domingo, 7 de septiembre de 2014

Todo emigrante es un inmigrante

REFLEXIONES DOMINICALES

Hace algunos años una señora chavista, ya fallecida, Blanca Nieves Portocarrero, se refería a quienes se iban de Venezuela como “malos venezolanos y traidores”.  Como la lengua es castigo del cuerpo la señora tenía tres años viviendo fuera de Venezuela (era embajadora de Chávez en Alemania) cuando se enfermó y decidió  irse a morir a Valencia.  
Este ejemplo de la fallecida es extremo pero en nuestro país  hay una tendencia a pensar, por parte de quienes viven en Venezuela, que la ausencia del país equivale a abandono.  A pesar de que la mayoría de  quienes opinan sobre los que se ausentan  hacen loables esfuerzos para que sus opiniones no suenen a reproche,  con frecuencia fallan en su intento. Dicen, por ejemplo: “ Respetamos a quienes se van pero nosotros si nos quedamos a defender al país” o algo  por el estilo.
Este es un tema difícil que hemos tocado en algunas ocasiones porque tengo once años fuera de mi país, practicamente sin regresar, excepto por unas 48 horas en 2004. Soy, pués,  un emigrante. Pero, al mismo tiempo, soy un inmigrante en el país donde ahora resido. Esa es una dualidad inevitable, ya que todos quienes nos vamos de A a B somos emigrantes de A e inmigrantes en B. Y así como podemos ser considerados fugitivos de A somos generalmente bienvenidos en B.  En Venezuela se cuentan muchas historias de venezolanos rechazados, humillados y objeto de discriminación en los países donde van a vivir. Esa ciertamente no ha sido mi experiencia, a pesar de que no traje a este país ( USA)  ningun negocio, ningun dinero, nada material que pudiera añadir a su  PIB . Al contrario,  a pesar de haber llegado aquí ya septuagenario, he logrado aceptación, apoyo y  una manera  honesta de obtener modestos ingresos. En Valencia, donde estuve un año (2003) buscando que hacer, antes de decidir mi viaje,  no logré empleo alguno.
Como en nuestro país nunca había existido una diáspora tan masiva como la que existe hoy en día,  el fenómeno se ha convertido en un tema controversial. Pero en la Europa de los últimos años de la segunda guerra mundial  y de  la post guerra  la emigración fué gigantesca. Se trataba de millones de personas quienes deseaban comenzar sus vidas de nuevo.  Las razones variaban casi de persona en persona. Un Einstein, emigrante, deseaba la libertad intelectual que no podía conseguir en su país. Un campesino deseaba un pedazo de tierra que cultivar en paz. Carpinteros, zapateros, artesanos de todo tipo, deseaban ganarse la vida  ejerciendo honestamente su profesión.  
La diáspora venezolana no es de mano de obra especializada ni de gente paupérrima. Es casi exclusivamente  de una clase media relativamente bien educada, muchos profesionales universitarios quienes ya han superado esas etapas primarias que señala Abrahm Manslow,  las de obtener comida, casa y auto, y se encontraron  progresivamente en un ambiente donde se les negaba la posibilidad de seguir viviendo en paz de esa manera y, menos aun,  de progresar hacia niveles superiores de logro personal y familiar. Muchos ya eran padres de adolescentes a quienes el país les estaba negando la posibilidad de poder vivir tan bien o mejor de como sus padres habían vivido. Esta fué la masa de venezolanos que comenzó a emigrar.  En este sentido se diferencia de la estampida que experimentan los países centroamericanos fallidos hacia los Estados Unidos.  En Venezuela la diáspora es el producto de un colapso de la democracia y de la libertad y de la progresiva ruina del país inducida por la ineptitud de quienes lo gobiernan. Ese colapso no tiene la naturaleza más estructural que si poseen los países centroamericanos Honduras, Gurtmala y El Salvador. Sería reversible al cambiar el régimen.  
Lo cierto es que el clima que impera en Venezuela desde hace ya largos años no es apto para la vida decente y digna y ello se debe a la ínfima calidad de quienes tienen hoy el poder político. Para los venezolanos que desean vivir civilizadamente, que son muchos,  no hay sino dos salidas a corto plazo: o se van del país o cambia el gobierno.  Pero si no se van del  país y si no cambia el gobierno, sus vidas se tornan cada día más precarias y hasta desesperadas.  Lo sé porque tengo familiares y amigos que me cuentan los horrores que suceden a diario en la Venezuela de hoy. Para ellos,  aun las alternativas de mediano plazo son pocas: o insurgen abiertamente contra el régimen podrido, o aguantan en silencio o se van acomodando y acostumbrando a esa vida degradante. La  alternativa de la insurgencia es la que yo hubiera elegido de estar en Venezuela, aunque para muchos compatriotas ello sería una muestra de impaciente  “radicalismo”. Yo no hubiera podido seguir esperando y me aterraría pensar que hubiera podido  “acostumbrarme” a vivir en ese lodazal espiritual que es la Venezuela chavista. 
Ya Venezuela tiene 15 años esperando que la pesadilla termine y no termina. A nadie se le puede pedir que pase su vida esperando.  15 años para muchos significa el paso de la edad media a la tercera edad, el paso de la adolescencia a la edad de trabajar. 15 años representa el 20% de toda una vida. Pasar la quinta parte de la vida bajo el mando de un Chávez o de un Maduro debería ser impensable. Por lo menos para mí lo es.
 A título estrictamente personal doy gracias a mis magníficos hijos quienes hicieron posible que mi esposa y yo pudiéramos salir de aquella gran prisión. He vivido por los últimos once años en una sociedad libre y  pujante, que se mueve hacia adelante todos los días, una sociedad donde se puede respirar el aire de libertad y donde se puede caminar por las calles con un sentimiento de alta seguridad. Al mismo tiempo estoy intimamente involucrado en acelerar el cambio de gobierno en Venezuela y deseo fervientemente que la pandilla que se ha adueñado del país sea expulsada de la manera más ignominiosa. Hago lo posible porque eso suceda, ya que me considero  un soldado raso  de la democracia.
Admito que no estoy seguro de si debería estar aquí, siendo feliz a título individual, o  allá para compartir con mis compatriotas las penurias que caracterizan a la Venezuela de hoy. Sinceramente no creo que mi presencia física allá les alivie su pesada carga. Al contrario, sería una boca más en búsqueda de pollo.   Me da la impresión que desde aquí puedo actuar con más libertad para hacer y decir cosas que no pudiera hacer y decir allá. Pero confieso que ello pudiera ser una simple racionalización de mis deseos.
 Pienso que lo único que no puedo hacer desde donde estoy es increpar cara a cara al bandido de Nicolás Maduro y darle una patada por el fundillo. Eso sería mis más ferviente deseo. 

