Las investigaciones del Instituto para la Ética Global, https://www.global-ethic.org/global-ethic-institute/
, recogidas en el libro de Rushworth M. Kidder: “How Good People make tough
choices”, muestran que existen cuatro dilemas fundamentales que influyen en
nuestra actitud ética. Esos dilemas son:
·
La Verdad vs. la Lealtad
·
Lo Individual vs. Lo Colectivo
·
Lo de Corto Plazo vs. Lo de Largo Plazo
·
La Justicia vs. La Misericordia
El diálogo con el
chavismo que la oposición venezolana insiste en mantener, fuertemente
presionada por los países que la apoyan, puede ser analizado en base a esos
cuatro dilemas.
Antes de hacerlo es preciso apuntar que los intereses de
los países que apoyan a la oposición venezolana y la presionan al diálogo
coinciden solo parcialmente con los intereses supremos de la nación venezolana.
Para esos países, terminar con el conflicto con un arreglo imperfecto es más
importante que limpiar de raíz el
problema venezolano de fondo, ya que la caótica situación imperante en
Venezuela lesiona los aspectos políticos y comerciales entre esos países y
Venezuela. Para el mundo externo no es tan fundamental erradicar el régimen venezolano
actual sino llegar a un nivel adecuado de estabilidad política y social que
haga posible su pronta reentrada geopolítica y comercial al país, lo cual puede obtenerse si se establece
alguna modalidad de equilibrio negociado de poderes. Por ello, el análisis de los
dilemas éticos relacionados con la solución estructural del problema venezolano
es algo fundamental para nosotros los venezolanos, pero no tanto para los
países que apoyan a la oposición.
Veamos los cuatro dilemas y por qué ellos influyen sobre
la capacidad del venezolano de salir de la pesadilla o, al contrario, de
seguirla viviendo aunque de manera atenuada. Pienso en esto como el dilema entre barrer la basura para que se la
lleve el aseo urbano o simplemente colocarla debajo de la alfombra.
LA VERDAD VS. LA LEALTAD
En esencia este dilema tiene que ver con el conflicto
existente entre la verdad, la integridad y la honestidad vs. aquellos compromisos
y relaciones tribales, de familia o de
amistades que nos llevan a cultivar un falso concepto de solidaridad. En
Venezuela nos hemos acostumbrado a ser “amigos”, a pensar que el gentilicio
venezolano es un sello de automática aceptación en el mundo, que todos nos
quieren (ya sabemos que no es así) y que
el sentimiento de hermandad es más poderoso que las consideraciones morales. Los
ministros del interior llamaban por teléfono a los enemigos del gobierno (pero
amigos suyos), para avisarles que los
iban a ir a buscar y que debían, por lo tanto, escabullirse. La historia venezolana más reciente está llena
de ejemplos que ilustran como el hecho de ser “todos venezolanos” ha inhibido
la acción de la justicia. El más costoso fue el sobreseimiento del juicio a
Higo Chávez, el criminal líder del golpe militar sangriento de 1992. Quienes presionaron
por el perdón a Chávez y a sus cómplices no fueron sus cómplices ideológicos,
como hubiera sido lógico esperar. Hasta Fidel Castro condenó, en su momento, el
atentado. Quienes presionaron para que Chávez y compinches quedaran en libertad
y hasta recibieran empleos del gobierno fueron los demócratas que habían sido
las víctimas del golpe, quienes posiblemente pensaron que su magnanimidad les
confería una cierta aureola de grandeza. Después vendrían múltiples ejemplos de
complicidad cobarde, como la juramentación de Chávez ante una constitución
“moribunda”, la aceptación silenciosa de la eliminación del Congreso y del sistema
judicial y la manera arrogante y arbitraria como se le permitió a Chávez de
imponer su constitución. Esto fue
posible por la actitud de quienes pensaban estar actuando en sintonía con sus
hermanos venezolanos, cuando en realidad estaban faltando a sus deberes cívicos.
La mayoría de quienes prefirieron callar la verdad en aras de una lealtad mal
entendida fueron posteriormente arrasados de la escena pública por el dictador.
Hoy en día asistimos a un segundo o tercer acto en el
cual buena parte del liderazgo oposicionista prefiere negociar con criminales
responsables por la tragedia venezolana. Esto ha sucedido antes en nuestra historia
y está sucediendo de nuevo. Ya vendrán
los lamentos y las excusas, todas demasiado tarde.
