sábado, 17 de mayo de 2014

POLÍTICA CONTRA GERENCIA: UN ENSAYO DE TOMÁS STRAKA , de la UCAB

             
    

                     DEBATES IESA
                          RESEÑA
Política contra gerencia:
memorias de un hombre del petróleo[1]

Gustavo Coronel: El petróleo viene de la luna: una novela del petróleo venezolano.
Edición del autor. 2010.

Tomás Straka, profesor de la Universidad Católica Andrés Bello.

En 1974 Venezuela vivía uno de los debates más grandes de su historia. Por lo que estaba en juego (nada menos que su destino como colectivo), solo es comparable con las disputas de la independencia y de la conquista; pero, por su amplitud (contada por el número de venezolanos participantes), ninguno había sido tan amplio hasta el momento (ni lo ha sido desde entonces).

Una sociedad alfabetizada, una democracia que aparentemente había vencido a todos sus enemigos, con buena parte del pueblo organizado en partidos políticos, con influyentes medios de difusión masiva, con una libertad de expresión que en general era respetada, permitía la participación de todos los sectores, incluyendo a la mayor parte de los que se declaraban antisistema. Estos hablaban desde sus curules en el Congreso, desde sus cátedras universitarias, lo hacían en la prensa, publicaban libros, incluso formaban parte de la amplísima comisión nombrada por el presidente Carlos Andrés Pérez para analizar la decisión que se avecinaba.

Después de sesenta años transformando cada ángulo de la vida venezolana, la industria petrolera estaba en vísperas de pasar a manos del Estado. Era, como anunciaba un libro que por aquella época gozaba de bastante atención, un asunto de vida o muerte (Arturo Uslar Pietri, Petróleo de vida omuerte, Caracas, Editorial Arte, 1966): nada menos que el porvenir del modelo de vida de Venezuela, su consumación definitiva como Estado-nación, la prueba de que la democracia podía hacer grandes cosas; de que, a pesar de todo, el venezolano no era un fiasco como pueblo.

Desde imágenes apocalípticas  y admoniciones morales sobre lo que la riqueza petrolera podía hacerle al país (o ya le había hecho), hasta un nacionalismo capaz de impulsar esa unidad nacional por la que las élites venían pugnando desde la independencia, el petróleo había sido uno de los protagonistas centrales en el pensamiento y en las luchas políticas venezolanas del último siglo, al menos de ese «siglo XX corto» que en Venezuela va de 1936 a 1998. Tales luchas parecían coronarse con la nacionalización que finalmente se decreta en 1974 y entra en vigencia  el 1 de enero del año siguiente.

Ante hechos de tal envergadura los técnicos de la industria petrolera sentían que algo debían decir. En efecto, su situación (lo que incluía un muy respetable temor por su destino profesional) parecía estar en cierta minusvalía. No es que no habían sido llamados a la discusión. Eso había ocurrido. Incluso el presidente Pérez y el general Rafael Alfonso Ravard, primer presidente de la estatal que asumió el control de las compañías concesionarias, fueron enfáticos en defender la meritocracia de los técnicos y expertos en el área. Pero, dentro del gran debate, estaban lejos de contar con los medios con los que los políticos, intelectuales y académicos influían en la opinión pública. Ante ellos, parecían unos convidados de piedra. Además, en el clima de exaltado nacionalismo del momento, sufrían la desventaja de llevar el sambenito de «agentes del imperialism », «pitiyanquis», «defensores de los intereses foráneos», los herederos —peor, los herederos venezolanos, una especie de cipayos— de aquellos gringos de caqui y salacots que en las décadas de 1910 y 1920 encarnaban al imperialismo en los campos petroleros. El protagonismo que la izquierda había adquirido durante el debate no hizo sino abonar esta visión. Así las cosas, los que mejor conocían la industria eran los menos oídos en la discusión sobre la nacionalización, o al menos eso fue lo que concluyeron los empleados de las compañías cuando crearon la Agrupación de Orientación Petrolera (Agropet), cuya primera reunión tuvo lugar en el Hotel Tamanaco de Caracas el 27 de marzo de 1974.

Agropet anunciaba fisuras en el aparente consenso de la nacionalización, que entonces pasaron inadvertidas, pero que treinta años después, durante las huelgas petroleras y la crisis política de 2002-2003, demostraron ser el centro de las disputas por el control y los modelos de país que entonces se contraponían (y que en buena medida siguen haciéndolo). Tales fisuras dejaban ver las contradicciones entre dos formas de ver lo que era y lo que debía ser Venezuela.

