jueves, 4 de septiembre de 2014

La gran suerte de los geólogos


la herramienta básica del geólogo

(Basado en mi crónica de 2007 sobre el mismo tema)
Con agradecimiento a Héctor Pérez Marchelli por sus aportes editoriales

Cuál es la gran suerte de nosotros los geólogos? Que, al morir, nos transformamos en lo que hemos amado, volvemos a la tierra y eventualmente nos hacemos parte de una formación geológica, la cual será objeto de estudio por los geólogos que vengan después
No he sido lo que pudiera llamarse un geólogo-geólogo. Me han interesado demasiadas otros tópicos para prestarle toda la atención debida a mi profesión elegida. Llegué a ser geólogo como compromiso entre ser ingeniero (me parecieron demasiados los números) y ser filósofo (tienen insuficiente demanda en el mercado laboral).

Decidí estudiar geología porque no era una ciencia exacta, aunque quizás hoy en día se acerque bastante más a serlo. La filosofía era demasiado etérea y, me dije: después de todo es más fácil que un geólogo pueda filosofar que un filósofo pueda encontrar petróleo.
La geología fue para mi el compromiso perfecto: una ciencia natural, noble en su aspiración de reconstruir el pasado de la Tierra y del Cosmos, mensurable pero no excesivamente dependiente en los números y poética, en la cuál la imaginación juega un papel importante. Me sedujo la frase de De Goyler : “El petróleo se encuentra en la mente de los hombres” y me pareció irresistible el reto de Hans Cloos: “El geólogo solo puede ver lo pequeño pero debe imaginarse lo grande.”

Mi decisión de estudiar geología, sin embargo, tuvo raíces más inmediatas. Conocí en Los Teques a Francisco (Pancho) Moreno, mientras compraba unos caramelitos de miel con formas de animales que hacían las hermanas Mendiri. Pancho estudiaba geología. Comencé a acompañarlo en sus excursiones geológicas y un día nos fuimos caminando desde Los Teques a Tejerías, viendo rocas. Me pareció que no había nada más hermoso en la naturaleza que una roca brillando al sol, sobretodo las rocas metamórficas de la zona y los minerales que exhibían. Me pareció ver oro por todas partes. Para aumentar mi entusiasmo, mi padre llegó un día a la casa comentando haberse encontrado con un viejo amigo de apellido Feo, quien también estaba en el sector farmacéutico. El Sr. Feo le había dicho que tenía un hijo llamado Gustavo, quién ya era geólogo y “hacía más dinero que él.” Esto me decidió. Se pudiera pensar que mis razones fueron demasiado materialistas pero la verdad es que no éramos ricos, aunque pertenecíamos a una clase media decorosa y trabajadora en el entonces pequeño pueblo de Los Teques.

Mi amor por la geología se desarrolló rápidamente y fue el producto de haber trabajado como geólogo petrolero en estrecho contacto con la naturaleza venezolana y su gente y, especialmente, como resultado de la calidad humana de los geólogos que conocí. Me tomó poco tiempo darme cuenta de que los geólogos no eran personas comunes y corrientes. La mayoría estaba prácticamente obsesionada por su trabajo geológico y muchos de ellos poseían una gran cultura humanística.
Los primeros geólogos venezolanos que conocí en mi trabajo en Shell, recién graduado, fueron José Rafael Domínguez y César Rosales, quienes ya eran funcionarios de alto nivel cuando ingresé en la empresa, en 1955. Al principio no tuve mucho contacto con ellos pero, a medida que pasó el tiempo, nos fuimos haciendo grandes amigos, en especial el extrovertido y cordialísimo Domínguez. Luego conocí a Aníbal Martínez en Maracaibo, aunque no tanto como el extraordinario geólogo que ha sido sino como musicólogo, con quien compartí tareas en la Sinfónica de Maracaibo.

Uno de mis primeros recuerdos es para Karl Dallmus, gran señor de la geología y gran venezolano de corazón, un maravilloso regalo que nos hicera la Colorado School of Mines. No trabajé nunca directamente con Dallmus, quien era de una generación anterior, pero lo vi mucho en las reuniones de la Asociación de Geología, Minería y Petróleos, a las cuáles nunca dejaba de asistir, sentándose siempre en la primera fila. Dallmus me decía, una y otra vez, que “la naturaleza siempre prefiere la ruta más sencilla” y que, confrontado con un problema geológico, él siempre buscaba la explicación menos compleja. En ese sentido Dallmus era un firme creyente en la “Navaja de Ocam” (el filósofo Guillermo de Ocam decía que la solución correcta a un problema era generalmente la más simple).
Recuerdo con cariño a mis primeros jefes en Shell, los geólogos Bill Milroy, escocés, y Hans P. Schaub, suizo, quienes supieron guiarme al inicio de mi carrera con mucho equilibrio y sentido humano. Milroy siempre me felicitó por los progresos que pude hacer en mis primeros años, cuando era el único Venezolano en el Departamento de Exploración en Maracaibo, y Schaub guió mi entrenamiento con mucho tino, considerando que yo era un geólogo con menor nivel académico que mis colegas ingleses, holandeses y suizos, todos quienes tenían doctorados.

