sus esfuerzos la Venezuela del Siglo XXI merece nuestra compasión pero no nuestro
orgullo. Su signo fundamental es la mediocridad y la ausencia de coraje cívico.
Si el gobernante es la medida de la calidad humana de un país, Venezuela,
mandada por Maduro, está al nivel de los países más miserables del planeta. Decir
esto no es auto-flagelación sino hablar de la realidad venezolana: no hay
índice social en el cual no estemos entre los últimos o, simplemente, no seamos
los últimos: inflación, salarios, criminalidad, corrupción, gobernabilidad,
competitividad. Venezuela es un estado fallido.
Es
hora de dejar de usar palabras infladas y adormecedoras y enfrentarnos con
nuestra horrorosa realidad. Se impone una rebelión cívica que renueve
radicalmente el liderazgo político y social del país, reemplazando la manada existente
por ciudadanos decididos a vivir decorosamente. Esa rebelión cívica debe luchar
por sacar del poder al régimen miserable, por supuesto, pero también por remplazar
la oposición de opereta que está hoy al nivel del régimen fallido, ambos
sentados en una mesa de diálogo inmoral. Hoy vemos que esa oposición continúa
hablando con dos voces: una, ruge, la otra maúlla. Una habla duro. La otra, la
que decide, anuncia una próxima reunión de la mesa para el 13 de enero. Con
reuniones mensuales intrascendentes, sin sentido de urgencia, sin dignidad, una oposición mediocre ve transcurrir los días
mientras se sigue muriendo Venezuela.
Sentimos
compasión pero estamos lejos de sentir orgullo.
2 comentarios:
Marxismo, Castrismo, socialismo, comunismo, Madurismo, Chavismo=malas palabras.
Yo lo dije.
Habia que ver a Oswaldito Cisneros metiendo mil millones en la faja
Ese sabia desde el principio que Maduro estaba atornillado hasta el 2018.
Y lo peor es que la candidata del chavismo/mudismo enchufado esta casi lista.
Nos jodimos, bien jodidos.
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