Aunque el veredicto de Gustavo Coronel frente a la nueva Pdvsa
es muy negativo, ve «las semillas del fracaso» en la década
de 1980

La dicotomía aparente entre la gerencia y la política, entendida como cabildeo y pérdida de tiempo (al estilo de la «poca política y mucha administración » de Porfirio Díaz) entre los «gerentes » y los «burócratas» que durante la rebelión de los petroleros contra Hugo Chávez alcanzó su clímax, aunque venía incubándose casi desde los inicios de la industria, con la nacionalización empezó a revelarse en toda su gravedad. Políticos y gerentes no estarían enfrentados en una mesa de negociación: tendrían que arreglárselas para trabajar juntos. No fue fácil. Para los petroleros, las decisiones políticas, que no respondían necesariamente a criterios técnicos, representaban un inconveniente, una especie de abuso por parte de ignorantes con poder, de holgazanes incapaces de producir riqueza que estaban cada vez más ávidos de dinero. Para los políticos, los petroleros nunca entendieron que las cosas habían cambiado, que ya no eran gerentes de transnacionales, que debían responder a grandes intereses nacionales que iban más allá de la rentabilidad del negocio. Sus anhelos de autonomía eran convertirse en un Estado dentro del Estado, como los definió Gonzalo Barrios.


Las consecuencias han sido muchas: desde la ruptura del equilibrio de poderes entre el Estado, las empresas privadas y la sociedad civil, cuando el primero logró controlar la principal fuente de riqueza nacional, con su subsecuente impacto para la salud de la democracia, hasta las implicaciones en inversión y producción. En este sentido, Agropet es el antecedente más claro de lo que sería la «Gente del petróleo». Uno de sus principales promotores, Gustavo Coronel, fue quien impuso esta categoría en los artículos que sobre el tema publicaba en la famosa
revista Resumen de Jorge Olavarría a principios de la década de 1980.

En un extremo del mapa políticoideológico estaban los intelectuales del Partido Revolucionario Venezolano (una escisión del Partido Comunista que no depuso las armas) que en el periódico Ruptura proponían la estatización radical como una palanca para llegar al socialismo. En el otro estaba Agropet, preocupada por mantener la industria fuera del alcance de los políticos, dedicada exclusivamente al negocio petrolero y subordinada a criterios técnicos y gerenciales. Entre ambos había una amplia gradación de tendencias que le daban un peso mayor o menor a lo técnico y a lo politico en su visión de la industria estatizada.No es, por lo tanto, cualquier cosa que en 2002-2003 los dos grandes ideólogos del petróleo del chavismo hayan sido, precisamente, los del PRV, Alí Rodríguez Araque y Bernard Mommer; mientras que sus contrincantes adoptaran para sí el nombre que Coronel ideó para quienes compartían el espíritu de Agropet: Gente del petróleo.

«Gerentes» y «políticos» respondían tendencialmente —porque no eran grupos químicamente homogéneos— a modelos contrapuestos de modernización que fueron desarrollándose desde la década de 1920, en especial entre quienes llegaron a formar la Gente del petróleo, inspirados en el capitalismo occidental (sobre todo el estadounidense) y sus valores, frente a quienes por diversas razones no se incorporaron a esta forma de entender al mundo, lo hicieron parcialmente o incluso albergaron resentimientos frente a ella. Entre estos últimos se encontraban
no solo quienes ideológicamente eran en mayor o menor medida anticapitalistas y antiliberales, desde católicos nacionalistas como Mario Briceño- Iragorry hasta, naturalmente, todo el piélago de los marxistas, sino también gente de a pie que por distintos motives se sintió perdedora o excluida de la bonanza petrolera, tuviera o no razón en sus conclusiones.

La polarización que, a diez años del paro petrolero, sigue existiendo en Venezuela puede entenderse por estas dos formas de ponderar los últimos cincuenta o sesenta años de historia, el proyecto de país desarrollado durante ese tiempo y los valores que llevó adelante. Otro tema clave es el del nacionalismo venezolano. Como con todo, hay diversas formas de ser
nacionalista. Hay un nacionalismo — el llamado «negativo»— que se centra       en la defensa de determinados valores patrimoniales, indistintamente de lo que tengan de «tradición inventada». Existen otros —como los liberales—que entienden la transformación radical de la sociedad como la prueba insuperable del amor a la patria: hacerla a imagen de los países más modernos y poderosos. Aunque desde la descolonización en la década de 1960 casi todos los nacionalismos combinan un poco de ambas cosas, hay una diferencia, por poner dos casos extremos, entre ser nacionalista como Kemal Ataturk y serlo como el Ayatola Khomeini.

