La
literatura moderna sobre liderazgo utiliza con frecuencia el concepto de empoderamiento
para explicar la naturaleza del liderazgo. Se dice que el verdadero líder empodera a sus seguidores cuando les inyecta
el deseo y la determinación de cambiar su realidad para progresar. Los ayuda a “salir
de abajo”, a cambiar de actitud ante su suerte, dándole las herramientas para
que se conviertan en seres productivos y dueños de su destino. Todavía hoy hay quienes piensan que el difunto
Hugo Chávez fue uno de esos líderes. Solo tenemos que leer APORREA o lo que
escribe desde Washington Mark Weisbrot o
desde París Ignacio Ramonet para darnos
cuenta de que Chávez es visto como un líder empoderador por algunos ideali$tas.
Hugo
Chávez fue un falso empoderador. No capacitó a su pueblo para salir de la
pobreza. Le dio dinero de día a día para que creyera que estaba saliendo de la pobreza.
Lo persuadió a que llevara su pobreza con resignación. Le hizo creer a los
pobres que ellos estaban mandando en Venezuela. Los convenció que ser rico era malo. Los “empoderó” para que se sintieran felices
de ser lo que siempre habían sido, de quedarse donde siempre habían estado, en una posición
de indefensión ante el gobierno paternalista. De allí que toda la política
social de Chávez y, ahora, de Maduro, estaba y está basada en la limosna. Darle
un subsidio, un pernil o una bolsa de comida de baja calidad a quien se
inscriba en el partido de gobierno no es empoderarlo, es condenarlo a ser pobre
y a vender su dignidad, darle lo que llamaban antes en Venezuela un bozal de
arepas.
El
resultado está a la vista. Venezuela es hoy un país con millones de limosneros,
una población hambrienta y degradada espiritualmente. La pobreza ha aumentado a
niveles nunca vistos. Este es el resultado del falso liderazgo del difunto y de
su grotesco sucesor.
Ese
mito del empoderamiento del pobre llevado a cabo por el difunto representa un poderoso
agente de embrutecimiento popular que es preciso combatir si queremos salir del
pantano chavista. En estos momentos un grupo de colaboracionistas con el
régimen pretenden seguir adelante con un diálogo con este régimen empobrecedor.
Esta pretensión debe ser combatida con vigor porque promovería la permanencia
en el poder de un régimen que ha embrutecido al pueblo.
La
batalla que hay que dar en Venezuela no es solamente en contra del régimen
canalla sino contra quienes, de buena o mala fe, insisten en negociar con el
régimen.
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