 Pero es que  eso tampoco lo pudiera hacer allá. Esos tipos andan muy bien protegidos por guardafundillos, matones y tupamaros. 

5 comentarios:

Anónimo dijo...

En realidad, Ud. no tiene que reprocharse nada. ¿Tener suerte porque sus hijos lo acogieron y lo ayudaron a instalarse? Eso es una circunstancia favorable que no todos van a tener, pero no es culpa suya ni nada reprochable.

La verdad, yo que no tengo esa circunstancia favorable, lo estoy pensando seriamente, porque no creo en la oposición colaboracionista y porque, ya entrado en la tercera edad, estoy desesperado, porque todavía tengo vitalidad. Saludos.

Alitas Allie dijo...

Mas que nada, emigre por asuntos familiares y personales, aunque creo que de todas formas me hubiera ido para vivir en un pais en "toda regla", sin embargo, ni Venezuela me debe ni yo a ella, me dio, y mucho, pero tambien fue porque yo le di mi "todo" y ademas que me lo sude con creces y "honestamente"...

Estos tipos de comentarios que somos traidores a la patria y gilipolleces por el estilo, no son mas que ignorantadas de atorrantes mediocres que nunca se han comido ni un solo rosco, no mas que mindundis incapaces y de mala sangre... me da igual ya que me la trae al pairo.

Por lo demas, en lo personal, y a estas alturas del partido, francamente es que me importa un carajo lo que los demas piensen...

Anónimo dijo...

Había que irse. Propicio tu momento porque lo hiciste a buen tiempo. Yo espere un poquito pero cuando chapriles dijo que le diéramos a las ollas supe que todo estaba perdido. Somos la diáspora, es verdad, pero tenemos seguridad carne pollo café leche y papel para limpiarnos los fundillos y nuestro dinero no pierde valor cada media hora. No cambio eso por estar allá sufriendo las marramucias de mamaburro y a diablodado.

Alitas Allie dijo...

En donde sea... por mas misero que ese lugar sea, en condiciones adversas siempre habra un mendrugo de pan y un trozo de queso, pero cuando la impunidad reina y la violencia se aduena del pais en donde resides, en donde cada veinte minutos un venezolano es asesinado de la forma más violenta, ya no te queda otra que huir para sobrevivir.

Anónimo dijo...

Gustavo, eres más útil a la causa de la libertad donde estás (y no sabes cuánto te lo agradece tanta gente)que aquí en Venezuela, donde ya te hubiesen hecho preso, sin posibilidad alguna de justicia. Sigue adelante!