El geólogo suizo, nacido en Schaffhaussen, Konrad Habicht, ocupó lugar especial en mi carrera como geólogo y en mi vida. Konrad era un geólogo obsesionado con la geología. El día que se iba a casar en Maracaibo tuvimos que llevarlo a toda prisa a la iglesia, casi a la fuerza, porque se había olvidado, ocupado en dibujar las exquisitas secciones de la cuenca de Maracaibo que aparecerían después en el Habitat of oil. Konrad iba al campo con una linterna y, cuando oscurecía, la prendía para seguir viendo los afloramientos. Su esposa y él me llevaron un día una torta de cumpleaños a mi campamento geológico en Barrio adentro, entre Dabajuro y Carora, a cuatro horas por trocha de la carretera principal Falcón-Zulia. Konrad era un humanista: pintaba muy bien, tocaba piano, poseía una cultura avasallante. De niño llamaba tío a Albert Einstein, gran amigo de su padre Conrad. Konrad era un gran geólogo estructural y sus ideas sobre la geología regional del Occidente de Venezuela influenciaron mucho mis propias ideas. En nuestro trabajo en Siquisique, Konrad fue uno de los primeros en advertir la asociación entre lavas almohadilladas y ofiolitas que contribuyeron a definir el área como de borde de eugeosinclinal (hoy en día probablemente se hablaría de un contacto entre dos placas tectónicas).

Si Konrad fue mi maestro en lo estructural Otto Renz, también suizo, de Basilea, fue mi maestro en estratigrafía, especialmente en la estratigrafía del Cretácico de la cuenca de Maracaibo. Así como me deleitaba con los libros de campo de Konrad (su versión de la sección de El Baño, Estado Trujillo, es una obra maestra de la geología y de la pintura), de la misma manera me deleitaba con las secciones estratigráficas que Otto recreaba en nuestras visitas a las quebradas andinas o a los cerros de la Guajira colombiana. Otto era muy culto y muy rico, pero cuando se sentía más a gusto era cuando caminaba por los cerros de Lara descifrando los enredados deslizamientos submarinos o cuando trotaba, montado en su mulita, por las trochas andinas. Otto era imperturbable, siempre alegre, totalmente cómodo en la provincia venezolana. Su mejor amigo era Eutimio Blanco, su chofer.

Una pareja dispareja que no olvidaré jamás era la compuesta por Harold Reading y Eddie Frankl, quienes trabajaron juntos en Falcón, en una zona adyacente a la que yo trabajaba. Harold era un geólogo de Oxford y Eddie era un geólogo de Delft. Tenían temperamentos muy diferentes y visiones geológicas radicalmente opuestas. El trabajo que llevaron a cabo en Falcón mostró claramente esas diferencias. Harold regresaría a Oxford donde se convirtió en un maestro legendario y donde está todavía, ya retirado y rodeado del cariño y la admiración de sus colegas y centenares de alumnos. Eddie llegaría a ser el jefe máximo de Exploración del grupo Shell, en la sede de La Haya. Lamentablemente lo perdí de vista.

Un amigo muy querido y con quien mantuve contacto hasta su muerte hace unos cuatro años fue el geólogo holandés Coen Kiewiet de Jonge, autor de maravillosos mapas fotogeológicos de la península de la Guajira. Coen, muy católico, siempre trató de convertirme mientras trabajamos juntos en Siquisique y es una de las personas más bondadosas que he conocido jamás.

En mis años como geólogo de exploración trabajé junto a extraordinarios profesionales tales como Jacques Follot, muerto a manos de los terroristas argelinos, Rudolf Blaser, Jan Bodenhausen, Jake Schweighauser y el sedimentólogo Jan Van Andel. De todos ellos guardo maravillosos recuerdos. Blaser era un gran bailarín y se llevaba a los bailes de Maracaibo tres camisas que se cambiaba a medida que transcurría la noche.
Uno de mis últimos compañeros de campo fue Myles Bowen, con quien conservé una excelente amistad hasta su muerte, acaecida el año pasado. Luego de su estadía en Venezuela, Myles se casó, llegó a la junta directiva de la empresa Enterprise en Londres y se retiró lleno de éxito profesional, habiendo sido el descubridor de un campo petrolero famoso en el Mar del Norte.

