sábado, 5 de agosto de 2017

Stravinsky y Borges: De la poética musical a la música de las palabras


En estos días de tribulación espiritual causada por el incierto destino de Venezuela me he refugiado en dos pequeñas obras maestras de  Igor Stravinsky y Jorge Luis Borges. Ambas obras contienen las lecciones dadas por ellos en la Universidad de Harvard, las llamadas Lecciones Norton en Poesía.
Estas dos extraordinarias meditaciones sobre poesía, música y la magia musical de las palabras constituyen para el lector una fuente de gran placer estético. Las lecciones de Stravinsky, dichas en francés (leo la traducción al inglés), están alineadas y explicadas en su primera lección llamada “Para que nos conozcamos”,  en riguroso orden y adhesión a una disciplina musical que él define como su principal característica. Entre lo que nos dice en esa primera conferencia, rechaza el apelativo que le dieron de “revolucionario”, por haber compuesto “Petrushka”  o “Los Ritos de la Primavera”. Define “revolución” en su sentido más correcto de un movimiento circular que siempre termina por llegar a su punto de origen. Nadie que haya visto lo que ha pasado en Rusia, Cuba y Venezuela puede negar lo cierto de esta definición. Stravinsky nos dice que su música no fue revolucionaria sino simplemente innovadora. Nos advierte: ¿“Por qué darle ese nombre, el cual es sinónimo de violencia y destrucción a lo que fue simplemente un acto de originalidad?”.
Las lecciones de Borges fueron dadas en inglés, ese inglés melodioso y lento de Borges, dichas de manera totalmente espontánea, sin una guía escrita. Sin embargo, resultan ser totalmente coherentes, llenas del delicioso misterio de sus  palabras. A diferencia de Stravinsky, quien se mostraba muy consciente de su importancia, Borges suena humilde, acompañado por un fino sentido del humor expresado frecuentemente a sus propias expensas. Las he leído en una bella traducción al español y las estoy pidiendo en el inglés original. En ellas Borges dice sentirse orgulloso de ser un discípulo, siempre intentando pensar lo que sus maestros hubieran pensado. En la primera lección Borges nos dice que el título dado por Cervantes a su obra maestra: “El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha” contiene palabras que se han ido ennobleciendo con el tiempo. Al escribirlo, Cervantes probablemente pensó en un hidalgo como un señor aldeano y en el nombre de Quijote como algo cómico, similar al nombre Pickwick, urdido por Dickens. Al decir que era de La Mancha quizás solo quiso decir que venía de un lugar con sabor rural, algo así como decir: “Don Quijote de Kansas City”. (Y aquí pide excusas a algún asistente quien pudiese ser de esa ciudad). Hoy en día, continúa Borges, el sonido de esas palabras ha mutado para convertirse en algo mágico.  La belleza de las palabras, dice Borges,  siempre nos está esperando. Y aquí cita, como ejemplo, una estrofa de Robert Browning: “Just when we are safest, there is a sunset-touch; a fancy from a flower bell, some one’s death; a chorus ending from Euripides”. “Y, precisamente cuando nos sentimos más seguros, llega una puesta de sol; el encanto de una corola, alguna muerte; el final de un coro de Eurípides”.
Para Stravinsky, en su segunda charla, el sonido de la brisa en el bosque, el flujo del agua en el riachuelo, el canto del pájaro, nos causan placer y nos pueden hacer exclamar: “Cuan bella esa música”. Pero ello no es música, apenas una promesa de música. La música es un acto de creación del hombre. Los elementos tonales solo llegan a ser música al organizarse. El arte aparece cuando a los regalos de la naturaleza se le agregan los beneficios del artesano.
 Borges trata este mismo tema y lo ilustra con la bellísima línea de Geoffrey Chaucer: “The life so short, the craft so long to learn”. “La vida tan corta y tan largo el aprendizaje del oficio”.
Stravinsky nos habla de metro y ritmo. El metro subyacente permite elevar el ritmo al primer plano del oído. En jazz, nos dice, es el ritmo lo que nos sorprende y es el metro el que proporciona la regularidad que le sirve de sustento. No hay conflicto tanto como colaboración. En su tercera conferencia Stravinsky defiende el atonalismo pero reitera la gran importancia de la melodía. Nos habla de Beethoven, quien no tuvo ese divino regalo de la melodía y de Bellini, quien lo tuvo sin esfuerzo. Yo agregaría a Tchaikovsky entre esos afortunados a quienes la melodía llegaba sin esfuerzo. Stravinsky nos advierte, sin embargo, en contra de darle a la melodía demasiada importancia y de nuevo llama en su auxilio a Beethoven. ¿Cómo explicar la fuerza de su música, nos pregunta, si todo dependiera de la melodía?
