Dice Michael Sandel en su volumen “Justice, what’s the right thing to do” que
muchos ven la política simplemente como el mecanismo que les permite
seleccionar sus propios objetivos. Aristóteles no lo veía así. Para Aristóteles
el objetivo de la política es formar buenos ciudadanos y cultivar el buen
carácter. Por ello, agregaba: “si el espíritu de una asociación es el mismo
después de formarse del que poseían sus
miembros antes de asociarse, esta asociación no puede llamarse una comunidad política”.
Subyacente a esta visión aristotélica está el principio del respeto por las minorías.
Una comunidad política democrática no puede establecerse sobre la base única
del deseo de las mayorías sino, también, sobre el respeto de los objetivos de
las minorías y, por ello, de un equilibrio civilizado entre ambos grupos. Así
como la democracia no puede ser simplemente una tiranía de las mayorías, así
tampoco puede representar el dominio de una oligarquía, aun cuando esta fuera
una oligarquía del conocimiento y del talento. Por qué los Pericles, o los
Abraham Lincoln deben gobernar? No solo porque son los más brillantes sino
porque la comunidad política lo reconoce así y los elige como sus conductores.
El caso venezolano luce muy lejano de esta clase de reflexiones. En nuestro
país gobierna una oligarquía del poder y de la fuerza. No existe una oligarquía
del talento. Por lo consiguiente, tampoco existe, ni remotamente, una democracia.
No es la mayoría la que gobierna hoy . Al inicio de esta etapa oscura de 16
años, pareció gobernar una mayoría la cual, en semanas o meses después de las
elecciones que llevaron al difunto al poder, se tornó profundamente anti-democrática, al negar los más elementales derechos de las minorías humilladas. Hoy, la
mayoría de la sociedad venezolana está en contra del gobierno, pero el efecto
neto es el mismo: lo que tenemos es una oligarquía del poder y de la fuerza
atornillada en todas las instituciones del estado.
Por ello no logro aceptar el por qué tanta gente, desde el Papa hasta Obama,
pasando por el Secretario General de la OEA y uno que otro funcionario de la
ONU, piden un diálogo entre el gobierno y la oposición, como la vía de solución
a esta asimetría horrorosa existente en nuestro país, entre quienes tienen el
poder y sus víctimas. Porque es imposible desconocer que esto es lo que
tenemos. No existe en Venezuela un gobierno y una oposición que tengan
diferencias de opinión pero comparta los mismos valores y principios y que
mantengan una relación de respeto.
La profunda brecha moral que los separa hace
imposible que exista un diálogo entre estos dos grupos.
La solución para esta Venezuela de hoy no pasa por la vía del diálogo. La solución
pasa por la vía de la salida del poder de la oligarquía de la fuerza. Esto hay
que entenderlo. No puede haber diálogo entre víctimas y victimarios, entre
carceleros y prisioneros, entre la barbarie y los deseos de vivir en paz. Por
ello, cada vez que alguien, con la mejor o peor de las intenciones, pide
diálogo, está contribuyendo directamente a la permanencia de la barbarie en el
poder.
Comprende uno porque se habla tanto de diálogo. Es el recurso fácil. Lo hacen quienes se
niegan a hablar de las verdaderas soluciones, todas las cuales requieren coraje
y tienen, para muchos, un alto costo político. Ellos dirán, parafraseando a
George Eliot, que es mucho más fácil
asfixiar sus valores y principios que tener que enfrentarse a las consecuencias
de expresarlos dignamente. El Papa no puede hablar de ir a la calle, a la
huelga, a la rebelión, por razones de su naturaleza de líder religioso (aunque
Juan Pablo si lo hizo en referencia a su país natal). Los líderes regionales no se atreven a hablar porque
les aterra ser confundidos con lo que llaman la derecha y porque muchos han
obtenido grandes beneficio$$$$ del régimen venezolano. El Secretario General de la OEA habla de
diálogo porque parece ser primo del anterior. El Secretario General de UNASUR
insta al diálogo porque es un mercenario comprado por el régimen venezolano.
Los Estados Unidos refieren el problema venezolano al diálogo entre las
partes porque continúan, como el
cangrejo, dando un paso adelante y dos hacia atrás y porque el problema
venezolano es secundario al problema cubano.
Aristóteles, de estar entre nosotros, rechazaría de plano
la existencia en Venezuela de una comunidad política, por
lo cual un diálogo sería imposible.
Hablaría del diálogo como totalmente contrario a lo que
significa una
verdadera comunidad política. Reconocería en la situación
venezolana una alianza social hipócrita, violatoria tanto de la oligarquía del talento como de la verdadera
democracia.
Lo que tenemos hoy Aristóteles lo llamaría un ρύζι με μάνγκο, es decir,
un arroz con mango.
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