Un bello artículo de Leonardo Padrón, ver: http://www.el-nacional.com/leonardo_padron/casa-grande_0_670733063.html trae al tapete, una
vez más, el terrible dilema que enfrentamos algunos venezolanos del siglo XXI:
irse de Venezuela o quedarse en Venezuela. Y digo algunos porque debemos
comenzar por aceptar que la inmensa mayoría de nuestros compatriotas no
enfrentan tal dilema por la sencilla razón de que no pueden irse. Las razones
por las cuales no pueden hacerlo son variadas, entre otras:
1. No se tiene el dinero necesario.
Esta limitación es quizás la mayor que obliga a los venezolanos a permanecer en
el país. Venezuela es un país de gente pobre o de clase media baja. Emigrar es
costoso, sobre todo en una Venezuela que tiene serias limitaciones de acceso al
dinero verdadero (el Bolívar ha dejado de serlo).
2. Inercia. La inercia que mantiene
a una persona o familia en el país es enorme. Debido a las complejidades
actuales para salir, hay una tendencia a esperar que se presente un cambio
favorable de la situación. Quién sabe si mañana esto se compone es
el lema de estos compatriotas. El problema es que muchos de ellos esperan que
las cosas se compongan sin hacer el esfuerzo que cada venezolano debe hacer
para que ese deseo se haga realidad. Esperan que la solución la traiga desde
afuera alguien o desde adentro el ejército, una enfermedad cómo la que liquidó
al sátrapa anterior o una rebelión abierta liderada por alguien. Padrón los
describe en su artículo: “habitualmente uno no anda explicando las
razones que tiene para no irse de su casa. Uno, simplemente, está, permanece,
hace hogar en ella. Construye familia. Teje su día a día. Come allí, duerme en
ella, la pasea descalzo, se demora en sus ventanas, erige su biblioteca, pone
su música, domestica su almohada, conoce sus ruidos y caprichos. Es el lugar
donde pugnas con tus gripes, tus despechos o tus resacas. El espacio donde
ocurren tus epifanías y descalabros….”.
3. Temor. Salir del país a vivir
en otro país causa temor a muchísima gente. Emigrar presenta un reto tanto más
formidable cuanto mayor sea la edad de quien lo considera. Los jóvenes son más
osados, sobre todo en una época en la cual las comunicaciones han reducido el
tamaño del planeta. No hay tal cosa como estar desconectados del país, aunque
estemos en China o en Indonesia, para hablar de sitios remotos. Emigrar a
Colombia o a Trinidad Tobago es como salir de casa para ir a la esquina.
4. Idioma. Los Estados Unidos y Canadá
son dos de los destinos preferidos para los Venezolanos pero tienen la barrera
del idioma, Inglés o Francés. Esta es una barrera formidable, de nuevo para los
de mayor edad, por aquello que “loro viejo no aprende a hablar”. Esto explica
por qué una inmensa mayoría de los venezolanos que se van a los Estados Unidos
se queda en Florida, un estado cuya ciudad más importante, Miami, tiene el
español casi como el lenguaje principal. Hay zonas de Miami que parecen ser más
venezolanas que Bello Monte o Altamira. Llegar a vivir allá es, casi, como no
haber salido de Venezuela, en sentido cultural.
Creo, intuitivamente, que
debido a estas u otras razones que no haya considerado arriba, un buen 90% de
los Venezolanos simplemente no se plantean seriamente ausentarse de una
Venezuela que se ha convertido en una horrorosa pesadilla, en un lugar cercano
a lo invivible. Ello representa unos 3 millones de compatriotas que, podría
decirse, enfrentan el dilema de irse o de quedarse.
De estos tres millones,
pudiera decirse, a riesgo de simplificar, que un millón, quizás un millón y medio, ya se han ido y que el éxodo continua día a día.
