Mañana Miércoles, aquí en Washington DC, habrá una reunión sobre las
múltiples caras de la diáspora venezolana, a la cual pienso asistir. Sobre este
tema de tanta importancia he pensado lo siguiente:
La diáspora venezolana es hoy una estampida y muchos venezolanos que se van
o se quedan sufren de sus efectos. La
ausencia del país del cual uno se siente parte es siempre traumática. Pero creo
que hay aspectos de esta masiva ausencia que experimentan los venezolanos que
habrán de resultar positivos para la Venezuela del futuro
¿Cuáles son? En primer lugar, la masa de venezolanos de todas las clases sociales
que hoy se encuentran fuera del país están enfrentando una experiencia que les resultará
aleccionadora. Están viendo y participando de una manera de vivir diferente, en
un país diferente a Venezuela, el país que muchos de ellos siempre consideraron el mejor del mundo. Por
décadas los venezolanos habíamos sido muy narcisistas en nuestra evaluación del
país. Venezuela era lo más “chévere”, sus mujeres eran las más bonitas, sus
montañas las más altas, sus ríos los más caudalosos. Los venezolanos que salían
por breve tiempo al exterior pasaban por muchos países pero los países no
pasaban por ellos. Deseaban imponer su manera de vivir y de actuar en los
países que visitaban. Se hicieron, por ello, muy antipáticos en todo el
planeta. Como decía Cabrujas, creían que el Papa oía el Popule Meus cada Viernes
Santo y que en el restaurant Tour Argent de París se tomaba vino de piña de Carora.
En su ignorancia, enviaban postales a sus familiares desde Roma diciendo: “La
ciudad es muy bella y veo muchos inmigrantes en las calles”. Ahora, viviendo en
otras latitudes, están reajustando muchas de estas actitudes, al ver que en
esos países hay mujeres igualmente bellas, ríos igualmente caudalosos, montañas
igualmente altas. Que una nevada en Apartaderos es muy modesta en comparación
con una en Boston o en Oslo. A ese
reajuste mental del venezolano en el exterior yo le doy el nombre de
crecimiento.
En segundo lugar, creo que el venezolano que emigra, inmerso en la nueva
sociedad, comienza a advertir diferencias entre los valores de la nueva
sociedad y los de la Venezuela que deja atrás. Algunas de esas diferencias son
favorables a Venezuela. Quizá añora nuestra cordialidad, informalidad, la
manera desenfadada con la cual hacemos amigos de gente que nunca habíamos visto
antes. Ciertamente hay cualidades venezolanas que son dignas de imitar y que
han producido mucho amor por Venezuela entre quienes vinieron de otras tierras.
Hay europeos que llegan a Venezuela y aman la informalidad y, temporalmente, hasta
la indiferencia hacia el cumplimiento de las leyes, probablemente agobiados por
la vida estricta que rechazaban en sus países. Pero los venezolanos inmigrantes
en otros países también se darán cuenta de que en su nueva sociedad hay un
respeto por las leyes que pensaban perdido para siempre en Venezuela. El
concepto de buena ciudadanía, de respetuosa apego a la vida en sociedad, es una
revelación para muchos venezolanos inmigrantes en esos países. Descubren las delicias
de ser buenos ciudadanos y de vivir en paz y en armonía como miembros de la
sociedad. Una vez que este hábito se arraiga en nuestros corazones no es
posible vivir como salvajes.
En tercer lugar, experimentan una revaluación de la heroicidad y de los
símbolos patrios. Para un venezolano un héroe es, con demasiada
frecuencia, alguien muerto hace años,
montado en caballo de bronce en una plaza. El respeto a Bolívar no es ya una característica positiva
en Venezuela sino una obsesión patológica, exacerbada por los dictadorzuelos y
ladrones que han capturado el poder político. Esa obsesión es, en sí, un
irrespeto. A Venezuela se entra por el aeropuerto Simón Bolívar, se entra a la
capital por la Avenida Bolívar, se pasa por el Centro Simón Bolívar, se llega a
la Plaza Bolívar y se va un concierto de la Sinfónica Simón Bolívar o del programa
Simón Bolívar. Todos los parásitos extranjeros que venían a Venezuela a buscar
dinero de Chávez decían que llegaban a la Tierra de Bolívar, para halagar al
tirano y este, en pago de la lisonja, les daba dinero para una refinería, como
la de Nicaragua, llamada “El sueño de Bolívar”(No pasó de la primera piedra). En Lisboa uno puede sentase a tomarse un café
junto a la estatua del poeta Fernando de Pessoa o en Washington es posible admirar
el inmenso bronce de Albert Einstein en la Avenida Constitución o el imponente
monumento a Martin Luther King esculpido en arenisca. El heroísmo es civil, es
ciudadano, se ha ganado en el campo de las artes, de las ciencias, de la lucha
por el mejoramiento del hombre, no solamente en el campo de batalla. Nuestros
inmigrantes irán aprendiendo que, si bien es cierto que Washington es el
Bolívar de USA no es menos cierto que Bolívar es el Washington de Venezuela. E
irán aprendiendo que los héroes civiles son tan o más necesarios para el
progreso de una sociedad que los héroes militares. Aprenderán que los maestros, los artistas, los filántropos,
los buenos ciudadanos son la materia prima de la grandeza de un país.
El inmigrante venezolano en USA, en otros países latinoamericanos, en
Europa, tiene la inmensa oportunidad de combinar lo excelente que existe en su
propio gentilicio con la excelencia de la sociedad en la cual viven. Su
imaginación y su corazón pueden abrirse a lo universal. Dejar de ser parroquiales y de vivir viéndose el ombligo en un país de
modesto nivel cultural.
¿Regresarán? ¿ No regresarán? En un planeta cada vez más pequeño, en el cual
ya se está pensando seriamente en viajar a Marte o a alguna otra estrella que ofrezca
mínimas condiciones de vida, el concepto de territorialidad se ha debilitado significativamente.
Somos ciudadanos del mundo, en un
planeta amenazado por nuestra propia insensatez y mezquindades. Las disputas
territoriales, la agresividad entre vecinos son rencillas de calvos peleando por un peine.
Contra este telón de fondo es necesario que nos convirtamos en miembros contributivos
a la sociedad mundial. Los venezolanos que regresen a Venezuela o los que se
queden en otros países nunca dejarán de ser venezolanos pero, al disfrutar de
mentes ampliadas por la experiencia inmigratoria, podrán ser más útiles al
terruño donde estén. Podrán ser agentes de orden y limpieza en el propio hogar
y embajadores dignos de su país en todos los rincones del mundo.
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