En el barco Veendam, Septiembre 2019
En la Rúa da Alfandega, Lisboa
Acabo de regresar a casa con
Marianela, después de un viaje de tres semanas, en el cual utilizamos avión,
trenes, buses y barco. Anduvimos unas 4500 millas, comenzando con un vuelo de
Washington DC. a Lisboa, Portugal. Una vez en Portugal, fuimos a Évora, a
Oporto, a Coímbra y regresamos a Lisboa. Luego, cruzamos el Atlántico en un
barco de Holland-America, , con paradas en Ponta Delgada, en las Islas Azores,
St. Johns, Sídney y Halifax en Nueva Escocia, Bar Harbor en Maine y arribamos
a Boston, Massachusetts. Estuvimos de
visita en Providence, Rhode Island, para finalmente
regresar a Washington DC.
Se trató de una sucesión de
encuentros maravillosos y de despedidas, porque nunca veremos de nuevo la
mayoría de estos destinos. En el puerto
de Halifax, viendo la maniobra de partida de nuestro barco, mi mirada se cruzó
con la de una niña de unos diez años, quien junto a sus padres agitaba su mano
en despedida. Sentí una fuerte sensación de pérdida, al pensar que esta niña
vivirá su vida en un mundo nuevo, tratando de imaginar que será de ella y si
recordaría por más de algunos minutos al anciano que le decía adiós.
Descubrimos en nuestro viaje que
el mundo es otro y que, en muchos sentidos, ha dejado de ser el nuestro.
Maneras, costumbres y actitudes han cambiado, el ritmo de vida se ha acelerado
y nos llama la atención la pérdida de la elegancia que solía acompañar a los
viajeros. Descubrimos, con Dorotea, que
somos extranjeros en Oz.
VUELO A LISBOA.
Volamos a Portugal en un vuelo de
TAP Portugal, directo desde Washington DC a Lisboa. Tres meses antes yo había
pagado $86 extra por persona para reservar los asientos al lado de la salida de
emergencia, los cuales tienen más espacio. Al llegar al aeropuerto me
expidieron los respectivos pases de abordaje pero, al tratar de entrar al avión,
me detuvieron porque “el sistema” no me permitía viajar en esos asientos por
razones de edad. La representante de la aerolínea me dijo que ya estaba muy
viejo para viajar en esos asientos. Todavía estoy tratando de recuperar el
dinero que pagué, ya que el sistema existente en la aerolínea parece estar
diseñado para descorazonar los reembolsos. Nos enviaron a unos asientos hacia
el final del avión, bastante estrechos.
EN LISBOA
Tuvimos un excelente vuelo, con
algunos bamboleos sobre las Azores, como decía el protagonista de la novela de
John Le Carré, “El Espía que llegó del Frío”. En menos de seis horas cambiamos
radicalmente de paisaje urbano, de una Washington D.C. muy moderna a una Lisboa
significativamente anclada en el pasado, con sus lentos tranvías, iglesias
centenarias y estrechas y laberínticas calles. Nuestra selección de hotel
resultó muy afortunada, el Hotel “Mundial”, situado en la plaza Martím Moñiz, con
habitaciones enormes, techos altos y hasta con balcones sobre la plaza
adyacente. El personal era muy atento y disfrutamos de un gran desayuno incluido
en el precio de la habitación. Sin haberlo planificado arribamos a la zona de
Lisboa donde el poeta Fernando Pessoa había vivido por muchos años, en la zona
de Baixa Chiado, en el centro viejo de la ciudad y sentí que las calles que el
transitó incesantemente guardaban todavía sus huellas.
