REFLEXIONES EN OCASION DEL NOVENO CONGRESO GEOLOGICO VENEZOLANO.
No creo haber sido un geólogo-geólogo. Me interesaron demasiadas otros tópicos para prestarle toda la atención debida a mi profesión elegida. Llegué a ser geólogo como compromiso entre ser ingeniero ( me parecieron demasiados los números) y ser filósofo,
(insuficiente demanda en el mercado laboral). En mi tiempo la geología no era una ciencia exacta, aunque quizás hoy en día se acerque bastante más a serlo. Por su lado, la filosofía era demasiado etérea y, me dije, “siempre puedo filosofar aunque no tenga un diploma”.
La geología fué el compromiso perfecto: una ciencia natural, noble en su aspiración de reconstruir el pasado de la Tierra y del Cosmos, mensurable pero no excesivamente dependiente en los números, poética, en la cuál la imaginación jugaba un papel importante. Me sedujo De Goyler con su frase: “El petróleo se encuentra en la mente de los hombres” y me pareció irresistible el reto de Hans Cloos: “El geólogo solo puede ver lo pequeño pero debe imaginar lo grande”.
Mi decisión, sin embargo, tuvo raíces más inmediatas. Conocí en Los Teques, mientras compraba unos caramelitos de miel con formas de animales que hacían las hermanas Mendiri, a Pancho Moreno, quien estudiaba geología. Comencé a acompañarlo en sus excursiones geológicas y un día nos fuímos caminando desde Los Teques a Tejerías,viendo rocas. Me pareció que no había nada más hermoso en la naturaleza que una roca brillando al sol, sobretodo las rocas metamórficas de la zona y los minerales que exhibían. Me pareció ver oro por todas partes. Para aumentar mi entusiasmo, mi padre llegó un día a la casa comentando haberse encontrado con su viejo amigo Feo, quien también estaba en el sector farmaceútico. El Sr. Feo le había dicho que tenía un hijo llamado Gustavo, quién ya era geólogo y “hacía más dinero que él”. Esto me decidió. Se pudiera pensar que mis razones fueron demasiado materialistas pero la verdad es que no éramos ricos, aunque pertenecíamos a una clase media decorosa y trabajadora en el entonces pequeño pueblo de Los Teques.
Mi amor por la geología se desarrolló rapidamente y fué el producto de haber trabajado como geólogo petrolero en estrecho contacto con la naturaleza Venezolana y su gente y, especialmente, como producto de la calidad humana de los geólogos que conocí. Me tomó poco tiempo darme cuenta de que los geólogos no eran personas comunes y corrientes. La mayoría estaba practicamente obsesionada por su trabajo geológico y muchos de ellos poseían una gran cultura humanística.
Los primeros geólogos venezolanos que conocí en mi trabajo fueron José Rafaél Domínguez y César Rosales, quienes ya eran funcionarios de alto nivel en la empresa Shell, para la cuál comencé a trabajar después de mi graduación. Al principio no tuve mucho contacto con ellos pero, a medida que pasó el tiempo nos fuímos haciendo grandes amigos, en especial el extrovertido y cordialísimo Domínguez. Luego conocí a Aníbal Martínez en Maracaibo, aunque no tanto como el extraordinario geólogo que ha sido sino como musicólogo, con quien compartí tareas en la Sinfónica de Maracaibo.
Uno de mis primeros recuerdos es para Karl Dallmus, gran señor de la geología y gran Venezolano de corazón, un maravilloso regalo que nos hicera la Colorado School of Mines. No trabajé nunca con Dallmus, quien era de una generación anterior, pero lo ví mucho en las reuniones de la Asociación de Geología, Minería y Petróleos, a las cuáles nunca dejaba de asistir, sentándose siempre en la primera fila. Dallmus me decía, una y otra vez, que “la naturaleza siempre prefiere la ruta más sencilla” y que, confrontado con un problema geológico, él siempre buscaba la explicación menos compleja. En ese sentido Dallmus era un creyente en la “Navaja de Ocam” (el filósofo Guillermo de Ocam decía que la solución correcta a un problema era generalmente la más simple).
Recuerdo con cariño a mi primeros jefes en Shell, los geólogos Bill Milroy y Hans P. Schaub, Escocés Bill y Suizo Hans, quienes supieron guiar mi carrera con mucho equilibrio y sentido humano. Milroy siempre me felicitó por los progresos que pude hacer en mis primeros años, cuando era el único Venezolano en el Departamento de Exploración en Maracaibo, y Schaub guió mi entrenamiento con mucho tino, considerando que yo era un geólogo con menor nivel académico que mis colegas Ingleses, Holandeses y Suizos, todos quienes tenían doctorados.