Las memorias que Gustavo Coronel (1934) publicó en forma novelada en 2010 —el libro no tiene pie de imprenta, pero tal es la fecha del prólogo, a cargo de Antonio Pasquali— constituyen una fuente de gran importancia para el estudio de estos problemas. Recurriendo a un heterónimo, Bernardo Mateos (lo cual le permite, en ciertos casos, desdoblarse y hablar de sí mismo en tercera persona), Gustavo Coronel va narrando no solo su vida de «hombre
del petróleo», sino también la historia de la industria petrolera que vivió y padeció. En especial, pudiera leers como una de las primeras historias — acaso la primera— que de Pdvsa se han escrito. Naturalmente, es la visión de un hombre, y de uno, además, que siempre tuvo posturas claras ante las cosas y que nunca ha parecido especialmente temeroso de las polémicas. El talante de sus artículos durante los últimos años frente al régimen chavista es básicamente
el mismo que tuvo ante las administraciones de Pdvsa que, en la década de 1980, le parecieron erráticas y que marcaron su salida de la estatal. Eso, en buena medida, apuntala su estatura moral, incluso si no se está de acuerdo con sus ideas.

Recurriendo a un heterónimo, Bernardo Mateos (lo cual le permite,
en ciertos casos, desdoblarse y hablar de sí mismo en
tercera persona), Gustavo Coronel va narrando no solo su vida
de «hombre del petróleo», sino también la historia de la industria
petrolera que vivió y padeció

Para el venezolano de hoy —enfrentado a la dicotomía de una «nueva Pdvsa» que nada bueno ve en la anterior y se declara radicalmente distinta de ella, y la Pdvsa profesional y exitosa que según otro sector existió hasta 2003 y se contrapone a la «nueva», ineficiente y corrupta— tal vez lo primero que llame la atención sea la imagen que Coronel da de Pdvsa. Aunque su veredicto frente a la nueva Pdvsa es muy negativo, ve «las semillas del fracaso» (así se titula un capítulo, pp.304-326) en la década de 1980. A partir de la gestión de Humberto Calderón Berti (uno de los grandes villanos del libro), describe una empresa cada vez más dominada por los políticos y sus cálculos, en contravía a lo prometido por Carlos Andrés Pérez. ¿Continuidades entre la «nueva» y la «vieja» Pdvsa? ¿2003 como el puntillazo final de un control político sobre los gerentes iniciado con Calderón? Una herejía para ambos bandos que es necesario
estudiar y muestra hasta qué punto Coronel escribe sin ataduras.

Con su salida de Meneven en 1987, por no prestarse a lo que dibuja como un negociado de bienes raíces, Coronel llega a su punto de no retorno con  la estatal. Pdvsa comenzaba a ser victim de lo que llama «la contaminación al revés »: en vez de «contagiar al resto de la administración pública con los Buenos hábitos gerenciales imperantes de la industria
petrolera» (p. 350), la industria se contagió con los malos hábitos de la administración pública. Esta idea atraviesa todo el libro y probablemente sea la nuez del pensamiento de los gerentes del petróleo. Lo señala cuando rememora sus días en la Shell y los encontronazos que tuvo con los funcionarios del Ministerio de Hidrocarburos; después, cuando no logró aclimatarse al clima demasiado burocrático de la Corporación Venezolana de Petróleo; y finalmente, con la nacionalización y el proceso de organización de Pdvsa, en el que tuvo un papel muy importante racionalizando su estructura con diversas fusions de las pequeñas empresas estatizadas.

Para Coronel hay dos grupos claramente diferenciados: la «gente del petróleo» y la «gente del gobierno». Los políticos y los burócratas no siempre son deshonestos o malintencionados. Pero, en general, son ignorantes y con el tiempo, bien por patrioterismo (al cabo otra forma de ignorancia) o por envidia, comenzaron a actuar en contra de la industria:

Los políticos venezolanos se parecen a la bruja de Blanca Nieves. Esta bruja tenía el espejo que comenzó a decirle la verdad, que existía alguien más bella que ella. La bruja rompió el espejo en mil pedazos… una parte del mundo político ha comenzado a resentir a la industria petrolera porque ella constituye el espejo en el cual esos sectores se ven como son: mediocres, pequeños, deshonestos, incapaces de construir el país que debe construirse (p. 297).

