Para quienes ven acercarse las fronteras de este país (y quien no? tarde o temprano), les dedico una pequeña guía "turística".
Cuando cumplí 70 años pensé que ya era hora de comenzar a desempeñar mi papel de anciano. Este mes cumplo 76 años y veo, con sorpresa, que las fronteras del país de la tercera edad siguen comportándose de una manera elástica. Cuando tenía 50 años me imaginaba la vejez como una provincia lóbrega y triste, caracterizada por el dolor, la agria disposición y el mál aliento. Quizás lo único sobre lo cuál no puedo opinar es sobre el mál aliento, porque uno mismo no lo advierte. Sin embargo no es un atributo exclusivo de la vejez sino que puede ocurrirnos a cualquier edad y hace necesario que alguien que realmente nos quiera nos lo advierta. El dolor es eminentemente soportable, a menos que se trate de cálculos, los cuáles me dicen equivalen a los dolores de parto en las mujeres. El mál humor tampoco es atributo fatal de la vejez. Si uno adquiere el hábito de sonreir y de cantar antes de llegar a viejo, podrá mantenerse en alegre disposición hasta la muerte.
La vejez es, en gran parte, una actitud. Si uno arrastra los pies, anda de bufanda en Margarita o comienza a ser invadido por la nostalgia, debe preocuparse. Pero si uno camina con entusiasmo, anda en mangas de camisa por Apartaderos y se mantiene pensando en un proyecto, ya sea un viaje, escribir un libro o llevar a cabo una tarea comunitaria, probablemente nunca será un anciano aunque tenga 90 años. Mi suegro vivió hasta los noventa y cuatro años. Compartí con él una cola para ir a votar y recuerdo que el guardia nacional dijo: “el anciano puede pasar….” y mi suegro comenzó a ver hacia atrás, buscándolo.
Hace poco un amigo mío de unos 40 años me dijo: “Veo a mi papá, que es menor que tú y veo un anciano, pero a tí no te veo como un anciano, porque estás muy activo”. Y agregó: “no hueles a viejo”. Es cierto que los viejos estamos amenazados de oler a viejos, lo cuál tiene que ver con el descuido y hasta abandono que muchos ancianos adoptan como estilo de vida, al ver que ya no tienen por qué impresionar a nadie. Algunos, como decía el comediante George Carlin, usan la vejez como excusa para convertirse en seres realmente desagradables. Pero la vejez no tiene la culpa de esto, la gente puede ser desagradable a cualquier edad.
El país de la tercera edad no tiene por qué ser, puedo asegurarlo, un sitio melancólico, antesala de la muerte. En realidad tiene mucho de DisneyWorld, debido a la disposición casi infantil que los viejos poseen para admirarse de las cosas que ven a su alrededor. Tiene bastante de disfrute de la naturaleza y de las cosas sencillas. Ya no es necesaria la botella de Champaña Cristal y el caviar, o un viaje a Europa, para sentirnos realizados, sino que un almuerzo en un restaurant chino puede tener características de aventura.
La tercera edad también puede ser una maravillosa etapa de paz interior. Apaciguadas nuestras ambiciones y sus inseparables angustias, vemos como el torrente desemboca en un remanso plácido y como la vida suena menos a una obertura de Wagner o al Sensemayá de Silvestre Revueltas que a la Petite Suite de Debussy (En Bateau) o al segundo movimiento del Concierto # 2 para piano y orquesta de Shostakovich. Es la etapa en la cuál pensamos más en serio sobre el significado de nuestra vida y comenzamos a hacer el gran balance. Es esa etapa en la cuál ya no van quedando enemigos sino gente buena o gente que fué mala y ahora es frágil, seres humanos con quienes compartimos los tramos finales de nuestro maravilloso viaje.
La tercera edad es un país para el cuál no es necesaria una visa. Todos somos admitidos y, en muchos sentidos, es uno mismo quien establece sus fronteras. Con media hora de bicicleta en sitio y 15 minutos de caminata enérgica al día, podemos ver como las fronteras se mantienen, por meses, a la misma distancia. Pero, no podemos engañarnos. Llega el momento de traspasarlas, excepto que, al traspasarlas, uno se da cuenta de que el nuevo paisaje no es tan árido como pudiera pensarse. Por el contrario está lleno de bellezas que no son facilmente advertidas en las provincias de la juventud. La dulce luz del amanecer y las espectaculares puestas de sol, a lo Juan Griego, adquieren el rango de obras de arte. Los perros y, en general, los animales domésticos, adquieren hasta alarmantes características de humanidad. Nos sentimos más intimamente asociados con la naturaleza.
