jueves, 14 de mayo de 2015

Ángeles de la guarda




Yo voy a enviar un ángel delante de ti, para que te proteja en el camino y te conduzca hasta el lugar que te he preparado» (Éxodo 23, 20)

Ángel de mi guarda,
dulce compañía,

Los cristianos tienen la hermosa creencia de que, al nacer, reciben un ángel de la guarda que les sirve de protección durante toda su vida. En la realidad, cada uno de nosotros ha tenido una y, casi siempre, más de una persona quien nos ha ayudado, motivado, educado para salir adelante en la vida, para ser mejores. Yo he tenido varios. En momentos en los cuales tuve necesidad de ayuda material o espiritual siempre  recibí el apoyo de una persona, no siempre la misma.
Por supuesto, uno ve hacia atrás e identifica de inmediato sus principales ángeles de la guarda: sus padres. Ellos nos crearon y nos criaron. Su amor nos hizo adquirir confianza en nosotros mismos, nos enseñó el significado del sacrificio y nos selló en la frente con un patrón de conducta que nunca abandonamos en la vida adulta, no solo porque no quisimos o queremos sino porque no pudimos o podemos. Los patrones de conducta recibidos de nuestros padres echaron raíces tan profundas que se convirtieron en  un ingrediente casi fisiológico de nuestras personas.
Pero la vida nos va regalando otros maravillosos ángeles de la guarda. En la escuela secundaria tuve dos, a falta de uno: Isaías Ojeda y Jorge Losch, sacerdotes salesianos en el Liceo “San José” de Los Teques.  Isaías quiso hacerme filósofo y Jorge geólogo. Ganó Jorge pero siempre he pensado que, como geólogo, siempre he adoptado  una posición filosófica. Me hice firme creyente de la “navaja de Ocam”, aquello de que la respuesta/solución correcta a los problemas más complejos es casi siempre la más sencilla. Mientras viví en Venezuela, cada año subía la empinada cuesta que conduce al cementerio de Los Teques para hablar con ellos y  agradecerles todo lo que hicieron por mí.
En la Universidad de Tulsa encontré un ángel de la guarda disfrazado de profesor de paleontología. En un momento en el cual sentí que estaba perdiendo la batalla en contra de los trilobites del Ordovícico,  me dijo: “No te angusties. Tú eres el mejor estudiante venezolano que jamás he tenido”. Esa frase me llenó de orgullo y me estimuló para superarme. Tiempo después me di cuenta de que yo había sido su único estudiante venezolano.
En el trabajo, cuando llegué a Maracaibo a trabajar con Shell, me encontré con que era el único geólogo de campo venezolano en ese momento. Encontré un ángel de la guarda, esta vez escocés, Bill Milroy. Su generosidad me hizo sentir aceptado por el equipo, en el cual había geólogos suizos, ingleses y holandeses, casi todos quienes  me superaban en nivel técnico. Bill intuyó correctamente que mi camino no era el de más estudios para ser un PhD sino más trabajo de campo. Aprendí en el campo, de la mano de  otro ángel de la guarda llamado Konrad Habicht. El y su esposa me adoptaron y recuerdo que, un día de mi cumpleaños, cuando yo estaba trabajando entre Falcón y Lara, a unas diez horas de malos caminos de Maracaibo, los vi llegar a mi campamento, con una torta.
Después de mi carrera técnica, ya a niveles gerenciales medios, tuve la gran suerte de encontrarme con quien llegaría a ser mi jefe, uno de mis mejores amigos y un constante objeto de mi admiración: Alberto Quirós Corradi, una curiosa mezcla de campechanía y sofisticación.  Trabajando junto a él aprendí mucho sobre gerencia y, en particular, sobre la manera de ver los problemas corporativos desde arriba, sin perderme entre los árboles del bosque, con lo que podría llamarse una visión de helicóptero. Un incansable innovador, Alberto me enseñó a no temerle a los conflictos de la organización, sino traerlos a flote, dejarlos emerger, como paso previo indispensable para solucionarlos.
Un incidente serendípico marcó mi carrera, gracias a C.C. Pockock, quien llegaría a ser el jefe máximo del Grupo Shell. Una madrugada, al llegar yo al Hotel Lagunillas de trabajar en un pozo, agotado y cubierto de barro, me crucé con Pockock y su bella esposa, trajeados de etiqueta, saliendo de un baile. Me dijo: “Me alivia ver que hay quienes trabajan en nuestra empresa, mientras nosotros estamos de fiesta. Como es su nombre”?  Este encuentro me puso en el camino de ser, eventualmente, Director de la empresa.
Cuando debí salir de la industria petrolera debido a un encontronazo con el mundo político, ángeles de la guarda me protegieron. Francisco González de Tecnoconsult me ofreció trabajo. Rafael Tudela me ofreció trabajo. Hans Neumann me ofreció trabajo.  Mi querido amigo Pedro Pick, Dios lo tenga a su lado, fue factor importante en mi ida a Harvard como investigador y hasta me encontró apartamento antes de mi llegada. Alberto Quirós, de nuevo, Jack Tarbes y Guillermo Rodríguez Eraso, los tres hoy fallecidos,  se unieron para lograr que mi salida de PDVSA fuera digna y no como lo había planeado alguna otra gente que no me quería tan bien.
Cuando llegué a Washington, a vivir fuera de la Venezuela de Chávez, me recibió un formidable ángel de la guarda, un ilustre venezolano, quien me ofreció empleo y me ha dado muestras todos estos años de una especial y estrecha amistad durante mi estadía en una de las ciudades más bellas del mundo. También tuve el constante apoyo de una dama a quien nunca conocí personalmente pero a quien conocí muy bien a través de nuestras cartas y mensajes de internet: Emma Brossard. Al morir, Emma escribió a un señor en Washington y le dijo que me cuidara. Este señor, a quien llamaré Ralph, me llamó, me invitó a almorzar para conocerme y me ha ofrecido su amistad, buenos consejos y apoyo durante todos estos años.
Y así como ellos, hay otros. Sé que existe una especie de conspiración silenciosa de ellos para hacerme la vida más fácil, para protegerme, en ocasiones hasta de mí mismo. Voy alegre por la vida, sabiendo que ando protegido. Ando en mi camino bajo la amable supervisión de una legión de ángeles de la guarda, algunos ya desde el cielo, otros sobre la misma tierra. Nunca pidieron ni han pedido nada a cambio, esa es la esencia de la verdadera amistad y el verdadero amor.  