LO INDIVIDUAL VS. LO COLECTIVO
Enfrentados con el deterioro permanente y progresivo de
su bienestar social, económico y político una buena parte del liderazgo puede verse
obligado a pensar en mejorar la calidad
de su vida. Para ello pensará necesario transarse con quienes ostentan el
poder, a pesar de que reconozcan que la conducta que han exhibido sea
totalmente censurable. Racionalizarán su actitud diciendo que lo hacen a fin de
mejorar las actuales condiciones de vida de la mayoría de la población pero, en
su fuero interno, deben saber que ceder en los principios solo resultará en una
consolidación del poder del régimen y que lo que se obtendrá serán dádivas, migajas, que estarán lejos de resolver
el problema estructural, el cual solo se podría resolver con la extirpación de
raíz del sistema perverso que se ha adueñado del país. Estarán pensando en sí
mismos, no en la población que dicen representar.
EL CORTO PLAZO VS. EL LARGO PLAZO
El diálogo parecería apuntar a resolver una situación de
corto plazo, a satisfacer necesidades genuinas e inmediatas del pueblo venezolano.
Más comida, más medicinas, mejor tratamiento para los presos o, si todo marcha muy
bien para la oposición, la liberación de buena parte de los presos políticos, así
como la flexibilización de los controles asfixiantes para viajar y para sus transacciones
financieras a los que están sometidos los venezolanos. Todo ello configura un
objetivo valioso. Pero me temo que cada concesión que pueda obtenerse de la
pandilla de criminales tendrá que venir a expensas de una concesión indebida a
la pandilla, ya sea garantía de impunidad penal, permanencia en el poder,
reconocimiento político que le permita optar al poder de nuevo, protección para
los criminales y sus familias. Cada conquista
justa tendrá que comprarse con un “amelcochamiento” de la noción de justicia. El beneficio de corto plazo estará
orientado a lograr mejorías básicas para
la población, pero ello vendrá al precio
de la erosión moral derivada de concesiones indebidas hechas a los criminales,
lo cual tenderá a convertir la sociedad venezolana en una sociedad mediocre y
sumisa en el largo plazo.
¿Por qué? Porque, ¿con qué autoridad moral podremos
exigir castigo mañana a quienes hagan lo mismo que hacen hoy los pandilleros
con quienes nos hemos transado?
LA JUSTICIA VS. LA MISERICORDIA
Quienes abogan por una transacción con los criminales nos
dicen que el pueblo venezolano no es dado a la venganza. Para ellos la
aplicación de justicia puede parecer como cruel. Dicen: ¿Por qué castigaremos a
unos y no a otros? ¿Por qué no le damos un lugar bajo el sol? ¿Es que no vale
más la compasión y la misericordia que el deseo de persecución que nos mantiene
en lucha con nuestros hermanos? Ese mensaje sorprendente existe a todos los
niveles de la sociedad venezolana de hoy, tal como existen quienes niegan que
la tierra es redonda o que las máscaras son un atentado contra nuestra libertad
y no un sistema de prevención del contagio del virus. Existe a pesar de que los
crímenes de la pandilla chavista han sido de colosales magnitudes materiales en
la economía, la infraestructura física y los sistemas de producción agrícola e
industrial y morales y espirituales tales como la captura indebida de los
nombres de nuestros héroes militares y
civiles como Bolívar, Sucre, Robinson
(Simón Rodríguez) o Aquiles Nazoa para validar sus asaltos a la ética venezolana,
o como el uso de alimentos como dádivas para quienes se arrodillen ante ellos o
como la entrega de nuestra soberanía en manos de los tutores cubanos.
Frente a esa magnitud de crímenes no creo decente hablar de
reconciliación y pienso que es obsceno definir el clamor de justicia como un
deseo de venganza.
La postura que apoyamos en torno al diálogo y las posibles
transacciones de la oposición venezolana con el régimen chavista encuentra su fundamento,
salvando las distancias y con la debida humildad, en la posición de Martín Lutero al colocar sus
tesis religiosas en la puerta de la iglesia de Wittenberg en 1517: “Aquí me
planto, no puedo hacer otra cosa”. Es una posición deontológica, basada en lo
que se piensa es un deber, no importa cual sea la consecuencia.
Esta es una posición a la cual todo líder y toda la gente
“pequeña” puede aspirar. El martirio de Franklin Brito nos enseñó el significado
del coraje moral. Los jóvenes y mujeres presos y los presos políticos del chavismo fallecidos
o asesinados en prisión por el régimen tuvieron
coraje moral. Quienes han caminado con sus pequeños hijos, sin abrigo o dinero,
desde Caracas hasta Bogotá, La Paz o Buenos Aires en busca de la libertad lo
han mostrado. María Corina Machado exhibe ese férreo apego a sus principios.
Quienes han preferido dar la batalla desde adentro la tienen, así como la tienen
quienes han salido de Venezuela para no verla de nuevo hasta que esté libre de
la plaga chavista, a pesar de que ello signifique no verla nunca más.
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