En el Estado de Virginia, donde resido desde hace varios años, los habitantes de la tercera edad son respetados y apreciados. Como no me siento viejo, creo estar cometiendo el crimen perfecto al pagar menos en muchos sitios, como en el cine y los conciertos. No pago en el autobús de regreso a casa mientras que en el Metro hay siempre un asiento especialmente reservado para alguien de mi edad. La mayor expectativa de vida ha permitido que los ancianos configuren en los Estados Unidos una clase economicamente atractiva, no solo para los empresarios de pompas fúnebres, sino para los sectores del turismo, el comercio y el entretenimiento. Desde hace tiempo recibo la revista de una organización de “senior citizens”, la AARP, la cuál tiene 30 millones de miembros y para cuya directiva fuí considerado hace tres años, aunque no seleccionado. Cuando AARP habla Obama escucha. La revista está llena de propaganda orientada a los ancianos: “planchas dentales mientras usted espera”; “pañales para incontinentes”; “feria de aparatos para oír mejor”. Las pequeñas indignidades que acompañan con frecuencia a la vejez no son ya objeto de verguenza pública y un anciano no está condenado a encerrarse en su casa.
En USA, por cierto, los ex-presidentes no son, como decía Luis Herrera de nuestros ex-presidentes, jarrones chinos. Aquí todos fundan su biblioteca y archivos y escriben sus memorias, por las cuáles les pagan muy bien. En Venezuela los miembros de la tercera edad, desde los ex-presidentes de la república hasta los funcionarios públicos o empresarios, son alérgicos a escribir sobre sus experiencias, no dejan un testimonio escrito de sus vivencias que pueda ayudar a quienes vienen detrás. Tienen temor a herir susceptibilidades y de pagar un precio social por criticar a alguien o ser “indiscretos”, como si para hacer una tortilla no fuera necesario romper algunos huevos.
La falta de memoria colectiva es uno de los puntos más débiles de la sociedad venezolana. No tenemos una tradición escrita sino oral, como la que mantuvo por años el notable José Giacopini Zárraga, mucha de la cuál se fué con él. En los países más avanzados existe toda una tradición escrita, más permanente, la cuál ayuda a cohesionar la sociedad alrededor de valores comunes y promueve un vigoroso sentido de identidad nacional. Arturo Uslar Pietri llamaba la atención del país sobre lo que él veía como una ausencia de historia, como una Venezuela carente de raíces. Por ello, hoy apenas somos un país de héroes de a caballo, con veinte plazas Bolívar por cada Plaza Gallegos o Andrés Bello. En Lisboa abundan las estatuas, plazas y parques con nombres de poetas y novelistas y uno puede sentarse al lado de Fernando de Pessoa, a tomarse un café.. Nosotros, por el contrario, nunca hemos reconocido debidamente a nuestros héroes civiles. Como resultado, nuestro panteón nacional no nos proporciona óptimo orgullo ciudadano. pués no están todos los que son ni son todos los que están.
Los habitantes del país de la tercera edad pudieran asumir el liderazgo de estructurar esa memoria colectiva que tanta falta le hace a Venezuela, escribiendo sobre sus experiencias y contribuyendo a robustecer nuesto sentido de identidad nacional. Los seres humanos podemos aprender, de las hormigas, a fusionarnos con el colectivo. Es en esa fusión que radica nuestra única esperanza de relativa inmortalidad, no ya la del individuo sino la de la especie.
En este sentido he terminado hace varios meses un volumen (en español) sobre la industria petrolera venezolana y sus protagonistas, 1950-2000 y he comenzado un segundo volumen, 2000-2009. Estoy tratando de publicar el primero, hasta ahora sin éxito. Cuanto costará diseñar y publicar, digamos, 1000 ejemplares de un volumen de unas 280-300 páginas y por cuanto debería venderse el volumen para recuperar el costo de esa impresión? Yo estoy listo para hacerlo pero necesito ayuda. Cualquiera sugerencia será bienvenida.
Gustavo Coronel
8360 Greensboro drive #710
McLean, Virginia 22102
USA.
No hay comentarios:
Publicar un comentario