Yo trato de justificar, con mi conducta, la protección y el cariño que he recibido.  

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Gracias Don Gustavo. Un excelente reflejo de una excelente persona.
IC

Anónimo dijo...

Me parece que Heráclito, el "oscuro de Efeso", con aquella definición de 'Logos', la inteligencia que marca el rumbo, permite entender muchas cosas de cómo nos va o nos deja de ir.

Afirma Heráclito: El carácter de un hombre es su destino.

En Gustavo Coronel eso se hace evidente. Y que sigan los años y las celebraciones, que lo mejor está por venir.

Un gran saludo desde Hannover, Alemania.

Anónimo dijo...

Es el eslabon de la vida.
No faltan esos seres que nos tienden la mano, sobre todo, cuando otros nos han hundido. Muchas veces, el bien que le hemos hecho a alguien nos regresa como un bumeran desde un desconocido.

A usted le toca unirse en forma de un anillo a esa cadena de supervivencia para ayudar a otros y asi sucesivamente...

Unknown dijo...

Gustavo. conoces al Ing Marcias Martinez?, creo que en algun momento en que quedaste sin trabajo te recibio en su oficina en Maracaibo y te permitio trabajar en ella.

F J Baptista dijo...

Bello y sentido relato Gustavo. Me has hecho recordar mis angeles de la guarda que me han ayudado y acompa~nado en buenos y menos buenos momentos. Algunos de los que mencionas los he conocido y me consta que son personas especiales. El caso de Pedro Pick es uno y por supuesto Rafael Tudela, quien en un momento muy duro de mi vida a raiz de la muerte de mi padre, me tendio su mano en amistad y con gran generosidad de su tiempo. Me reuni con 'el muchas veces en los meses siguientes a la desaparicion de Federico padre.
Saludos

Gustavo Coronel dijo...

Hola Emirva:
Conocí al Ingeniero Marcías Martínez, de toda mi consideración. Sin embargo, nunca trabajé con él o para él.
Un buen saludo para Marcías,
Gustavo