Salimos del hotel de inmediato, a
caminar, almorzando en un restaurant espectacular de comida de mar llamado Solar
31, situado en una estrecha calle muy cerca del hotel. Allí comimos sardinas y
bacalao, pescados muy gustosos a los cuales me dediqué casi exclusivamente
mientras estuve en Portugal. Nuestra primera caminata en Lisboa cubrió los predios
de Pessoa, los cuales van desde la Plaza de Restauradores a la plaza Martim Moñiz , bajando por la Plaza da Figueira, y la
plaza Pedro IV. Pessoa vivió y trabajó como modesto contabilista en la Rúa dos
Douradores y solía caminar hasta la imponente Plaza del Comercio, uno de los
varios corazones de la Lisboa antigua. Sus avenidas desde la Rúa de Ouro hasta
la Rúa Madalena están llenas de restaurantes y pequeñas tiendas. Mucha gente en
las calles, una mayoría de turistas fácilmente reconocibles por sus atuendos.
Hacía calor y se veían los tocados más estrambóticos. Los nativos visten con
sencillez y no se ven tan elegantes como, por ejemplo, los madrileños de la
Calle Serrano. Nos llamó la atención la cantidad de ventas de dulces,
especialmente las natillas, las cuales son una de las especialidades del país. Hay
una bella escultura del poeta, situada frente a un café en la Rúa Garret, la
cual incluye un asiento que nos permitió colocarnos a su lado a tomarnos un
café.
Ese primer día caminamos unas
seis millas, cada vuelta de la esquina un sitio nuevo a descubrir. No tuvimos
ni rastros de jet lag. Lo que si es
cierto es que, al final de ese primer día, caímos en estado semi-catatónico en
nuestra cama y nos despertamos 10 horas después.
DOMINGO EN ÉVORA
El Bus que nos llevó
Comiendo en Évora, al aire libre
Después de acompañar a Marianela
a la misa de las 9 a.m. en la Iglesia de Santo Domingo, una de las más antiguas
de Lisboa, nos fuimos al pueblo de Évora en autobús, el cual sale del terminal
de Buses de Sete Ríos, al cual llegamos por un Metro de primera clase. El
Terminal es bastante caótico, de tercer mundo, con un gentío de muy descuidado
aspecto, casi todos turistas llenos de bojotes, esperando por los diversos
buses. Sin embargo, el tercer mundo del terminal fue remplazado por el primer
mundo de los buses, muy nuevos y bruñidos, impecablemente limpios. El viaje a
Évora toma unos 90 minutos, por buena carretera, a una velocidad constante de
unos 80 kilómetros por hora. Al salir de
Lisboa, por el este de la ciudad atravesamos una zona de feísimos bloques de
apartamentos. AL dejarlos atrás entramos en unos valles áridos, sin mayor
relieve, aunque poco a poco fueron apareciendo olivares y árboles que parecían
ser de corcho, así como una creciente población de lustrosos caballos y vacas
de próspero aspecto. El paisaje se tornó más fértil, adornado por suaves colinas.
Llegamos a Évora pero no había gente en
las calles. La pequeña ciudad es primorosa, toda blanca, de una limpieza
absoluta pero desierta por ser domingo. Caminamos por sus calles admirando las
casas de techos rojos hasta el centro donde encontramos algunos restaurantes
abiertos. Regresamos a Lisboa al caer la tarde, admirados de la belleza de Évora,
pensando que ese es un sitio donde no nos hubiera importado vivir.
EN LISBOA, EN LA ALFAMA
Entrando en el laberinto
Al día siguiente caminamos hasta
la Rúa da Alfandegas y la seguimos hacia el este, hasta el Museo del Fado. Por
esa pequeña plazoleta entramos a la Alfama
y comenzamos a caminar por ese verdadero laberinto que es el antiguo barrio que
ha albergado a romanos, moros, judíos y
marineros por centurias. La entrada que utilizamos es la de la antigua Judería,
en la cual existe una sinagoga que data del año 1373. En las calles pueden verse los tendidos de
ropa, los minúsculos balcones y predomina el olor a pescado. El laberinto es
interrumpido de repente por pequeñas plazas llenas de flores. Es un barrio de
una bella fealdad, un palimpsesto sociológico al cual se le agrega hoy un
estrato bohemio.
