Hace ya bastante años, casi no
recuerdo los detalles, un geólogo que ya no estaba activo en su profesión sino
involucrado en tareas gerenciales salió de excursión con un geólogo amigo
bastante menor que él y en excelentes condiciones físicas. El objeto de la excursión
era recolectar muestras de la formación La Luna en uno de sus afloramientos clásicos de Los Andes venezolanos. Comenzaron
su camino muy temprano, pués el afloramiento se encontraba a varios kilómetros
de distancia. La ruta inicial los llevó por una senda razonablemente
transitada. La mañana fresca, la suave brisa, le dió a esa primera etapa la
fisonomía de un paseo. Iban hablando animadamente y disfrutando del paisaje
hasta que el sol comenzó a calentar, la trocha se hizo más empinada y comenzaron
a aparecer los primeros cantos rodados
de las calizas de La Luna. Poco tiempo después el camino se convirtió en un
duro empedrado. El geólogo mayor comenzó a respirar fatigosamente, sudaba
copiosamente y comenzó a tener ideas de parar, las cuales inicalmente desechó
por verguenza. De repente, lo que había comenzado como una excursión se había
convertido en un reto. “Esto no es una placentera caminata”, pensó, “es un
desafío insensato”. La respiración le venía alocadamente, sus piés ardían y, en
algun momento, tuvo un calambre en una de las piernas que lo hizo sentarse. El
jóven geólogo se paró y lo miró. El geólogo mayor le dijo: “Mira, aquí hay muchos
trozos de la caliza, idénticos a los que vamos a ver en el afloramiento. Me
parece que lo que podemos hacer es recoger algunos y regresar. No estoy bien”.
El jóven geólogo lo miró en silencio por unos segundos y el geólogo mayor
agregó: “Quien va a saber si las muestras son de aquí o del afloramiento”?
Y el jóven geólogo respondió: “Lo
sabremos nosotros”.
Y el geólogo ya no tan joven se
avergonzó profundamente de lo que había propuesto. Se paró y cojeando, sudando,
fatigado, ayudado ocasionalmente por el jóven, llegó al afloramiento.
Recogieron sus muestras,
descansaron y regresaron al jeep al caer de la tarde. Hace ya muchos años de
esta excursión. Siempre he pensado que ese día el jóven geólogo le dió al geólogo
ya no tan jóven una gran lección: Es a
nosotros mismos que tenemos que responder por nuestras acciones. Así nadie lo
sepa, lo sabremos nosotros. Y si no hacemos lo correcto, defraudaremos a quienes
nos ven como modelo.
Gracias por tu apoyo ese día, Vladimir. Aunque ya han pasado muchos años tu
lección está vigente: Hay que llegar al
afloramiento!
2 comentarios:
Muchas gracias Don Gustavo. Me saco lagrimas, porque asi es mi papá y asi nos formo a nosotros. Pase lo que pase y aunque nadie nos este viendo, tenemos que llegar al afloramiento! Un honor para mi y para mis hermanos, que Ud aun recuerde esa anecdota con mi papá
¿porqué lloré?
El 5 de febrero de 1965, en el Aula Magna de la Universidad Central de Venezuela, se graduaron, 21 geólogos, dentro de un grupo de unos 300 ingenieros. 4 de ellos ya trabajaban en la Compañía Shell de Venezuela, donde habían sido empleados, aún antes de sus graduaciones. 2 trabajaban en Lagunillas en donde, recién llegados, asistieron a la despedida de tres profesionales, uno de los cuales era un geólogo con diez años en la empresa.
En la despedida este geólogo agradeció la asistencia de los allí presentes y se excusó de no informar los motivos de su renuncia. Solo dijo: “..me voy de esta empresa porque no me adapto a estar en un sitio donde SE PASA DE VERDE A PODRIDO, SIN MADURAR JAMÁS”.
Esto fue hace más de 48 años y así lo recuerdo.
Son muchos otros recuerdos, de este gran amigo, los que vienen a mi mente.
Un domingo a las 7 de la mañana, coincidimos con otros 40 profesionales en el Palacio de Miraflores, invitados por Carlos Andrés Pérez a una reunión previa a la nacionalización de la Industria Petrolera. Un comediante de esos mal llamados “expertos petroleros”, pretendió burlarse de él, acusándolo de trabajar en una empresa extranjera y le sugirió que para ser congruente con su actitud escribiera sus artículos en inglés.
Recuerdo su respuesta:“Leonardo, yo nací en Catia con “C” y no con “K” de Kotepa y estoy de acuerdo en que, por lo menos para ti, debo traducirte lo que escribo al inglés, porque a todas luces el español no lo entiendes”
Este geólogo regresó a la Compañía Shell de Venezuela, lo maduraron pues lo nombraron Gerente de Exploración. Yo, trabajaba en el departamento de Producción, donde un día para mi sorpresa, se me notificó que debía recoger en los Andes unas muestras de las calizas de la Formación La Luna, que eran requeridas por el departamento de Exploración. Sorpresa mayor cuando, el día antes de mi ida, me enteré, que el mismo que había solicitado las muestras me acompañaría.
Disfruté en compañía de este geólogo en localizar la Quebrada Palmichero, en bajar por ella, hasta que se me presentó un problema ético. El diría “Dos geólogos enfrentan, con éxito, un dilema ético”. El tenía toda la razón los cantos rodados a nuestros pies no provenían de la luna, sino del afloramiento de la Formación La Luna presente en esa quebrada, y a todas luces serían lo mismo. Pero el mandato que yo había recibido de la empresa donde trabajaba, a través de quien ahora me acompañaba, fue que los recogiera “del afloramiento”. Y así me sentí obligado a hacerlo.
Pero, ¿por qué lloré?, al leer lo que él escribió.
¿Por el hecho de hacer conciencia de que, más de 40 años después, él recordase este episodio, así como yo recuerdo los suyos? .¿Por hacer conciencia que los grandes valores de este país han tenido que emigrar ante la persecución de esta ineptitud y mediocridad que se ha apoderado de Venezuela? ¿Por concientizar, al hablar de ética, la falta de ética de quienes sustentan este gobierno?
No sé por qué. Solo sé que lloré, y que soy yo el que tiene que darte a ti las gracias por traerme este recuerdo. Gracias Gustavo, llegaremos al afloramiento al deshacernos de esta maldición que está acabando con Venezuela. Vladimir
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