En una nueva charla Borges discurre sobre la metáfora y sugiere que, a pesar de que existen millones de metáforas, todas se desprenden de un grupo muy pequeño de modelos, no más de un puñado. Una de ellas es la metáfora que une ojos y estrellas, la cual quizás arranca con Platón, quien dice: “desearía ser la noche para mirar tu sueño con mil ojos”. Su segundo ejemplo de metáfora es el maravilloso verso de Chesterton en  “Una segunda niñez”, el cual dice: “But I shall not grow too old to see enormous night arise; a cloud that is larger than the world; and a monster made of eyes”.  “Pero no envejeceré hasta ver surgir la enorme noche; nube que es más grande que el mundo; un monstruo hecho de ojos”.
Un tercer modelo de metáfora mencionado por Borges es aquel que se refiere al tiempo como un río. Recuerda a Jorge Manrique: “Nuestras vidas son los ríos; que van a dar a la mar; que es el morir”. En su propia obra, Borges habla del río del tiempo fluyendo hacia atrás, una maravillosa intuición que hoy es apoyada por hallazgos científicos sobre el posible origen del universo, según los cuales el futuro y el pasado serían como una serpiente que se muerde la cola. La cuarta metáfora básica mencionada por Borges se refiere a la mujer y la flor y la quinta a la vida como sueño, hecha famosa por Calderón de la Barca y por Shakespeare, quien dice: “We are such stuff as dreams are made on”. “Estamos hechos de la misma materia que los sueños”. Cita Borges el maravilloso poema de Robert Frost, quien habla del sueño como la muerte: “The woods are lovely, dark and deep; but I have promises to keep; and miles to go before I go to sleep…”. “Los bosques son hermosos, oscuros y profundos; pero tengo promesas que cumplir; y millas por recorrer antes de dormir”.   
Stravinsky se pregunta cuál es la verdad en la música. Admite que un árbol sea evaluado por sus frutos pero lamenta que se olvide la importancia de las raíces. Al hablar de la inspiración nos advierte que debemos prestar igual atención al sudor del creador, al trabajo de amasar la harina para llegar al pan. Nos recuerda que el artista no solo es un intelectual sino un artesano.  Montaigne hablaba de “pintores, poetas y otros artesanos”.  En uno de sus viajes, narra Stravinsky, el guardia de la frontera francesa le preguntó su profesión y el respondió: “soy inventor de música”. El gendarme le respondió que su pasaporte hablaba de “Compositor”. Le respondió que el término inventor era mucho más preciso que el de compositor, ya que contiene un elemento de invención y de imaginación que no se encuentra en la mera composición.
Para Stravinsky la apreciación de la música es una combinación de cultura adquirida  y de gustos innatos.
 Borges considera la narración épica como una de las grandes protagonistas de la historia de las palabras. Tres épicas son fundamentales en su criterio: “la de Troya, la de Ulises y la de Jesús”. En este sentido Borges nos dice algo que todos hemos experimentado alguna vez: hay personajes que han sido descritos por  el genio de un autor en unas pocas frases y quienes nos han resultado inolvidables. Pensamos en Hamlet, en Julieta, quienes  “viven y mueren en unas pocas frases pero a quienes llegamos a conocer íntimamente”. Y, por supuesto, en la saga de Jesús, maravillosamente contada en la Biblia. Estas narraciones fundamentales, nos dice Borges, han sido las semillas del verso. La poesía, nos dice Borges, no pretende cambiar la realidad por magia, simplemente devuelve al lenguaje su naturaleza originaria.  
Stravinsky habla del sello que la cultura imprime a los músicos de una ‘época”. Haydn y Mozart son buenos ejemplos de un estilo influenciado por la cultura pero cada uno de los dos compositores llevó a cabo su milagro musical muy individual. De vez en cuando, dice Stravinsky, surgen luces de origen desconocido y cuya existencia parece incomprensible. Una de ellas fue Héctor Berlioz, el padre del poema sinfónico, quien influenció a Rimsky Korsakov (maestro de Stravinsky). Stravinsky no aprueba esas apariciones. Habla de la necesidad del orden y alega que, sin sumisión al orden, no hay libertad. Al decir esto (preocupante si estuviera hablando de política), ilustra lo que dice con la Fuga musical. La fuga, nos dice, exige una sumisión total a las reglas. Y es dentro de esas limitaciones que el compositor encuentra su plena libertad creadora. Cita a Leonardo de Vinci, quien dice que la fuerza muere en libertad.