En París recuerdo una reunión con Daniel Trümpy, el geólogo suizo cuyo nombre ha sido dado a un pico colombiano. Comencé a conversar con él a las nueve de la mañana y a las once ya nos habíamos tomado una botella de Armagnac. Trumpy lo tomaba porque tenía una costilla fracturada que le dolía, yo por darle apoyo moral. Esa noche me invitó a cenar en “Fouquet” , acompañados por Arturo Rubinstein, el pianista. La conversación con aquellos dos gigantes ha sido uno de los momentos más emocionantes de mi vida.

Y por supuesto, he tenido la suerte de trabajar y hacer amistad con colegas venezolanos, tanto los más antiguos como los más jóvenes. De los más antiguos recuerdo con especial afecto a Gustavo Feo Codecido, Alberto Barnola y José Méndez Zapata, con quienes trabajé estrechamente. Los tres han sido o fueron muy acuciosos y sistemáticos en su trabajo, muy orientados hacia la visión regional más que a la geología de detalle y dotados, en especial Barnola, de un gran sentido del humor. Y, por supuesto, a mi inolvidable amigo Pancho Moreno, por quien me hice geólogo, siempre tan lleno de historias deliciosas sobre sus años en Quiriquire y otros campos de Creole, siempre tan íntegro como geólogo y como venezolano.

Tengo un recuerdo muy grato de Ernesto Sugar, a quien conocí más como venezolano íntegro y muy comprometido con el futuro del país que como especialista de la geología y de Guillermo Rodríguez Eraso, geólogo prestado a la gerencia, en la cual se distinguió de manera brillante.

Andrés Duarte ha editado y traducido bellamente el libro de Ralph Arnold sobre los orígenes de la era petrolera en Venezuela y ello lo ha colocado en un sitial muy especial en nuestro panteón geológico. 

Entre los geólogos más jóvenes, a quienes vi llegar a la industria petrolera recién salidos del cascarón, recuerdo haber visto crecer profesionalmente y trabajado junto a Vladimir Gamboa, Aura Neuman, Ovidio Suárez, Tito Boesi, Gonzalo Gamero, José Matos, Enrique Vásquez, Daisy Pérez de Mejías, José Chirinos y los prematuramente fallecidos Héctor Ross y Pablo Stredel. Con todos ellos tuve y he tenido una excelente amistad, no solo contacto de trabajo, en especial con Vladimir Gamboa, con quien tengo una deuda de gratitud profesional muy especial, con mi querido pavo Gonzalo Gamero y su esposa María Lourdes Díaz de Gamero y con ese gran ciudadano que ha sido Enrique Vásquez.

Con Hans Krause he tenido una gran relación. Lo conocí en el lago de Maracaibo, donde llegué a trabajar como ingeniero de campo después de una carrera con algunos altibajos en exploración. Krause, mucho menor que yo, se convirtió en mis primeros meses como ingeniero de producción en uno de mis tutores en el lago. Por muchos años hemos mantenido una perseverante amistad y admiro su labor profesional que lo ha llevado muy alto en la estima de sus colegas en Venezuela y en todo el mundo.

En Indonesia, entre 1963 y 1965 hice una amistad muy especial con el geólogo Frank Rubio, un profesional extraordinario, con quien compartí momentos de crisis, de peligro personal y de triunfo en aquel lejano país. Rubio vivió cerca de mí, en los alrededores de Washington DC y tuve la suerte de verlo con alguna frecuencia, hasta que decidió irse a vivir a Colombia. 

Los geólogos del Ministerio de Minas, Dionisio Zozaya, Erimar von der Osten y Henrique Lavié, fueron colegas con quienes trabajé muy a gusto, aunque con Erimar y Dionisio nunca estuve muy de acuerdo en relación con la estratigrafía de la zona de Barquisimeto. Lavié fue uno de mis mejores amigos de la primera adolescencia, en el Liceo San José de Los Teques.

Hoy, por supuesto, ya no puedo llamarme geólogo, aunque todavía cargo mi martillo en la parte posterior del auto y mi esposa ya comprende porqué manejo a 70 millas por hora sin ver los centros comerciales pero me paro en seco frente a un afloramiento de carretera.
Muchos de los términos y técnicas que se utilizan ahora son desconocidos para mí. Veo que, de haber sido una tarea bastante individual en mi época, la geología ha pasado a ser una tarea de equipo, muy multidisciplinaria y mucho más cercana a una ciencia que a un arte, aunque todavía hay y siempre habrá espacio para la imaginación.

