En los últimos 50 años de mi vida he adversado activa y publicamente a varios presidentes venezolanos. Adversé a Marcos Pérez Jiménez por dictador y por corrupto y conspiré en su contra. Adversé a Carlos Andrés Pérez por su insensata “Gran Venezuela”, aunque lo acompañé en buena parte de su primera presidencia por su excelente tratamiento de la nacionalización petrolera. Adversé a Luis Herrera por demasiado laxo en el ejercicio de sus funciones. Adversé a Jaime Lusinchi por corrupto y por dejar que la Sra. Ibañez mandara indebidamente en el país. Adversé a Rafaél Caldera II por sus resabios viscerales contra el sector privado y por su actitud celestina sobre el golpe y sobreseimiento del hoy déspota.
Hasta allí yo adversaba. Ahora no adverso, combato. Lucho contra el déspota en el poder porque considero que cada día que Venezuela pasa en sus manos se traduce en un profundo daño moral, espiritual y material para mi país. Este régimen combina los peores ingredientes de ineptitud, corrupción, autoritarismo e ignorancia de todos los gobiernos que mencioné anteriormente. No puede ser adversado con reglas del juego civilizadas que guían a las verdaderas democracias sino combatido decididamente.
Arriesgo poco porque no vivo en Venezuela ni tengo bienes expropiables. Me acerco a los ochenta años, sin ambiciones de riquezas o de prestigio. Jamás he dejado de decir lo que pienso y cualquier precio que uno pague por mantenerse libre y dueño de su vida es una ganga.
Once años después de la llegada del déspota al poder abusivo no tengo dudas de que ha sido ilegítimo, corrupto, mentiroso, insensible a las verdaderas necesidades de su pueblo, ruinoso para el país y un ejemplo de doblez, traición y prodigalidad que pasará a la historia del hemisferio como unos de los capítulos más negros de la vida política latinoamericana. Hemos tenido líderes indignos: los Perón y los militares en Argentina; Allende (morir dignamente no es lo mismo que gobernar dignamente) y Pinochet en Chile; los militares brasileños; Velasco Alvarado en Perú; Rojas Pinilla en Colombia, Bucaram en Ecuador, Chapita en República Dominicana; los Somoza y Ortega en Nicaragua; los Duvalier en Haití y tantos otros. Pero el déspota rompe los moldes. Entre sus crímenes: (1), promover la captura de nuestro país por la Cuba castrista; (2), tolerar y proteger en nuestro territorio a los asesinos de las FARC, (3), estructurar gabinetes de atrasados mentales, invertebrados y ladrones para manejar a nuestro país según sus órdenes, (4), prostituir a PDVSA y al ejército y quebrar a la CVG definitivamente y (5), dejar podrir la comida que pertenecía a los pobres venezolanos.
El déspota nunca ha gobernado, solo habla de política e insulta a quienes se le oponen, en lugar de resolver de manera estructural las necesidades de su pueblo. A los once años de su régimen Venezuela es parte cementerio, parte basurero, parte cloaca moral y la gran concentración de payasos en el poder.
El fin está cerca debido a su propia ineptitud. Su satrapía fue posible por la indiferencia, mediocridad y codicia de nuestros militares, burócratas y miembros de las diversas clases sociales, cada quien pensando de manera egoísta. Dejaron que el cantinero se alzara con el país.
Hoy hace una llamada a las FARC para que “depongan la lucha armada”. Que cinismo. Ese disco se le rayó. Ahora viene La Haya, el degredo.
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