Borges, por su parte, argumenta que cada idioma tiene las palabras que necesita. Por ejemplo, en Escocia existe la palabra “eerie”, la cual no existe en otros idiomas. Ello sugiere que un idioma no es el producto del trabajo de filólogos sino que ha surgido con el tiempo de las necesidades de la gente, los pescadores y cazadores, del vulgo y de caballeros. No nace en las bibliotecas sino en los campos, en el mar, viene de la noche y del alba.  
Hay versos que no tienen sentido para la razón, dice Borges, pero si tienen sentido para la imaginación. La poesía se siente más que se entiende. Esto que nos dice Borges fue de gran consuelo para mí puesto que tiendo a preferir la poesía que no entiendo, como la de T.S. Eliot. Es verdad que uno siente más que entiende cierta poesía. Nunca he entendido “La Canción de amor de J. Alfred Prufrock” pero me ha fascinado su ritmo, su melodía, su música. Borges nos da un ejemplo de un verso que no requiere ser entendido sino que puede ser disfrutado como una canción: Es del poeta boliviano Ricardo Jaime Freyre: “Peregrina paloma imaginaria; que enardeces los últimos amores; alma de luz, de música, de flores; peregrina paloma imaginaria”. Borges dice: “no significa nada pero se sostiene como un bello objeto”.
Al despedirse después de esta charla Borges dice: “mi última charla será sobre un pota menor. Hablare de mi”.
Stravinsky le dedica una charla a la música rusa, quizás mi música clásica favorita. Comienza diciendo que la mayoría de quienes comentan sobre ella lo hacen en términos étnicos, por sus sonidos exóticos y u orientalismo. Dice, con humor, que la música rusa rima con vodka, samovar y balalaika. Habla de la relativa corta edad de la música clásica rusa, la cual solo aparece con fuerza a partir de mediados del siglo 19, con Glinka, el pionero, quien anuncia al grupo de los Cinco: Rimski-Korsakov, Borodin, Mussorsgky, Balakirev y César Cui. De este grupo su preferido es Rimski-Korsakov, quien sería su maestro. Profesa más admiración por Tchaikovski a quien consideró más culto musicalmente, más universal, no tanto nacionalista como simplemente muy ruso en su raíz. Tchaikovsky, digo yo, sería al grupo de los Cinco lo que Aldemaro Romero al  Carrao del Palmarito.
 Stravinsky le dedica mucha atención a la música rusa durante el comunismo, ilustrando como el totalitarismo soviético deformó su sentido original. Cita, para mofarse de él, la explicación del notorio escritor estalinista Alexis Tolstoi sobre la Quinta sinfonía de Shostakovich. Tolstoi la llama “la sinfonía del socialismo”  y explica como el primer movimiento es el Largo de las masas y como el Allegro simboliza las maquinarias industriales de la revolución, blá, blá.
La última charla de Borges se titula “Credo de Poeta”. Cuenta haber oído a su padre recitar “Oda a un ruiseñor” de Keats y como aquellas palabras, aún sin entender su significado, le conmovieron y le llegaron al alma, gracias a su música: “the voice I hear this passing night was heard; in ancient days by emperor and clown.”. “La voz que oigo esta noche fugaz es la que oyeron en los días antiguos. El labriego y el rey…”.
Agrega Borges que aunque la vida del hombre tenga muchos días todos ellos pueden ser reducidos a uno: el día en el que él averigua quien es. Cuando Borges escuchó los versos de Keats, en ese momento supo que él era un literato.  Borges regresa a hablar del Quijote y dice que para él las aventuras del caballero pueden o no ser ciertas, lo importante para Borges era el personaje. “Creo en él”, dice Borges, como cree en Sherlock Holmes aunque pueda no creer en sus aventuras. Sobre todo, cree en la amistad entre Holmes y Watson y entre el Quijote y Sancho. Al contrario, nos dice Borges, creo en la historia de “Moby Dick” pero no en el capitán Ahab. Aunque no entiendo bien lo que dice Borges, no puedo menos que sentirme de acuerdo con él.
Borges termina su ciclo de conferencias recitando uno de sus poemas: “Spinoza”, el cual termina así: “Libre de la metáfora y del mito; labra un arduo cristal: el infinito; mapa de Aquél que es todas sus estrellas”. Típico de Borges, quien trató, más que ningún otro poeta que conozca, de levantar el velo del gran misterio de la creación del cosmos.
Stravinsky nos dice, al final de sus charlas, que la necesidad de crear supera todos los obstáculos. Como la mujer en parto, hay dolor y angustia, pero luego hay alegría por ver un nuevo ser humano sobre la tierra.
La música, nos dice,  es una forma de comunión con nuestros semejantes y con el creador.