La geología que estudié era sobre petróleo, sobre rocas y sobre la historia de la tierra pero también resultó ser sobre seres humanos. Fue a través del contacto con tanta gente maravillosa como pude llegar a ser una mejor persona. En estos años de gran tranquilidad y claridad espirituales de los cuáles disfruto plenamente, mientras bajo lentamente la colina hacia el gran valle, he pensado mucho en como llegamos a ser el resultado de múltiples influencias: hogar, escuela, profesión, maestros y colegas. He tenido mucha suerte de haber compartido mi vida profesional con un grupo maravilloso de hombres y mujeres y ello me dio y me continúa dando mucha alegría. 


Les deseo a nuestros jóvenes geólogos la misma suerte. Y, ¿por qué no? a quienes no son geólogos también. 

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Que bonitas palabras, Gus. Mira que si tuviera 16 me iria a estudiar Geologia. No lo hice en su momento tambien presintiendo que Fidel Castro y Chavez me iban a sacar de mi pais (y lo hicieron) y por tanto debia yo estudiar algo que pudiera ejecer libremente en USA o Europa. Aqui estoy, tanto tiempo despues. Mira, te dejo este escrito del gordo Lombardi (el hijo) a ver que opinas tu.

Ángel Lombardi Boscán
ND

La fuerza del petróleo

Venezuela es básicamente una economía de extracción minera de la mano del petróleo. El Estado nuestro funciona desde Juan Vicente Gómez (1908-1935) bajo el impulso de la renta petrolera. Estamos refiriéndonos a las décadas de los años 20 del siglo XX pasado. Desde entonces el petróleo y su buen o mal manejo como industria vienen condicionando todo nuestro quehacer histórico como nación y pueblo.

Hoy, el debate en torno al tema petrolero es de máxima prioridad ante la situación inadmisible de un país en quiebra y carcomido por una corrupción devastadora y la aspiración hegemónica sin contrapesos.

La “famosa siembra del petróleo” (1936) de Uslar Pietri quedó en nuestro medio como otro saludo a la bandera mientras que los noruegos, inesperadamente, decidieron tomarlo casi al pie de la letra. En Noruega su gobierno asume una política de estado basado en la confianza respecto al futuro ahorrando la riqueza petrolera en un gigantesco “fondo soberano”. Los noruegos hoy representan una democracia social de lo más igualitaria basada en un compromiso de progreso sostenido de la mano del trabajo productivo y el ahorro.

En cambio en Venezuela el manejo de la riqueza petrolera ha sido en la mayoría de los casos errático. El petróleo ha sido asumido como la palanca para apuntalar no el progreso de la nación sino las coyunturales fases de dominación partidista desde una dinámica irresponsable y sustentado en el derroche. Como es más barato y cómodo comprar todos los bienes y servicios en vez de producirlos nos hemos convertido en un país rentista.

Hoy esa dominación partidista se ha exacerbado aún más ante la osadía de menoscabar la Constitución por un tal Plan de la Patria. De cuestionar los fundamentos de la democracia y su sana alternabilidad política y de confundir las acciones coyunturales de un gobierno haciéndolas pasar como si fueran propias del Estado.

El actual gobierno calcula el presupuesto de la nación asumiendo la venta del barril petrolero a 50$ cuando en realidad éste se cotiza sobre los 100$ en los mercados internacionales. ¿A dónde va ese diferencial descomunal? Luego tenemos el descuido en la inversión alrededor de la industria petrolera que nos ha llevado a negligencias imperdonables que han hecho disminuir nuestra producción. O el aberrante hecho de tener que comprarle a Argelia petróleo liviano.

Lo cierto del caso es que el petróleo financia la pobreza desde las centenares misiones creadas bajo una red de lealtades que aspiran apuntalar el proyecto hegemónico en ciernes. El subsidio petrolero a Cuba, muy oneroso por cierto, y que equivale al de nuestra gasolina barata que se pretende aumentar, apuntala una alianza política contraria a los intereses nacionales que nuestra Constitución recoge.

El populismo rentista venezolano ya ni siquiera es capaz de sostenerse por la impericia de sus principales promotores y una corrupción sin paralelo en la historia del país.

Juan Pablo Pérez Alfonso (1903-1979) el padre de la OPEP, ya lo había advertido: un país progresa desde la austeridad y el buen uso en el manejo de la riqueza petrolera bajo el designio de los intereses nacionales y no los partidistas o coyunturales.

Director del Centro de Estudios Históricos de LUZ

Anónimo dijo...

No hemos tenido la ocasión de conocernos, pero con mis respetos supo rodearse de lo mejor de la geología que se ha paseado por estas tierras.

Jar