Me compré unos tanquecitos y dos aviones rusos pá mí.
“Mientras más me critiquen mis viajes a Irán más voy a ir para allá”, exclamó Hugo Chávez hace un par de días. Esto es típico de muchacho malcriado, como el que dice: “Mientras más me regaña mi mamá más me como los mocos”.
De igual manera el costosísimo e inutilísimo y peligrosísímo proyecto nuclear no tiene otro propósito que decirle a los Estados Unidos : “A que no me quitas la pajita del hombro”? Eso es todo. No hay ninguna razón energética, estratégica, comercial o financiera para acometer este insensato proyecto. Al contrario pondría a Venezuela en un grave aprieto tener que dedicarle un dineral que no tiene y que, si tuviera, estaría mucho mejor empleado en inyectarlo a la miserable infraestructura física del país, cuyas carreteras, hospitales y escuelas están en ruinas.
Más allá de la insensatez de este proyecto está la manera grotesca como Hugo Chávez está manejando el país, ante la pasiva aceptación de las instituciones que deberían cuidarnos de invasores y de malandros o de seres anormales en el ejercicio de la presidencia. Las actuaciones presidenciales de Hugo Chávez son tan escandalosas que se comparan a las de un chofer borracho a cargo de un autobus lleno de niños cuyos padres ven para otro lado.
No hay dicho más sabio que “la culpa no es del ciego sino de quien le da el garrote”. Hay millones de venezolanos que ya no consideran a este loco inepto como su presidente, pero aún no existe en Venezuela una masa crítica que insurga decididamente contra el niño malcriado y le de tres correazos (Rafaél no sería uno de ellos).
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