La boda

A las 3:05 de la madrugada, sentí una sacudida que me despertó. Un terremoto? No, era mi esposa, quien me preguntó: “te sientes bien?”. Le respondí que sí, aunque no tanto como un minuto antes, cuando soñaba que me estaba comiendo un “banana split”.

Una vez esclarecida esta interrogante estábamos ambos cien por ciento despiertos.

“Epa, la boda!”, pensé. Y de imediato nos levantamos a ver lo que estaba sucediendo en Londres, donde la gente comenzaba a llenar la ruta de lo que sería el viaje del palacio real a la abadía de Westminster para el príncipe y del hotel “Goring” a la abadía para su prometida. Las cosas se desarrollaron con cierta lentitud pero, hacia las 4 a.m, hora del Este de USA, comenzaron a entrar a la abadía los primeros invitados, los “peces pequeños”, como los llamaba el comentarista de la TV. Fue después de casi otra hora cuando entraron lo que el comentarista llamó : “The big guns”, los cañones, es decir los más importantes y notorios: entró Elton John, vimos llegar a los Beckham muy bien ataviados, así como también a unas jovenes mál vestidas y poco distinguidas, quienes resultaron ser las hijas de la Duquesa de York. Vimos entrar a unas parejas africanas en atavíos poco ortodoxos y a una belísima mujer, muy elegante, quien resultó ser la novia de Alberto, príncipe de Mónaco.

En fin, fuímos testigos de la entrada de una sucesión de gente mál vestida, algunos verdaderos esperpentos, interrumpida de vez en cuando por la aparición de hombres y mujeres muy elegantes y de noble aspecto.

Me impresionó  que la elegancia no guardara necesaria relación con la nobleza. Algunos de los especímenes más elegantes era gente “común”, mientras que alguna de la gente peor vestida, o de andar más aldeano, pertenecían a la nobleza o a sus designados como tales. Esta fue una lección en sociología.

Hasta ese momento estaba bastante decepcionado del espectáculo. Que boda tan corriente, pensé, mientras me servía mi segundo café de la madrugada.

Pero luego ví llegar a la Reina Isabél, acompañada de su príncipe consorte Felipe. Isabél me restituyó la confianza en el buen gusto de la realeza británica, con su traje color amarillo y su tranquilo y digno aspecto. La hija de la princesa Ana no estaba mál pero la princesa Ana estaba tétrica, parecía sacada de una película de terror de Stephen King. La esposa de Carlos, Camila, un poco pasada de kilos, estaba correctamente vestida. Los sombreros eran un espectáculo, algunos muy elegantes, la mayoría… sin comentarios.

Lo mejor estaba por venir. Fue la presencia de Kate, Catalina. Esta joven no es dulce, es una mujer dura. No será una dócil esposa de William, quien si parece un tanto más dócil que ella. Tiene buen gusto y una definida personalidad. Su traje era muy sencillo y un mensaje al mundo de lo que es ella. Quizás ha debido recogerse el pelo.

Los autos que transportaba a los invitados y a la familia real eran bellísimos, Bentley y Rolls Royce, aunque también apareció un Jaguar extraordinario, creo que llevó a a la abadía a la familia de la novia.

Fue una ceremonia menos solemne que la de Carlos y Diana y la luminosa belleza de Diana no pudo ser igualada por la sencilla y más severa presencia de Catalina.
Ojalá que estos jovenes tengan más suerte que la de aquella pareja, envuelta en tragedia.