OPORTO
Vista de Oporto, desde la ribera Sur.
De Lisboa tomamos el tren para
visitar Oporto, la segunda ciudad en importancia de Portugal y, en cierto
sentido, de mayor importancia comercial, por su pujante industria vinícola. Abordamos
el tren ALFA, muy bello, en un vagón que lucía nuevo, con asientos numerados
reservados, con una gran suavidad de marcha que aventaja en mucho a los trenes
estadounidenses. El viaje de Lisboa a Oporto en este tren dura un poco menos de
tres horas, con breves paradas en varias ciudades y pueblos del centro y norte
del país. La estación de ferrocarril de Lisboa, Santa Apolonia., es muy limpia y
muy bonita. A diferencia de los trenes estadounidenses, los cuales anuncian su
llegada al andén apenas con diez minutos de anticipación y obligan a los
pasajeros a salir corriendo a ver si pueden abordar a tiempo, las pantallas electrónicas en el
terminal anuncian el número del andén en pantalla con mucha anticipación, lo
cual elimina las angustias de los pasajeros, sobre todo los inválidos y los de
mayor edad.
En contraste con la estación de
ferrocarril de Santa Apolonia, en Lisboa, la estación Campanha, de Oporto, es
sucia y fea. Salir del tren a la calle es complicado y, al salir, la competencia
por un taxi es dura. Nuestra primera impresión es la de haber llegado a Puerto
Cabello en plena era de Rafael Lacava. Nuestro hotel estaba situado en la zona
de Masarelos, lo cual significa que el taxi debe atravesar el centro de la ciudad de este a oeste. El viaje
es de unos 5 kilómetros pero dura casi una hora por la congestión de autos a
esa hora del mediodía. A nuestra izquierda fluía el río Duero.
Llegamos al
hotel Villa Gale Porto Ribeira, el cual resultó ser pequeño, muy moderno y agradable,
fuertemente orientado hacia el arte pictórico. Nuestra habitación estaba
decorada con excelentes reproducciones de Rembrandt y en las áreas comunes abundaban las
obras de pintores portugueses. Las alternativas para ir de nuestro hotel al
centro de Oporto eran caminar o tomar un tranvía. La distancia no era muy
grande , un par de kilómetros, pero la vía no era la mejor, con unas aceras muy
estrechas, hechas de piedras, las cuales hacían del caminar una experiencia
hasta dolorosa. La otra alternativa era mejor, si se podía lograr entrar al
tranvía, el cual siempre pasaba por nuestro hotel lleno de turistas apretujados
y sudorosos, tomando fotos a diestra y siniestra. El tranvía ejerce una gran
fascinación para los turistas porque es una artefacto antiguo, parte de una
cultura que ya no existe en la mayoría de los demás países. Por ello los ocupan
a toda hora, lo cual indigna a los
nativos, quienes lo requieren para ir y venir del trabajo.
Caminamos, pues, hacia el centro
de Oporto, donde el puente de Dom Luis I conecta las dos riberas del Duero, la
de Oporto propiamente y la de Vila Nova de Gaia, en la cual se encuentran las
grandes casas productoras del vino que ha hecho famoso a la ciudad. Nuestro
encuentro con el corazón de Oporto, la zona comprendida entre la Iglesia de San
Francisco al oeste, el puente de Dom Luis I al este y la Catedral al norte fue
bastante decepcionante. Por la calle cercana al río, la Cais da Ribeira, una zona de restaurantes y
tabernas, transitaba una muchedumbre de desaliñado aspecto, mucha gente joven
con “back packs”, mucha gente greñuda, con aspecto de no haberse bañado en
mucho tiempo, una población de turistas chancletudos. Nunca encontraríamos a Carolina
Herrera caminando por estas calles de Oporto, quizás a Mick Jagger. La otra
ribera se veía mejor, más refinada, por lo cual cruzamos el Puente, el cual
tiene unos 150 años de construido (y se nota), desde donde algunos adolescentes
se lanzaban desde el puente hacia el río a fin de recolectar algún dinero de
los turistas. De ese otro lado las avenidas eran más amplias y hay mayores
señales de prosperidad. Las empresas productoras del vino oporto ofrecen recorridos
por sus instalaciones y degustación de sus vinos.