Como todos, Coronel tiene su panteón  personal de héroes y villanos. Los primeros son generalmente «gente del petróleo» (técnicos, eficientes, trabajadores) y los segundos, básicamente, políticos. Radamés Larrazábal y Godofredo González, por ejemplo, están en villanía casi tan abajo como Calderón Berti. Alberto Quirós Corradi, Guillermo
Rodríguez Eraso o Siro Vásquez son héroes indiscutidos. Por Alfonso Ravard, Carlos Andrés Pérez y Arturo Uslar Pietri hay respeto. A Juan Pablo Pérez Alfonso y Luis Beltrán Prieto Figueroa les reconoce méritos y honestidad, pero lamenta que sus derroteros ideológicos les impidieran entender bien las cosas. En el gobierno de Luis Herrera Campins no parece haber habido nada alentador.

Lo más grave del asunto es que esos políticos son, en buena medida, expresión de la Venezuela «no petrolera ». Cuando Coronel habla del «país que debe construirse», al que hay que «contagiar» con las virtudes de la industria, está expresando una visión que fue incubándose en la compañías petroleras desde la década de 1940, cuando empezaron a pujar —sobre todo lo intentó Nelson Rockefeller— por hacer de Venezuela un modelo de nación capitalista moderna en América Latina. Mejorar su imagen y atajar el nacionalismo —y después el comunismo— estuvo entre sus objetivos, pero no debe reducirse a esto el proyecto. Muchos venezolanos lo apoyaron con entusiasmo.

La «gente del petróleo» —no debe olvidarse que Agropet fue fundada por empleados de las compañías privadas— se sentía llamada a desempeñar un papel protagónico en la modernización del país; y en eso eran sinceramente nacionalistas (a lo Ataturk). Coronel expresa algunas convicciones de base de este nacionalismo:

1. La industria petrolera es la base de todo cuanto Venezuela progresó en el siglo XX: «algún día, por supuesto, se sabrá exactamente quiénes contribuyeron más al progreso de Venezuela y de sus habitantes: si quienes laboraron incesantemente en la industria petrolera para que el país pudiese tener una inmensa riqueza en sus manos o aquellos, quienes desde la tribuna política y académica atacaron a la industria» (p. 125).

2. Los petroleros son una minoría trabajadora sobre la que descansa el resto de un país básicamente improductivo: «Bernardo se sentía como miembro de una élite que generaba la riqueza que la mayoría de sus compatriotas se limitaba a gastar, con frecuencia de manera insensata o poco transparente» (p. 147).

3. Los petroleros habrían de ser los civilizadores del siglo XX, los que llevarían a Venezuela una nueva forma de vida superior cuyo mejor modelo es Estados Unidos: «Al regresar a Venezuela [de Estados Unidos], pudiera decirse, era un “soldado” al servicio, no de una ideología capitalista o imperialista, como suele ser definida la nación norteamericana, sino un “soldado” al servicio de cierta manera de vivir… podría argumentarse que regresaba a Venezuela convertido en un “pitiyanqui”» (p. 71-72).

«Al regresar a Venezuela [de Estados Unidos], pudiera decirse,
era un “soldado” al servicio, no de una ideología capitalista o
imperialista, como suele ser definida la nación norteamericana,
sino un “soldado” al servicio de cierta manera de vivir… podría
argumentarse que regresaba a Venezuela convertido en un
“pitiyanqui”»

Gustavo Coronel cumplió su cometido. Dedicó su vida a transformar el país según sus ideales. Primero en la industria petrolera (en la Shell, que lo llevó a Holanda y a Indonesia, la CVP y Pdvsa), después en la Corporación Venezolana de Guayana y finalmente al frente del puerto de Puerto Cabello. Aunque tuvo oportunidades en el exterior, algo siempre lo llamó de retorno al país, a pesar de los desencantos con la realidad, de los encontronazos con otras «maneras de vivir» tan distintas a la suya y tan poco proclives a la transformación que se había propuesto. A veces sus sinsabores recuerdan los de otros «civilizadores» venezolanos que en el siglo XX llegaron a declarar el fini patriae para ellos. Pero, a diferencia del protagonista de Ídolos rotos, insistió mientras pudo.

Con la llegada de Hugo Chávez todo lo que la Gente del petróleo aspiraba o representaba pareció venires abajo. Aún no se sabe quién reirá de último, pero para Coronel fue el momento de emigrar, aunque no de dejar de luchar. Sus artículos y este libro lo demuestran. Más allá de que sus opiniones sean polémicas y, según el caso, hallen detractores y aplausos, vale la pena leerlas como el testimonio —apasionado e intenso— de medio siglo de historia venezolana.

