Hace algunos años una señora
chavista, ya fallecida, Blanca Nieves Portocarrero, se refería a quienes se
iban de Venezuela como “malos venezolanos y traidores”. Como la lengua es castigo del cuerpo la
señora tenía tres años viviendo fuera de Venezuela (era embajadora de Chávez en
Alemania) cuando se enfermó y decidió irse a morir a Valencia.
Este ejemplo de la fallecida es
extremo pero en nuestro país hay una
tendencia a pensar, por parte de quienes viven en Venezuela, que la ausencia
del país equivale a abandono. A pesar de
que la mayoría de quienes opinan sobre
los que se ausentan hacen loables esfuerzos
para que sus opiniones no suenen a reproche, con frecuencia fallan en su intento. Dicen,
por ejemplo: “ Respetamos a quienes se van pero nosotros si nos quedamos a
defender al país” o algo por el estilo.
Este es un tema difícil que hemos
tocado en algunas ocasiones porque tengo once años fuera de mi país, practicamente
sin regresar, excepto por unas 48 horas en 2004. Soy, pués, un emigrante. Pero, al mismo tiempo, soy un
inmigrante en el país donde ahora resido. Esa es una dualidad inevitable, ya
que todos quienes nos vamos de A a B somos emigrantes de A e inmigrantes en B.
Y así como podemos ser considerados fugitivos de A somos generalmente
bienvenidos en B. En Venezuela se
cuentan muchas historias de venezolanos rechazados, humillados y objeto de discriminación
en los países donde van a vivir. Esa ciertamente no ha sido mi experiencia, a
pesar de que no traje a este país ( USA) ningun negocio, ningun dinero, nada material
que pudiera añadir a su PIB . Al
contrario, a pesar de haber llegado aquí
ya septuagenario, he logrado aceptación, apoyo y
una manera honesta de obtener modestos
ingresos. En Valencia, donde estuve un año (2003) buscando que hacer, antes de
decidir mi viaje, no logré empleo
alguno.
Como en nuestro país nunca había
existido una diáspora tan masiva como la que existe hoy en día, el fenómeno se ha convertido en un tema
controversial. Pero en la Europa de los últimos años de la segunda guerra
mundial y de la post guerra la emigración fué gigantesca. Se trataba de
millones de personas quienes deseaban comenzar sus vidas de nuevo. Las razones variaban casi de persona en
persona. Un Einstein, emigrante, deseaba la libertad intelectual que no podía
conseguir en su país. Un campesino deseaba un pedazo de tierra que cultivar en
paz. Carpinteros, zapateros, artesanos de todo tipo, deseaban ganarse la
vida ejerciendo honestamente su
profesión.
La diáspora venezolana no es de mano
de obra especializada ni de gente paupérrima. Es casi exclusivamente de una clase media relativamente bien educada,
muchos profesionales universitarios quienes ya han superado esas etapas
primarias que señala Abrahm Manslow, las
de obtener comida, casa y auto, y se encontraron progresivamente en un ambiente donde se les
negaba la posibilidad de seguir viviendo en paz de esa manera y, menos aun, de progresar hacia niveles superiores de logro
personal y familiar. Muchos ya eran padres de adolescentes a quienes el país
les estaba negando la posibilidad de poder vivir tan bien o mejor de como sus
padres habían vivido. Esta fué la masa de venezolanos que comenzó a emigrar. En este sentido se diferencia de la estampida
que experimentan los países centroamericanos fallidos hacia los Estados Unidos. En Venezuela la diáspora
es el producto de un colapso de la democracia y de la libertad y de la
progresiva ruina del país inducida por la ineptitud de quienes lo gobiernan. Ese
colapso no tiene la naturaleza más estructural que si poseen los
países centroamericanos Honduras, Gurtmala y El Salvador. Sería reversible al cambiar el régimen.
Lo cierto es que el clima que
impera en Venezuela desde hace ya largos años no es apto para la vida decente y
digna y ello se debe a la ínfima calidad de quienes tienen hoy el poder
político. Para los venezolanos que desean vivir civilizadamente, que son
muchos, no hay sino dos salidas a corto
plazo: o se van del país o cambia el gobierno.
Pero si no se van del país y si
no cambia el gobierno, sus vidas se tornan cada día más precarias y hasta
desesperadas. Lo sé porque tengo
familiares y amigos que me cuentan los horrores que suceden a diario en la
Venezuela de hoy. Para ellos, aun las
alternativas de mediano plazo son pocas: o insurgen abiertamente contra el régimen
podrido, o aguantan en silencio o se van acomodando y acostumbrando a esa vida
degradante. La alternativa de la insurgencia
es la que yo hubiera elegido de estar en Venezuela, aunque para muchos
compatriotas ello sería una muestra de impaciente “radicalismo”. Yo no hubiera podido seguir
esperando y me aterraría pensar que hubiera podido “acostumbrarme” a vivir en ese lodazal espiritual
que es la Venezuela chavista.
