jueves, 23 de noviembre de 2017

En el dia de Acción de Gracias


Ten siempre a Ítaca en tu mente. 
Llegar allí es tu destino. 
Más no apresures nunca el viaje
                                  Constantino Kavafis

Días atrás el hombre tuvo un sueño hermoso, tan hermoso que lo recordó perfectamente al despertar. Iba caminando por una gran ciudad, quizás Nueva York o Chicago, de regreso a su hotel. De repente, desde una intersección, a su derecha, vio asomar una alta proa. Era un inmenso barco trasatlántico que se deslizaba por la calle y aparecía ante sus ojos. Estaba bellamente iluminado, cada cubierta adornada de diferentes colores.  Se veía a los viajeros y se podían oír sus risas, así como la música de un vals. Era un espectáculo encantador que lo llenó de alegría. Se dio cuenta de que el inmenso barco era una imagen proyectada por múltiples faros que operaban desde los edificios adyacentes. El trasatlántico era una imagen, pero de una realidad impresionante y contemplarlo le dio una sensación de gran bienestar.
Al día siguiente comentó su sueño con su esposa, con quien pronto cumpliría sesenta años de matrimonio.
Noches después soñó de nuevo con el inmenso barco. Desde la cubierta un grupo de pasajeros, cuyas caras le eran familiares, le hacían gestos para que se uniera a ellos. Él les gritó que no podía porque su esposa no estaba con él. Los pasajeros se sonreían y seguían invitándolo a unirse a ellos. Al despertar le comentó a su esposa que había soñado de nuevo con el inmenso trasatlántico y que había sido invitado por algunos pasajeros a entrar pero había preferido regresar a casa. La esposa se rio y le dijo que, si soñaba una tercera vez con el barco, que lo visitara y le contara. 
Anoche, al acostarse, cuando se preparaba para dormir, comenzó a pensar en el barco y lo invadió una gran tristeza. Pensó que, al dormir y soñar se uniría a los pasajeros que lo invitaban a subir,  pero él no deseaba hacerlo. Sabía que al subir al barco se encontraría de nuevo con sus amigos fallecidos, con sus padres y su hermana, a quienes pensó que no vería nunca más. Pensar en eso debía hacerlo feliz pero lo llenaba de tristeza. Se levantó de la cama, le dijo a su esposa que no tenía sueño, que iría a su computadora por un rato, antes de regresar a dormir.
Al llegar a su computadora escribió unas notas sobre su sueño. Y por  algunas horas se mantuvo despierto, temeroso de regresar a dormir. No quiero soñar más con ese barco, pensó. Sin embargo, el sueño lo venció, regresó a su cama y se quedó dormido. En su sueño vio de nuevo el inmenso barco y los pasajeros que lo invitaban a subir. En el dorso del barco vio el nombre “ÍTACA”. Sin darse cuenta subió por la rampa y se encontró con su padre, quien lo abrazó. Era su padre pero  joven, como lo recordaba  desde su niñez. Y vio a sus amigos, también jóvenes, como los había conocido por primera vez. Y su madre y su hermana, todos estaban allí, en aquel bello barco de colores alegres. “Tienes tu camarote cercano al nuestro”, le dijo el padre. “Verás lo bello que es el viaje y cuanto disfrutarás de los cielos azules, de la serenidad del océano, de las bellas islas que encontraremos”. El hombre le dijo al padre: “pensaba que Ítaca era el destino, no el barco”. Y el padre le respondió: “Ítaca es el barco y el destino”.
A pesar de la inmensa alegría de ver de nuevo a sus padres, a su hermana y a los queridos amigos a quienes nunca había olvidado, el hombre no caminó hacia su camarote sino que comenzó a llorar frente a su padre, un llanto  inconsolable y silencioso, de lágrimas tranquilas como el agua de un manantial. El padre sabía la razón de su llanto y le dijo: “No te preocupes. Ella también vendrá con nosotros en el futuro”.
Sin embargo, el hombre negó con la cabeza, pegó un grito y se lanzó por la borda. El grito lo despertó y despertó a su esposa, quien dormía a su lado. ¿“Que sucede?”, le preguntó alarmada.
Y el hombre le dijo: “Perdona, pero es que soñaba. Querían que me fuera con ellos, no quise dejarte sola”.
¿“Quienes son ellos?”, le preguntó la esposa.
Y el hombre no respondió porque no quería que su esposa lo viera llorando.   El sueño le recordó que  el día de acción de gracias es no solo la ocasión para recordar a nuestros sagrados muertos sino una reafirmación de la vida al lado de quienes amamos.

Porque ya lo decía Thornton Wilder en “El puente de San Luis Rey”: “Hay una tierra de los vivos y una tierra de los muertos y el puente que los une es el amor”.  

1 comentario:

Mario Moretti dijo...

Gracias! Muchas gracias Gustavo.. Me ha hecho llorar varias veces, cada vez que lo vuelvo a leer!!