Conseguir el libro no es fácil. Es una limitada edición financiada por el autor que ojalá sea reeditada de manera comercial. Según se lee en el blog de Coronel (http://www.lasarmasdecoronel.blogspot.com) ) hay que escribirle a Elio
Ohep, editor de www.petroleumworld. com (editor@petroleumworld.com) o al autor (gustavocoronelg@hotmail.com) para obtener


[1] DEBATES IESA • Volumen XIX • Número 1 • enero-marzo 2014

10 comentarios:

Anónimo dijo...

Me parece que Straka comete un gran error al nombrar a don Alberto Quiros Corradi en la liga de los que estan "abajo". Hace poco y aqui mismo, Coronel se refiere a Quiros como una de sus inspiraciones vitales.

Anónimo dijo...

Me explico, si Quiros fue politico no esta inhabilitado para estar en la liga de los tecnicos eficientes, porque ambas cosas, ser politico y ser tecnico eficiente, son posibles al mismo tiempo y no excluyentes una con la otra.

Gustavo Coronel dijo...

CUIDADO!!!! Entre Calderón y Quirós hay un punto y seguido. La nueva frase comienza con Quirós, Rodríguez Eraso, etc como héroes.
Favor leer cuidadosamente.

Anónimo dijo...

Gracias Gustavo, en eso estamos claros, lo que leo en el ensayo es que Tomas clasifica en dos categorias, dice que los tecnicos eficientes van la liga de los buenos y politicos van en la liga "de abajo". Don Alberto es al mismo tiempo tecnico eficiente y politico sobresaliente (de los que ya no hay). El error que me parece esta cometiendo Tomas, es poner a los politicos como "malvados" y diferenciandolos de los tecnicos eficientes. Se puede ser ambas y don Alberto es vitae exempli. No hay que meter a todos los politicos como corruptos o ladrones (que no niego para nada que hubo por carajazos).

Gustavo Coronel dijo...

En eso estamos claros. Lo que los gerentes dicen es que la empresa debe estar en manos de una gerencia profesional, no de los políticos. Cuando el Congreso es el que aprueba el presupuesto de una empresa del Estado comienza el ñemeo. Un ejemplo clásico es la actual PDVS sembrando yuca y vendiendo pollos, y planificando (menos mál que nunca lo hacen) refinerías en Cabruta y en las Islas Fiji.

Anónimo dijo...

Asi mismo es, Venezuela iba bien, de lo contrario todo ese gentio no hubiera jamas querido irse a vivir a nuestro pais, le hubieran huido como le huyen ahora porque es que ni los cubanos quieren ir a Venezuela.

Van 187 mil muertos en 15 años. Pero Gustavo, cada uno de esos chavistas es un perturbado que goza ver a los demas sufriendo. Sin ir muy lejos, el hijo de William Izarra, que ahora es ministro de turismo (?) hizo el bachillerato en Atlanta y la mujer lo dejo por otra mujer, y quiso quemarlas vivas dentro de la casa. No es de extrañar que cuando le dices que hay 25 mil muertos anuales termine riendose de eso como lo hizo en la entrevista con CNN y Roberto Briceño León.

Es una tristeza ver a esa gente de mi pueblo haciendo cola, marcados como cochinos en los brazos, para conseguir dos pollitos o dos harina pan o un kilo de azucar. Hoy vi el video en youtube de las peleas cuando llega algo, eso a alguien que quiera su pais tiene que dolerle en el alma.

Fuimos el pais mas codiciado para vivir porque Venezuela no era perfecta, no, pero era un señor pais, donde se podia vivir mucho mejor que en miles de sitios en el mundo. Nadie se iba, al contrario, llegaban. No era el circo de payasos tristes (maduro y cabello) a la orden de los hermanos Castro. Que verguenza donde caimos.

Necesitamos politicos como don Alberto, estudiados, gente supercualificada que la tenemos por carajazos lamentablemente emigrando cada dia mas, que no sean los "ponme ahį" como Izarra o Hebert Garcia Plaza, que lograron que Venezuela hoy sea la Zimbabwe de América.

Rescato el buen tino de Tomas Straka, en cuanto a que el libro, que sí es la primera historia de PDVSA, hay que llevarlo a imprenta en Venezuela, cosa que se tiene que hacer cuando retomemos el rumbo, pido a Dios Todopoderoso tenga misericordia y lo permita pronto.

