Tengo un buen amigo que tiene 82 años, un año más que yo. Conversando con
él en una mini-caminata, pues él ya no da para una caminata como la que
solíamos hacer apenas dos o tres años, me dice:
“Lo que necesito es un geriatra, chico, esa parece ser una especie en
extinción. Tengo hipertensión, osteo-artritis, arritmias, una regurgitación
aórtica, dolor de cintura, cataratas, una sordera parcial, poco balance al
caminar, y cada uno de estos síntomas y aflicciones requiere, según la medicina
moderna, un especialista. La necesidad de ir de un especialista a otro, recontando
tu vida, pagando consultas y exámenes llega, precisamente, cuando uno está en
peores condiciones económicas o para andar saltando de clínica en
clínica, llenando interminables cuestionarios. Los médicos no parecen entender
que la vejez no es una enfermedad definida, para lo cual son muy buenos,
sino una aflicción difusa, un proceso de
desintegración”. Cambió de idioma para decirme: “Old age is like falling apart”.
Lo que me dijo mi amigo me recordó lo que nos decía el lúcido nonagenario
Arturo Uslar Pietri: “La vejez es un naufragio”. El novelista Phillip Roth era
más duro aún: “La vejez no es una batalla, es una masacre”. Los ancianos
aprenden que el envejecimiento es una acumulación de pérdidas y requieren hacer,
para conservar su ecuanimidad, un continuo balance entre la alegría por lo que
aún se tiene y la tristeza por lo que ya se ha perdido.
Casualmente había estado leyendo un libro de un brillante médico joven de
origen hindú, Ataul Gawande (“Being
Mortal”, Metropolitan Books, 2014), lleno de compasión por este fenómeno, por
lo cual aproveché para tratar de consolarlo, sabiendo que eso es probablemente
la principal necesidad de quienes ya parecen haber entrado en la etapa final de
sus vidas.
Le conté lo que dice Gawande sobre
un paciente de nuestra edad que va al geriatra, quien le pregunta que le
sucede. Responde: “Nada en especial. Mi médico principal me sugirió que viniera
a verlo. Tengo artritis,
hipertensión, glaucoma, me operaron de cáncer
del colon hace seis meses, ha aparecido un nódulo en un pulmón que podría ser de
lo mismo, pero –de resto – estoy bien”. El medico lo examinó y le pidió que se
quitara los zapatos y las medias. Le examinó los piés con suma atención. Y le
dijo: “hoy por hoy esto es lo más importante, sus piés. Cuídelos con esmero, haga
que le corten las uñas, elimine los callos y la sequedad de la piel, cámbiese
las medias todos los días y los zapatos con frecuencia. De todo lo que usted tiene, el peligro mayor para usted es el de una
caída, sobre todo porque usted toma pastillas anti-hipertensivas que
generalmente producen mareos y afectan el equilibrio”. Y, al final, le dijo:
“coma bien, haga ejercicios moderados, ríase con frecuencia y venga a verme de
nuevo dentro de seis meses”.
Ese geriatra, dice el Dr. Gawande, no le prestó tanta atención a los
diversos síntomas y aflicciones, algunos – como el nódulo pulmonar – bastante
alarmante, como a tratar de prevenir lo
que podría ser fatal para un anciano en cualquier momento, una caída. Su
misión, pensó, era mantener lo más alta posible la calidad de vida de sus
pacientes, la cual está intimamente conectada con la habilidad del anciano para
valerse por si mismo.
Y es que el miedo fundamental del anciano no es tanto a la muerte como a la
invalidez, la pérdida de la facultad de valerse por sí mismo. Le tiene terror a
los asilos, a la vida en esos centros necesariamente impersonales, donde la persona
se va apagando poco a poco en compañía de otros en similar situación. La vejez
no es tanto una enfermedad como una acumulación de pérdidas de facultades: oir,
ver, poder agacharse, treparse a una escalera o comer sin atragantarse debido a
la lordosis progresiva que acompaña la ancianidad. El anciano con lordosis que
mira hacia adelante en realidad está actuando como si alguien más joven mirara
hacia arriba y así no es fácil comer sin atragantarse. Por ello es que el anciano
aprende a comer viendo hacia el plato, lo cual le da un aspecto tristón.
Hoy en día ya se sabe que el envejecimiento es un proceso programado
geneticamente. Ello explica el por qué algunos ancianos se mantienen
razonablemente bien por algún tiempo y de repente se les viene el viejo encima.
No es que sus órganos se deterioren con el uso sino que colapsan subitamente, como si hubiesen
estado programados para durar un cierto número de años, meses y días.
Aunque soy más joven que mi amigo, un año menos, y me siento mejor que él,
sé que ando por territorio minado y trato de ponerme, todos los días, crema en
los pies.
3 comentarios:
Vivir para siempre no es posible, ni deseable. Quien sabe si lo adecuado sería tratar de crear un ser humano programado para vivir, digamos, 100 años, sin deterioro, que "se apague" automáticamente.
Una persona en su octava o novena década de vida, puede consultarse perfectamente con un médico internista, como les aconteció a varias tias mias que murieron noventonas.
Ahora a la madurez (45 a + - 60 ) la llaman "adulto contemporáneo" digo mal ahora no, ese término tiene mas de cuarenta años, o sea que es adulto contemporáneo o le falta poco
A la vejez la llaman "edad del desaprendizaje" (éste término si es reciente)
Estoy en la juventud de mi vejez, apenas tengo 68 años. Estoy vivo, pero tengo que tomar pastillas. Hipertenso, con mareos. Me he caído varias veces, y eso duele. A los amigos viejos, pongo a la orden muchos libros MOBI, gratis. Compren su Kindle Paperwhite, para que disfruten de la buena lectura. Tengo el libro "Elogio a la vejez" de Herman Hess, que bueno....Ahorita son las 5 am y tengo un ratón enorme, mi querida vieja duerme, y yo siempre me levanto temprano. Como siempre luchando contra los comunistas.... ah, sobre eso también tengo un bojote libros. Si es verdad hay que cuidarse de las caídas, me partí un codo en 16 pedazos. Tengo fractura en la cara, problemas para respirar, una mano también operada, pero... con ganas de seguir jodiendo, perdón por la palabra. Bueno ya saben viejitos, libros gratis por coñazos. Un abrazo, alfredo
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