No todos los dos millones
de compatriotas quienes pudiesen irse y no lo han hecho están conscientes de
enfrentar un dilema en términos patrióticos, tal como lo plantea Leonardo Padrón
en su bello artículo. Muchos de los venezolanos que se quedan por decisión
libre han sido capaces de irse adaptando, día a día, a situaciones cada vez más
precarias. Tienen una mayor capacidad de aguante que muchos otros compatriotas
que se han ido. Hay también muchos a quienes vivir en la Venezuela de Maduro no
les parece tan malo. Tienen razones
ideológicas o de beneficios personales que los hace felices en esta Venezuela.
En ese grupo de tamaño nada deleznable están quienes hoy están disfrutando de
las mieles del poder, aun cuando no sean miembros de la nomenclatura, los
contratistas del régimen, bolichicos y bolimínimos y algunos otros chavistas de
corazón.
Finalmente,
llegamos al grupo al cual Leonardo Padrón se dirige con particular empeño en su
artículo, esos quienes están pensando en quedarse o irse de la Casa Grande. A ellos Leonardo les dice que hoy,
más que nunca, la Casa Grande (el país) necesita de cuido, de reparaciones, de
amor y de lealtad.
Padrón
así lo dice: “Mi casa está rota. Y yo me sumo a la
reparación. No al adiós. Irme es un verbo posible. Tengo derecho a hacerlo. A
veces me intoxico de ganas. Pero entiendo que en cualquier otro confín seré un
extranjero. Un emigrante. Un nómada accidental”. Y agrega Leonardo: “Le
pregunto a mi hija de 13 años por qué no se iría del país. Me suelta una ráfaga
de sustantivos: la gente, el clima, el idioma, la comida, el paisaje, los
amigos. Y agrega algo inesperado: “Me gustaría estar cuando se arreglen las
cosas y ver el cambio”. Hace poco leí en el blog de alguien un concepto
interesante. Decía Daniel Pratt: “migrar es aceptar que tu lugar y tú no pueden
continuar juntos, rendirse, asumir que no hay manera de arreglarlo. Tienes
que divorciarte, perder, naufragar (…) Desde el momento que partes eres
extranjero siempre, hasta en tu propio país”.
Leonardo
entra de lleno en el tema y dice:
“Los
pronósticos del tiempo anuncian sólo noticias oscuras. Entonces, ¿desertamos?,
¿desmantelamos lo que queda? Es una opción, pero ¿realmente queremos renunciar
a nuestra casa? Si esta es la piedra fundacional de nuestros días, ¿qué estamos
haciendo para detener su ruina? ¿Basta con el largo quejido que hoy somos? Si
no nos involucramos, toca renunciar, incluso estando adentro. Dejar que
otros impongan la ruta de nuestros afanes. Es fácil ser ciudadano de un
país cuando el viento es benigno, cuando el subsuelo es oro, cuando el peatón
ejerce la alegría como contraseña, cuando la comida abunda, cuando el mar es
amable y no hay marea alta en el horizonte. Pero también hay que ser ciudadano
cuando el país está enfermo, acosado por la indolencia, atascado en un pantano
de errores, cuando es víctima de sus propias contradicciones. El país, nuestra
casa mayor, nos necesita en su adversidad, en sus fiebres, en la penuria y la
borrasca. Querer a alguien es también lidiar con su infortunio. Si tu pareja se
enferma de cáncer, ¿la abandonas?, si tu mejor amigo cae preso, ¿renuncias a
visitarlo?; si tu hijo sucumbe a las drogas, ¿le das la espalda?, si tu madre
comienza a sufrir de Alzheimer, ¿le sueltas la mano y dejas que camine sola
hacia la locura? Supongo que no. Pasa igual con el país”.
En
su emotivo llamado a quienes enfrentan el dilema de irse o quedarse Leonardo
utiliza términos y conceptos que son discutibles por lo que encierran de
reproche a quienes se han ido de la Casa Grande. Por ejemplo: no me sumo al adiós… quienes se van son nómadas accidentales en
cualquier otro país…. No estarán en la
casa grande cuando las cosas cambien. Emigrar es rendirse, divorciarse, perder,
naufragar. Desertamos? Se pregunta. Desmantelamos lo que queda?. Si no nos
involucramos, toca renunciar…. También
hay que ser ciudadano cuando el país está enfermo… Querer a alguien es también
lidiar con su infortunio…. Si tu pareja se enferma de cáncer, la abandonas?
