Al llegar a las puertas del sitio donde transcurriría su eternidad, el difunto se sorprendió al ver que no se parecía en nada a las descripciones que abundan en el folklore popular. Nada de calderos hirvientes, nada de diablillos hincando almas con tridentes, nada de figuras dantescas retorciéndose atormentadas en el fuego. Simplemente parecía estar llegando a un hotel de baja categoría, con una recepción bastante descuidada, donde una persona de aire fastidiado atendía a los recién llegados.
- “Esto no se parece en nada a lo que yo me imaginaba”, le dijo al recepcionista.
“Esto es lo que dicen todos”,respondió el aburrido recepcionista, quien había escuchado el mismo comentario unas 13.527 X10 10 veces, solamente en la última semana. Este hotel siempre está de temporada, ocupación máxima.
- “Quisiera una habitación sencilla, con cama extra grande, TV de 50 pulgadas, cafetera extragrande, toda cubierta de espejos, la habitación, no la cafetera. Me gusta verme. Dentro de dos horas enviénme a la habitación un cruzado de pollo con carite”.
El recepcionista bostezó y le dijo: “Aquí no hay habitaciones individuales, amigo. Por supuesto, tampoco hay servicio de cuartos. Usted estará en la sección número tres mil cuarenta megatrillones, en el cubículo vertical super-galáctico del Manojo de Mircea, un poo más allá del brazo Perséico, cerca del final del alcance gaélico. Tiene usted suerte. Le ha tocado una sección cercana al Ché Guevara, Chapita Trujillo y los Somoza”.
El recepcionista oprimió un botón y, subitamente, el difunto se vió transportado a su cubículo. A su derecha, a su izquierda, arriba, abajo, veía solo cubículos que se extendían en el infinito. Puso su maleta en la estrecha cama y extrajo sus pertenencias: la gorra roja, la pata de conejo que le dió Fidel, un libro de poemas de Isaías Rodríguez, una espada de Bolívar hecha en España por docenas para repartirlas entre sus amigos en la Tierra: Gadaffi, Castro, Mugabe, Hussein y demás asesinos y sátrapas de su época. Habia traído apenas un par de liquililis verdes, tirando a marrón. Pero, en realidad, la ropa no era necesaria en el ambiente ectoplásmico.
Oyó una voz que parecía venir de todas partes a la vez: “ánima HCHF37999, desde este momento comienza el castigo a tus pecados. Comenzarás a escuchar y a memorizar todos los discursos de Carlos Andrés Pérez. Tendrás que repetirlos eternamente a tu audiencia invisible. Nadie escuchará tus palabras pero tendrás que decirlas, una y otra vez, como si te escucharan. Son las palabras que odiabas pero ahora tendrás hacerlas tuyas, porque esta es la esencia del castigo eterno: obligarte a ser lo que odiabas. Las escenas del golpe de 1992 desfilarán eternamente ante tus ojos y tendrás que recibir los reclamos de los inocentes quienes allí murieron por tu culpa. Sufrirás en carne propia el vacío del espíritu, la desesperanza de quienes creyeron en tí y fueron defraudados. Oirás en estereo las verdaderas opiniones sobre tí de quienes te decían, en viajes y reuniones, que eras la tapa del frasco. Te sentirás violado eternamente por haber permitido que los miembros de tu pandilla violaran a tus adversarios. Habrá otros castigos que te serán informados oportunamente. Imaginarte lo que te espera es parte del castigo.
Tendrás, eso sí, una tarde libre, para que puedas hacer contacto con tus almas afines. Ellas te dirán, como veteranos, lo que puedes esperar aquí. Tu sufrimiento no será físico, porque no hay nada físico ya en nuestra casa. Será espiritual, diseñado para el sufrimiento de tu alma, como retribución a lo que hiciste abajo. Tendrás una sensación de picazón eterna en un sitio de tu cuerpo, al cual no podrás llegar para rascarte, por la sencilla razón de que ya tu cuerpo no existe".
De esta manera comenzó el eterno castigo del difunto. Su primera reunión de tarde libre fue con el Ché Guevara, quien ocupaba un cubículo relativamente cercano. Le dijo:
- “Querido hermano! Ahora es que vengo a conocerte en “persona”. Siento verte aquí porque pienso que tu y yo deberíamos estar en el cielo. Nosotros fuímos grandes defensores de los desposeídos, siempre estuvimos animados de una gran sed de justicia social, así lo decíamos en nuestros discursos y cartas. Tu entregaste la vida luchando por el campesinado de América Latina. Yo entregué la vida por tratar de completar mi obra social. Por qué, enonces, estamos aquí y no allá?”.
“Hola, Hugo", le respondió el Ché. "Ya tengo suficiente tiempo aquí para entender lo que a tí todavía te parece injusto, la razón por la cual estamos aquí y no allá. Ahora lo entiendo. Yo quise hacer el bien a los pobres. Creo que tu también. Pero, cual es el problema? Ahora me doy cuenta de nuestro inmenso crimen. Quisimos hacer el bien a la fuerza! Quisimos favorecer a un grupo a los carajazos, a costa de la exclusión y sufimiento de otros grupos que no se merecían ser humillados e identificados por nosotros como los culpables de la miseria ajena. Yo me fuí a las montañas de América a hacer una revolución continental, sin que se me ocurriera preguntarle a los montañeses si estaban o no de acuerdo con ella. Y fueron ellos quienes me derrotaron y entregaron a las fuerzas armadas de aquel país. Tu pensaste que ayudar al pobre era un simple asunto de caerle a realazos y decirles que la clase media era la culpable de su pobreza. Ese mensaje tuyo fue pésimo, porque era demagógico, porque partió a tu nación en dos pedazos, cuando tu responsabilidad era la de mantenerlo unido. Perdóname, pero la cagaste, Hugo".
El difunto regresó a su cubículo muy deprimido. La depresión, la tristeza, la desesperanza, son todas sensaciones infernales, peores que el dolor físico.
Y, además, son eternas.
2 comentarios:
Demasiado bueno, esperamos otros repartos, incluyendo futuros encuentros con otros "heroes" de la robolucion
Lo disfruté tanto que lo leì una y otra vez.
Muy de acuerdo en que se siga estilo serie pero con los otros personajes y "héroes" de la Roboluciòn.
ojpa
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