El geólogo nacido en Schaffhaussen, Konrad Habicht, ocupó lugar especial en mi carrera como geólogo y en mi vida. Konrad era un geólogo obsesionado con la geología. El día que se iba a casar en Maracaibo tuvimos que llevarlo a toda prisa, casi a la fuerza, a la Iglesia porque lo habia olvidado, ocupado en dibujar las exquisitas secciones de la Cuenca de Maracaibo que aparecerían después en el “Habitat of Oil”. Konrad iba al campo con una linterna y, cuando se hacía oscuro, la prendía para seguir viendo los afloramientos. Su esposa y él me llevaron un día una torta de cumpleaños a mi campamento geológico en Bariro adentro, entre Dabajuro y Carora, a cuatro horas por trocha de la carretera principal. Konrad era un humanista: pintaba muy bien, tocaba el piano, poseía una cultura avasallante. De niño llamaba tío a Albert Einstein, gran amigo de su padre Conrad. Konrad era un gran geólogo estructural y sus ideas sobre la geología regional del Occidente de Venezuela influenciaron mucho mis propias ideas. En nuestro trabajo en Siquisique Konrad fué uno de los primeros en advertir la asociación entre lavas almohadilladas y ofiolitas que contribuyeron a definir el área como de borde de eugeosinclinal (hoy en día probablemente se hablaría de un contacto entre dos placas tectónicas).
Si Konrad fue mi maestro en lo estructural Otto Renz fué mi maestro en estratigrafía, especialmente en la estratigrafía del Cretácico de la Cuenca de Maracaibo. Así como me deleitaba con los libros de campo de Konrad (su versión de la sección de El Baño, Estado Trujillo, es una obra maestra de la geología y de la pintura), de la misma manera me deleitaba con las secciones estratigráficas que Otto obtenía de nuestras visitas a las quebradas Andinas o los cerros de La Guajira Colombiana. Otto era un Suizo de Basilea, culto y muy rico, pero cuando se sentía más a gusto era cuando caminaba por los cerros de Lara descifrando los enredados deslizamientos submarinos o cuando trotaba, montado en su mulita, por las trochas andinas. Otto era imperturbable, siempre alegre, totalmente cómodo en la provincia venezolana. Su mejor amigo era Eutimio Blanco, su chófer.
Una pareja dispareja que no olvidaré jamás era la compuesta por Harold Reading y Eddie Frankl, quienes trabajaron juntos en Falcón, en una zona adyacente a la que yo trabajaba. Harold era un geólogo de Oxford y Eddie era un geólogo de Delft, de temperamentos muy diferentes y de visiones geológicas radicalmente opuestas. El trabajo que llevaron a cabo en Falcón mostró claramente esas diferencias. Harold regresaría a Oxford donde se convirtió en un maestro legendario y donde está todavía, ya retirado y rodeado del cariño y la admiración de sus colegas y centenares de alumnos. Eddie llegaría a ser el jefe máximo de Exploración del grupo Shell, en la sede de La Haya. Lamentablemente lo perdí de vista.
Un amigo muy querido y con quien aún mantengo contacto (está en Nuevo Méjico) es el geólogo holandés Coen Kiewiet de Jonge, autor de maravillosos mapas fotogeológicos de la Península de la Guajira. Coen, muy católico, siempre trató de convertirme mientras trabajamos juntos en Siquisique y es una de las personas más bondadosas que he conocido jamás.
En mis años como geólogo de exploración trabajé junto a extraordinarios profesionales tales como Jacques Follot, muerto a manos de los terroristas Argelinos, Rudolf Blaser, Jan Bodenhausen, Jake Schweighauser y el sedimentólogo Jan Van Andel. De todos ellos guardo maravillosos recuerdos. Blaser era un gran bailarín y se llevaba a los bailes de Maracaibo tres camisas que se cambiaba a medida que transcurría la noche. Uno de mis últimos compañeros de campo fué Myles Bowen, con quien conservo una excelente amistad y quien luego de su estadía en Venezuela, donde se casó, llegó a la junta directiva de la empresa Enterprise en Londres y se retiró lleno de éxito profesional.