Para comenzar, la metáfora principal, aunque
bella, podría ser incorrecta para muchos compatriotas, esa de la Casa Grande
cómo país. En el siglo XXI hay quienes no ven al país sino al planeta Tierra
como la Casa Grande. Quienes así piensan poseen una visión más ecuménica, están
más apegados al concepto sentimental del terruño que al concepto político de
país. Cuando a mí me hablan de Venezuela pienso en un pueblito andino, en las
calles empinadas de Los Teques, en algunos rincones de Caracas, en el Lago de Maracaibo
donde trabajé como ingeniero de petróleo, es decir, pienso en el terruño donde fui
feliz, memorias que siempre estarán intactas en mi mente, quizás en mejor
situación de higiene y conservación que en la trágica realidad de hoy. El
concepto de Casa Grande tampoco es idéntico al de hogar. Uno se puede ausentar
de una Casa Grande que se está cayendo, siempre y cuando no se ausente del
hogar, porque el hogar es la célula indivisible de la familia y la familia la
célula fundamental de la sociedad. El hogar está donde esté la familia, en
Venezuela o en Escandinavia.
Yo
me ausenté de Venezuela hace 12 años pero no he regresado porque es imposible
para mí regresar a una Venezuela que ya no existe. Mi Venezuela no existe en el
espacio sino en el tiempo. La Venezuela que existe hoy en el espacio no es mi Venezuela.
¿Fue mi ausencia la que produjo el horrible cambio? ¿O fue la invasión de una
pandilla de vándalos y facinerosos contra la cual los venezolanos decentes no
han podido actuar lo que ha producido el horrible cambio? Los miles de
venezolanos decentes que permanecen en esa Venezuela no han podido revertir el
deterioro. Permanecer en una Venezuela que ya no reconocía cómo la mía no
hubiera significado acaso una violación de mi identidad, una renuncia, una
entrega, una rendición, un divorcio, un naufragio? Es decir, todo lo que Leonardo
en su bello artículo asocia con la ausencia. Frente a la presencia física en
una Casa Grande que ya no aloja el espíritu de mi Venezuela, opongo la figura
de mi hogar situado físicamente lejos pero espiritualmente en estrecha convivencia
con la Venezuela que reconozco como mía.
Al
hacerlo así creo ser tan fiel a Venezuela como si aún viviera en la Casa
Grande, sin poder barrerla, co-existiendo con la pandilla, viendo como está
ocupada hoy por narcos, ladrones, abusadores, cubanos y tupamaros que representan
para mí la negación de lo que llevo en mi corazón como patria.
Es
precisamente para salvar a los familiares de la enfermedad, para darle una
educación a los hijos y nietos, para respirar el aire de libertad al cual todos
los seres humanos tienen derecho, para preservar la integridad de sus hogares que
muchos compatriotas se ausentan de la Casa Grande.
Quiero
pensar que, si vieran que hay una rebelión abierta en las calles en contra de
la pandilla invasora y usurpadora probablemente se unirían a los rebeldes. Pero
esa rebelión no existe e ir a promoverla equivale al sacrificio, al cual son
muy pocos los dispuestos. Los ejemplos
de sacrificios que hemos tenido no han recibido mayor aprecio y respeto por
parte de los habitantes de la Casa Grande, en cuyo jardín hay una estatua de Tiro
Fijo pero donde son pocos los que recuerdan a Franklin Brito.
Ojalá
podamos comenzar a pensar que venezolanos somos todos, los que se quedan y los
que se van y que lo realmente importante no es nuestra ubicación geográfica sino
que nuestro amor por el terruño sea genuino, aunque no todos lo expresemos de
la misma manera.
Los
astronautas del mañana podrán decir, con orgullo, al llegar a estrellas
desconocidas: “Somos terrícolas y venimos en paz”. Para ellos el Cosmos será la
nueva Casa Grande.