Anónimo dijo...

Herrera Campins, a quien yo conoci en persona dijo una vez en su casa de Los Chorros que el habia cometido muchos errores y Calderon era uno.

Calderon Berti agarro y empezo a torpedear el aparato gerencial poniendo a los amigotes y ese fue el comienzo del fin, Yo conoci al bueno de Luis cuando era diputado en una cola en el banco Caracas (el banco ya no existe) de la Avenida Universidad. Yo lo quise mucho porque era llanero como yo, bueno, un sujeto esencialmente noble, pero hay que reconocer que no tenia la madera de presidente y lo demostro ante la historia. Su gobierno fue un desastre.

Ahora, comparado con el vainon que nos echo Chavez Frias y el combo de resentidos que dejo a su paso, Luis Herrera hizo un tremendo gobierno. Es mas, creo que hasta el gobierno de cualquiera antes es mejor que esta andanada de pillos y criminales. Comenzando por Carlos Osorio en SIDOR (cara de crimen, le llaman), la supina de Andreina Tarazon (que dijo que una ley era aplicable olvidando que ya estaba en gaceta) y el tarado de Merentes que dijo que los numeritos "no estan tan buenos", cuando es la mente maestra detras de las Notas Estructuradas junto al mayor pillo que ha parido Venezuela, Tobias Nobrega.

Entonces que me digan los que aun creen en lo que quedo del chavismo si viven mejor ahora con esa escasez, esa hampa y esa inflacion hambreadora mientras las estrellas del gabinete compiten por ver quien es el mas inepto.


Anónimo dijo...

Ese es el resentimiento que yo siempre noté cuando viví en Venezuela y siempre a mis hijos les hablo de ese peligroso factor doquieran van. Dónde está el problema de pertenecer a un grupo de gerentes con conocimientos y especialistas que hacen bien su trabajo? USA los tiene, Canada los tiene, Alemania los tiene, hasta la Chile del hijodeputa de Allende que en buena hora fue derrocado por mi general Pinochet los tuvo. Ah, claro pero llega un resentido como Chavez, que no amaba a su padre y se sentia inferior po haber sido entregado por la mama a su abuela para criarlo y pum! Chao Venezuela, ahora lo que hay es eso, puro bicho de uña quebrando el pais, y una élite de ladrones como el tuerto Andrade que fue tesorero nacionl, robando y con propiedades multimillonarias en USA, de lo más feliz y tranquilo mientras millones de bolsas haciendo cola para comprar aceite.

F J Baptista dijo...

Segun entiendo y asi lo he conversado con personas que fueron actores durante la nacionalizacion (o mas bien estatizacion porque empresas como Mito Juan y Las Mercedes, de propiedad 100% venezolanas tambien fueron tomadas)el concepto de Pdvsa era que serviria un papel de "holding" y serviria de "escudo" entre los politicos y la jerarquia profesional que llevarian adelante el desarrollo del dia a dia de la IPN. Inclusive en esos dias, muchos de los actores como Hernan Anzola y Julio Cesar Arreaza, y el mismo Romulo Betancourt expresidente de la Republica les preocupaba la politizacion de las actividades de las operadoras. En realidad, durante muchos a~nos se logro mantener hasta cierto punto a las filiales de Pdvsa fuera de la presion politica, pero poco a poco se fue politizando el proceso hasta la destruccion del modelo por Hugo Chavez, con el proposito de meterla la mano a los fondos de la empresa para utilizar el dinero con fines politicos internos y comprar lealtades internacionalmente.

Anónimo dijo...

Exactamente Batista, la idea era que ningun grupete de pillos se hiciera con la gallina de los huevos de oro pero no se pudo lamentablemente y hoy somos una Nigeria pero en America Latina. Que el mayor pillo que ha parido Venezuela en toda su historia, Tobias Nobrega, no haya sido ni siquiera tocado por causa de las notas estructuradas te dice que en ese pais ya queda nada de reserva moral en el aparato de justicia, pues el chaburro dijo que no le tocaran al hijo prodigo. Lo mas que se hizo fue inhabilitarlo para ejercer cargos en la administracion publica(?). Dijo Simon Bolivar mucho tiempo antes que ese ladronzuelo Nobrega llegara a vivir en la conserjeria del edificio en la parroquia San Pedro donde no aprendio nada de decencia ni de honradez, que habia que huir de un pais donde uno solo ejercia todos los poderes. Yo le hice caso (A Bolivar).