Al regresar a la ribera norte
visitamos la catedral de Oporto, magnífica y una pequeña estación de
ferrocarril, San Benito, donde hay azulejos bellísimos, una zona de Oporto mucho más agradable.
Logramos tomar un Tranvía que va
hacia el oeste, hasta un bello parque, en la zona de Foz do Douro, llamado
Jarim do Passelo Alegre, rodeado de bellos edificios de apartamentos de corte
antiguo.
En descargo de Oporto es
necesario decir que lo que le daba peor aspecto era la masa de turistas, más
que su propia fisonomía. Es probable que la mejor época para época para verla
no sea el verano.
Marianela espera por el tranvía
Esta fue nuestra habitación en Oporto, bajo la vigilancia de un caballero de la época de Rembrandt.
COIMBRA
De Oporto tomamos el tren para Coímbra,
ciudad que fue la primera capital de Portugal y asiento de su reinado. Coímbra
también tiene su río, el Mondego, con una ribera sur relativamente plana
mientras su ribera norte es empinada. Es una ciudad universitaria y su
universidad es una de las más antiguas de Europa, establecida en 1290. La
universidad es como una pequeña ciudad dentro de la ciudad y hay que caminar
cerro arriba o tomar un ascensor para visitarla. Nosotros optamos por esta segunda
alternativa, ya que nuestras seis millas diarias de caminatas no nos permitían
excesos. Eso sí, bajamos caminando, lo cual puede ser tan o más duro para
nuestras rodillas como subir. La universidad inspira respeto, enlazada con el pasado más remoto y
parcialmente asentada en viejos monasterios, representativa de la más antigua
historia ibérica.
La ciudad , desde nuestra terraza.
Coímbra puede caminarse con
facilidad. Visitamos conventos y logramos
ver la antigua catedral, construida en el siglo 12 por el primer rey de
Portugal, Alfonso Enriques.
La tumba de Alfonso
También visitamos la iglesia de Santa Cruz, en la
cual se encuentran las tumbas de los dos primeros reyes de Portugal, Alfonso y
su hijo Juancho. La joven señora que nos
recibió en el pequeño museo de esta iglesia es de Venezuela.
No soy creyente, pero me identifico con la figura de Jesús
En Coímbra disfrutamos de nuestro mejor
almuerzo en Portugal, el día de mi cumpleaños número 86. Fuimos al Solar do
Bacalhau, muy cercano al modesto Hotel Oslo, donde estábamos hospedados. Allí
me comí un soberano Bacalao a la Parrilla y disfrutamos de un excelente vino
Borges Tinto del Duero. Lo único de lamentar fue que nos rechazaron todas
nuestras tarjetas de crédito, AE, VISA y MasterCard y tuvimos que pagar en
efectivo. Hasta ahora no sabemos la razón, pero creo que me confundieron con
Tobías Nóbrega.
DE REGRESO EN LISBOA. UN BREVE
VIAJE AL CORAZÓN DE FERNANDO PESSOA.