En París recuerdo una reunión con Daniél Trumpy, el geólogo Suizo cuyo nombre ha sido dado a un pico Colombiano. Comencé a conversar con él a las nueve de la mañana y a las once ya nos habíamos tomado una botella de Armagnac. El lo tomaba porque tenía una costilla fracturada que le dolía, yo por darle apoyo moral. Esa noche Trumpy me invitó a cenar en “Fouquet”con Arturo Rubinstein, el pianista. La conversación con aquellos dos gigantes ha sido uno de los momentos más emocionantes de mi vida.
Y por supuesto, mis colegas Venezolanos, tanto los más antiguos como los más jóvenes. De los más antiguos recuerdo con especial afecto a Gustavo Feo Codecido, Alberto Barnola y José Méndez Zapata, con quienes trabajé estrechamente. Los tres han sido o fueron muy acuciosos y sistemáticos en su trabajo, muy orientados hacia la visión regional más que a la geología de detalle y dotados, en especial Barnola, de un gran sentido del humor.Y, por supuesto, a mi inolvidable amigo Pancho Moreno, por quien me hice geólogo, siempre tan lleno de historias deliciosas sobre sus años en Quiriquire y otros campos de Creole, siempre tan íntegro como geólogo y como venezolano. Tengo un recuerdo muy grato de Ernesto Sugar, a quien conocí más como Venezolano íntegro y muy comprometido con el futuro del país que como especialista de la geología y de Guillermo Rodríguez Eraso, geólogo prestado a la gerencia, en la cuál se distinguió de manera brillante.
Entre los más jóvenes, a quienes vi llegar a la industria petrolera recién salidos del cascarón, recuerdo haber visto crecer profesionalmente y trabajado junto a Vladimir Gamboa, Aura Neuman, Ovidio Suárez, Tito Boesi, Gonzalo Gamero, José Matos, Enrique Vásquez, José Chirinos y los prematuramente fallecidos Héctor Rosss y Pablo Stredel. Con todos ellos tuve una excelente amistad, no solo contacto de trabajo, en especial con Vladimir Gamboa, con quien tengo una deuda de gratitud profesional muy especial, con mi querido pavo Gamero y con ese gran ciudadano que ha sido Henrique Vásquez.
Con Hans Krause he tenido una gran relación. Lo conocí en el Lago de Maracaibo, donde llegué a trabajar como ingeniero de campo después de una carrera con algunos altibajos en exploración. Krause, mucho menor que yo, se convirtió en mis primeros meses como ingeniero de campo en uno de mis tutores en el Lago. Por muchos años hemos mantenido una perseverante amistad.
En Indonesia, entre 1963 y 1965 hice una amistad muy especial con el geólogo Frank Rubio, un profesional extraordinario, con quien compartí momentos de crisis, de peligro personal y de triunfo en aquel lejano país. Rubio vive actualmente cerca de mí, en los alrededores de Washington DC y tengo la suerte de verlo con alguna frecuencia.
Los geólogos del Ministerio de Minas, Dionisio Zozaya, Erimar von der Osten y Henrique Lavié, fueron colegas con quienes trabajé muy a gusto, aunque con Erimar y Dionisio nunca estuve muy de acuerdo en relación con la estratigrafía de la zona de Barquisimeto. Lavié fue uno de mis mejores amigos de la primera adolescencia, en el Liceo San José de Los Teques.
Hoy, por supuesto, ya no puedo llamarme geólogo, aunque todavía cargo mi martillo en la parte posterior del auto y mi esposa ya comprende porque paso a 80 millas por hora por un centro comercial pero me paro en seco frente a un afloramiento de carretera. Muchos de los términos y técnicas que se utilizan ahora son desconocidos para mí. Veo que, de haber sido una tarea bastante individual en mi época, la geologia ha pasado a ser una tarea de equipo, muy multidisciplinaria y mucho más cercana a una ciencia que a un arte, aunque todavía hay y siempre habrá espacio para la imaginación.
La geología que estudié era sobre petróleo, sobre rocas y sobre la historia de la tierra pero también resultó ser sobre seres humanos. Fué a través del contacto con tanta gente maravillosa como pude llegar a ser una mejor persona. En estos años de gran tranquilidad y claridad espirituales de los cuáles disfruto plenamente, mientras bajo lentamente la colina, he pensado mucho en como todos llegamos a ser el resultado de múltiples influencias: hogar, escuela, profesión, maestros y colegas. He tenido mucha suerte de haber compartido mi vida profesional con un grupo maravilloso de hombres y mujeres y ello me dió y me continua dando mucha felicidad.
Les deseo a nuestros jóvenes geólogos la misma suerte.
en Maryland, a unas diez millas de Cumberland.