Y, diría Borges, también lo es la poesía. 

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Borges, el grande. Maria Kodama habla de la pasión del maestro por

El idioma islandés. Lo estudiaba concienzudamente. Y cómo olvidar

La visita a "Lectura" en Chacaito. Lo acompañaba el inolvidable

Walter Rodriguez.

Gracias por esta lectura, Gustavo.

Ubaldo dijo...

Hoy el comandante Coronel, dejó el fusil a un lado y tomó la lira. Poeta, es bueno un descanso. De las artesanías, me gusta hacer pan. El humilde pan campesino, bien amasado y reposado, con su concha dura y entalcada con harina, como un payaso. El pan blanco, hecho en la prisón del molde, tapado para que no vea su crecimiento, y para que luego sea rebanado, tostado y rellenado con el sabroso queso paisa y el jamón planchado. Pero el pan hebreo, que sirve para el rito del sabbat, que no es mi rito, pero que es tan bueno, que comparte su pan. Ese hermoso pan dorado, tejido en crinejas,con semillas encima de ajonjí o amapolas, que como la vida y la muerte, se puede hacer en forma de rosca. Usted se imagina poeta, una reuníon con Borges, Stravisnky, y un humilde panadero. Gracias Coronel, su prosa de hoy, es un calmante al alma.

Ubaldo dijo...

Perdone que vuelva a interrumpir, pero olvidé agregar algo. Nuestro humilde y buen poeta que fue Andrés Eloy Blanco, escribió unas décimas, basadas en un poema venezolano, anónimo, popular: "Y eso lo sabe cualquiera, cuando el pan se pone amargo, o ha llorado el panadero, o el que come está llorando." Poeta esa es nuestra patria en estos momentos terribles. Un abrazo, sincero de un venezolano.