Acaba de morir a los noventa años una mujer inovidable: Jennifer Jones. Por años siempre regresé en el recuerdo a una película dominada por su rara belleza, una de esas películas que dejan una impresión indeleble: El retrato de Jennie.
La historia camina la cuerda floja entre la realidad y la fantasía. Es una de esas historias donde las vidas de seres humanos que pertenecen a diferentes épocas se cruzan tragicamente.Estas historias representan la quinta esencia de lo romántico porque tienen que ver con amores imposibles. Cuando vi esta película, a fines de los años cuarenta, estaba en plena adolescencia, esa etapa de la vida en la cuál la tragedia, casi siempre imaginaria, es la dueña de nuestras vidas y el espíritu piensa que los únicos amores importantes son aquellos no correspondidos. Es la época de leer a Orlando El Furioso y su amor desesperado por Angélica, Servidumbre Humana, La Montaña Mágica, el Diario de Amiel o una de las creaciones del prolífico Alejandro Dumas: Raúl, Vizconde de Bragelonne y su trágico amor por Luisa de la Valliere.
En esa película comencé también a disfutar de la música del film como elemento con vida propia. Es de Dimitri Tiomkin y usa como tema la dulce melodía de Debussy, “La doncella de los cabellos de lino”. Eran años de verdaderos gigantes de la música para películas: Tiomkin, Erick Korngold, Miklos Rozsa, Max Steiner, Elmer Bernstein.
La actuación en esa película fue uniformemente memorable, Joseph Cotten como el pintor de Jennie, Ethel Barrymore y, por supuesto, Jennifer Jones. Es sorprendente que su actuación en esta película no fuese considerada para un Oscar, mientras que si lo fue su actuación posterior en “Duelo al Sol”.
Con la muerte de Jennifer Jones, a quien nunca pude olvidar, se me va un buen pedazo de mi adolescencia, uno que aún andaba por allí agazapado, como una hoja seca entre las páginas de un libro no leído por décadas.
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