Un enigma al cual debo regresar
De regreso en Lisboa nos
dedicamos a visitar las áreas de la ciudad que no habíamos visto en nuestros
primeros días. Nos maravillamos con las ventas de vinos y de conservas,
bellísimas latas de sardinas de variadas marcas que son verdaderas obras de
arte. Probamos el excelente paté de sardinas y despachamos una botella de
Oporto de 10 años. En una bella librería de la Rúa Garrett compré la memoria de
Fernando Pessoa “El Libro del Desasosiego” (versión en Inglés) la cual vine
leyendo en el barco hasta Boston. A
juzgar por lo que he leído en este libro Pessoa fue un hombre extraño, quizás
poco feliz, obsesionado por el misterio de la vida y por nuestro lugar y
propósito en el cosmos, si es que tenemos alguno. Aunque hoy en día Pessoa es un héroe
literario nacional, a su muerte él y su obra eran desconocidas. Sus poemas y
sus memorias fueron encontradas en baúles después de su muerte. Vivió años como
modesto empleado contabilista y traductor comercial, trabajando en una pequeña
oficina de la zona central de Lisboa, hasta su muerte en 1935. Lo que leído en
su libro, arriba mencionado, me ha dejado perplejo porque es un libro muy
irregular, escrito por alguien que aparentemente no estaba en su sano juicio,
obsesionado por la aparentemente inútil vida que llevaba, por sus angustias sobre
el significado de esa vida, mortificado por su insignificancia. Algunos de sus
textos parecen escritos en medio de alucinaciones o en estados de ebriedad o bajo
el efecto de alguna droga. Algunos pasajes son de una extrema belleza,
otros contienen atisbos que casi logran levantar por breves instantes el velo
del misterio de la vida y muchos son simplemente incoherentes. Por ejemplo
(traduzco del inglés al español), escribe: “Me
imagino frases que jamás escribiré y paisajes que nunca podré describir y lo hago
con mucha claridad, al meditar reclinado en mi silla. [Sentado] en ella tengo
solo la más remota atadura con la vida, construyo frases enteras, dramas completos
en mi mente, los grandes componentes de grandes poemas… pero si me muevo un
paso de esa silla en la cual nutro estos sentimientos y trato de sentarme en la
mesa para escribirlos, las palabras huyen, los dramas mueren, y todo lo que
queda de ese nexo vital que ataba los murmullos se convierte en un deseo
lejano, en el viento acariciando las ramas en los bordes del desierto….”.
Pessoa tiene momentos de gran
inspiración que no logra poner en el papel. Nos dice: “He llevado a cabo todo proyecto posible. La Ilíada que compuse tiene
una coherencia orgánica que Homero jamás logró. La perfección de los versos que
nunca fueron escritos hace lucir a Virgilio descuidado y a Milton débil. La
exactitud simbólica de mis sátiras alegóricas excede todo lo que Swift produjo.
Y he sido tantos Verlaines!. …. He sido más un genio en sueños que en la vida.
Esa es mi tragedia. He sido un corredor
que cayó en la línea de llegada después
de haber estado al frente”.
Pessoa creaba personajes a
quienes daba la paternidad de sus obras. Decía: ‘Constantemente
he creado varias personas dentro de mí. Cada sueño es dado de inmediato a una
de esas personas, quien sigue soñando en mi lugar. A fin de crear me he
destruido”.
Pessoa pasó por la vida sin
amigos y sin amores. Dice: “nunca amé a nadie, amigos, ninguno, sólo unos
amigos que creen que simpatizan conmigo y tendrían tal vez pena si un tren me
pasase por encima y el entierro fuese en día de lluvia”.
Regreso de Portugal con la
memoria llena de una gente trabajadora y amable. Melancólica como su música,
extraña como su poeta Pessoa. En ocasiones cruel, frecuentemente modesta,
pero – como su historia lo demuestra – capaz de las más admirables
aventuras allende los mares.
También tocamos en Nova Scotia. Admirable región, agreste, dura, sombría, llena de gente estoica. Ya no tendremos tiempo de conocerla bien pero me impresionó la cordialidad de su gente y el duro ambiente en el cual deben vivir sus vidas.
Estamos de regreso a nuestro hogar. Como ya lo sabemos, nuestro destino es el punto de partida.