LULA DA SILVA Y LA GRAN ALCAHUETA.
Antonio Sánchez García.
Imposible cinismo mayor que el del presidente del Brasil, Lula da Silva. Se conmueve profundamente por el asesinato de Orlando Zapata Tamayo - el albañil de 42 años torturado en prisión desde que se le encerrara en las mazmorras del régimen castrista por declararse disidente -, y expresa al mismo tiempo su inmenso regocijo por el largo encuentro que ha sostenido a continuación con sus asesinos, los hermanos Castro. Digno de una película de Scorsese.
Más insólito aún es que la prensa internacional recoja las cínicas declaraciones de pesar de Lula como única expresión de los gobernantes de la región ante un hecho que ha conmovido a la opinión pública mundial, llevando a gobernantes y parlamentarios europeos a expresar su indignación por las graves violaciones a los derechos humanos que se vienen practicando contra disidentes y opositores en la isla del Dr. Castro desde hace medio siglo. Y que encontrara una inaceptable muestra de crueldad con el asesinato en cámara lenta y durante 85 días de un modesto trabajador cubano, que prefiriera antes la muerte que aceptar ser tratado como un delincuente común. En el colmo de la crueldad, hoy se le entierra encadenado y rodeado de cuerpos policiales, para que no reciba ni un adiós de sus compañeros, amigos y familiares. ¿Nada que expresar la Sra. Bachelet, cuyo padre muriera como consecuencias de las torturas a que lo sometiera el dictador Augusto Pinochet? ¿Nada que decir el presidente Álvaro Uribe, cuyo padre fuera asesinado en un cruento acto de terrorismo por las narcoguerrillas colombianas? ¿Nada que agregar el cordial anfitrión Felipe Calderón, cuya designación fuera torpeada por las fuerzas conjuntas de la subversión mejicana - Castro, Chávez, López Obrador?
Frente al vergonzoso silencio de las izquierdas latinoamericanas, incluidas las llamadas neo izquierdas o, bajo un insólito eufemismo, las fuerzas del “progresismo” que encuentran su más cabal expresión en el Sr. Lula Da Silva y su candidata, la ex terrorista y secuestradora brasileña Dilma Roussef, cabe preguntarse si las torturas y los asesinatos provocados por los torturadores de izquierda son menos violatorios de los derechos humanos que los causados por la derecha. Que guarda silencio seguramente porque siente el peso de su rabo de paja. Aunque un muerto de Castro vale, al parecer, la milésima parte de un muerto de Videla. Porque de lo contrario, ¿a qué se debe este ensordecer silencio de las mismas cancillerías latinoamericanas que hace unas horas festejaban con el asesino de Orlando Zapata un florido encuentro en las costas mejicanas? Por cierto: un ominoso silencio de izquierdas, centros y derechas de un continente paralizado por la complicidad y la inmoralidad.
No es un silencio casual ni se debe a un sencillo descuido de la diplomacia latinoamericana. Es una política de Estado que se traduce en la alcahuetería, la complicidad y la aceptación silente de los crímenes de las dictaduras de izquierda en la región, mientras se sigue esgrimiendo como máscara de encubrimiento el fantoche de las dictaduras militares que se vivieran en los años sesenta setenta, particularmente en los países del Cono Sur. La complicidad de los gobiernos latinoamericanos con la tiranía castrista, la más siniestra de América Latina desde su Independencia, llegaría al extremo de ver aparecer al tirano cubano en cuanto acto de transmisión de mando de presidentes electos en comicios ejemplarmente democráticos tuvieran lugar en los últimos treinta años. Incluido la del presidente Carlos Andrés Pérez en su segundo mandato, cuando todavía estaban frescos los cadáveres dejados por la invasión castrista de Falcón y Machurucuto.
¿Qué lavado cerebral tuvo lugar para que quien fuera ministro del interior en la época de tales siniestras invasiones recibiera en gloria y majestad al criminal invasor veinte años después? ¿Tan corta es la memoria de los venezolanos? No pasarían tres años para que un epígono de Castro intentara un golpe de Estado y se hiciera con el poder seis años después. Por fin Castro logró su cometido: noventa mil soldados cubanos hacen vida en la Venezuela chavista travestidos de enfermeros, preparadores deportivos, asesores e incluso militares de alto rango que copan los cuarteles de la república. Y su principal torturador hace vida en Venezuela, por donde se pasea como Pedro por su casa. ¿Imaginable hace cuarenta años?
Es América Latina, la gran alcahueta. ¿Hasta cuándo?
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