La insensata segunda guerra entre Gran Bretaña y los Boers de Transvaal, 1899-1900, fue una comedia de errores de parte y parte. Los deseos imperialistas de Gran Bretaña se combinaron con la tozudez del Presidente Kruger, del Transvaal, para precipitar una guerra que cobró la vida de unas 60.000 personas en dos años, muchas de ellas mujeres y niños inocentes. Los Ingleses recibieron duras lecciones. La guerra les costó unos 200 millones de libras esterlinas. Perdieron 22.000 soldados y 400.000 caballos y mulas. Los Boers perdieron unos 7000 soldados pero no menos de 30.000 civiles perecieron en campos de concentración y, quienes regresaron vivos a su lugar de origen, encontraron solo ruinas y desolación, además de más de los restos de un millón de ganado vacuno sacrificado. Muchos de quienes más sufrieron, como siempre sucede, fueron los nativos. Un episodio, sin embargo, llenó de breve luz y de humanidad esa carnicería. Involucró a unos siete mil trabajadores africanos de las minas, quienes se encontraron atrapados entre la espada y la pared y querían regresar a Natal y otros sitios de origen. Los ingleses negaron el permiso para que usaran el tren, lo cual amenazó con hacerlos morir de hambre. Un inglés, John Sydney Marwick, empleado del Servicio para nativos de Natal,en el Rand, envió un cable a su jefe en Natal renunciando a su empleo “a fin de eliminar cualquier problema para el gobierno” y se dedicó a organizar una marcha de este grupo para Natal, una distancia de unos 400 kilómetros. Marwick logró un pase para los siete mil marchistas de manos del general Joubert, el jefe militar de los Boer.
Y comenzó su marcha. Al frente de la columna iba Marwick, a pié, pués le había cedido su caballo a un africano enfermo. Lo acompañaban “un par de polícias Boer en estado de embriaguez y un grupo de músicos que tocaban sus concertinas” y quienes aparentemente no dejaron de tocar en ningún momento. Tocaban tonadas populares africanas. Detrás venía la procesión interminable de Zulues y de otras tribus. Siete mil almas en busca de un refugio. Los africanos idolatraban a su líder Marwick, “el hijo de ingleses”.
Comenzaron la marcha el 7 de octubre de 1899 y nueve días después llegaron a su destino. En el camino comieron poco, no había que comer y, por un momento, pareció que los Boer no los dejarían pasar. Al final, sin embargo, llegaron vivos a su destino. Sus ahorros fueron manejados por Marwick, unas 10.000 libras esterlinas y entregados a sus dueños después de finalizada la marcha.
En medio de aquel desastre, de tanta crueldad y miseria, un hombre solitario, a quien pocos recuerdan, se encargó de preservar la dignidad y la compasión que deben ser características del ser humano.
Fuentes:
“The Boer War”, Thomas Pakenham, páginas 122, 123.
“1899: the long march home”, Elsabé Brink.
1 comentario:
Interesante historia, personas con sentido del deber, la otra cara de la moneda cuando se lee sobre los Chavestias.
Luego comparan a la Iris Varela con la Madre Teresa de Calcuta, ahora sus asesores cubanos le mercadean la demagogia vi Religión. Pues que Dios los coga confesados.
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