Ya Venezuela tiene 15 años
esperando que la pesadilla termine y no termina. A nadie se le puede pedir que
pase su vida esperando. 15 años para
muchos significa el paso de la edad media a la tercera edad, el paso de la adolescencia
a la edad de trabajar. 15 años representa el 20% de toda una vida. Pasar la quinta
parte de la vida bajo el mando de un Chávez o de un Maduro debería ser
impensable. Por lo menos para mí lo es.
A título estrictamente personal doy gracias a
mis magníficos hijos quienes hicieron posible que mi esposa y yo pudiéramos salir de
aquella gran prisión. He vivido por los últimos once años en una sociedad libre
y pujante, que se mueve hacia adelante
todos los días, una sociedad donde se puede respirar el aire de libertad y
donde se puede caminar por las calles con un sentimiento de alta seguridad. Al
mismo tiempo estoy intimamente involucrado en acelerar el cambio de gobierno en
Venezuela y deseo fervientemente que la pandilla que se ha adueñado del país
sea expulsada de la manera más ignominiosa. Hago lo posible porque eso suceda,
ya que me considero un soldado raso de la democracia.
Admito que no estoy seguro de si
debería estar aquí, siendo feliz a título individual, o allá para compartir con mis compatriotas las
penurias que caracterizan a la Venezuela de hoy. Sinceramente no creo que mi
presencia física allá les alivie su pesada carga. Al contrario, sería una boca
más en búsqueda de pollo. Me da la impresión que desde aquí puedo actuar
con más libertad para hacer y decir cosas que no pudiera hacer y decir allá. Pero
confieso que ello pudiera ser una simple racionalización de mis deseos.
Pienso que lo único que no puedo hacer desde
donde estoy es increpar cara a cara al bandido de Nicolás Maduro y darle una
patada por el fundillo. Eso sería mis más ferviente deseo.
Pero es que
eso tampoco lo pudiera hacer allá. Esos tipos andan muy bien protegidos por
guardafundillos, matones y tupamaros.
5 comentarios:
En realidad, Ud. no tiene que reprocharse nada. ¿Tener suerte porque sus hijos lo acogieron y lo ayudaron a instalarse? Eso es una circunstancia favorable que no todos van a tener, pero no es culpa suya ni nada reprochable.
La verdad, yo que no tengo esa circunstancia favorable, lo estoy pensando seriamente, porque no creo en la oposición colaboracionista y porque, ya entrado en la tercera edad, estoy desesperado, porque todavía tengo vitalidad. Saludos.
Mas que nada, emigre por asuntos familiares y personales, aunque creo que de todas formas me hubiera ido para vivir en un pais en "toda regla", sin embargo, ni Venezuela me debe ni yo a ella, me dio, y mucho, pero tambien fue porque yo le di mi "todo" y ademas que me lo sude con creces y "honestamente"...
Estos tipos de comentarios que somos traidores a la patria y gilipolleces por el estilo, no son mas que ignorantadas de atorrantes mediocres que nunca se han comido ni un solo rosco, no mas que mindundis incapaces y de mala sangre... me da igual ya que me la trae al pairo.
Por lo demas, en lo personal, y a estas alturas del partido, francamente es que me importa un carajo lo que los demas piensen...
Había que irse. Propicio tu momento porque lo hiciste a buen tiempo. Yo espere un poquito pero cuando chapriles dijo que le diéramos a las ollas supe que todo estaba perdido. Somos la diáspora, es verdad, pero tenemos seguridad carne pollo café leche y papel para limpiarnos los fundillos y nuestro dinero no pierde valor cada media hora. No cambio eso por estar allá sufriendo las marramucias de mamaburro y a diablodado.
En donde sea... por mas misero que ese lugar sea, en condiciones adversas siempre habra un mendrugo de pan y un trozo de queso, pero cuando la impunidad reina y la violencia se aduena del pais en donde resides, en donde cada veinte minutos un venezolano es asesinado de la forma más violenta, ya no te queda otra que huir para sobrevivir.
Gustavo, eres más útil a la causa de la libertad donde estás (y no sabes cuánto te lo agradece tanta gente)que aquí en Venezuela, donde ya te hubiesen hecho preso, sin posibilidad alguna de justicia. Sigue adelante!
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