Hoy he estado admirando desde mi ventana una bella y tranquila nevada. La
nieve cae convirtiendo el paisaje en una postal donde solo faltan un par de
niños jugando en la blancura y una bella madre que los cuide.
Sobre la suave e inmaculada superficie veo una ardilla correr alegremente,
dejando un delgado rastro. Y me pregunto si esta ardilla tendrá más o menos
suerte que yo. Ciertamente está disfrutando de la nieve, de su tacto suave, de
la alegría de la naturaleza de la cual formamos parte. Pero ella no recuerda nada de lo que sucedió anteayer, mientras que yo
sí puedo hacerlo y ello hace que mi alegría esté, o reforzada por los bellos
recuerdos, o sujeta a sentimientos de signo contrario, de tristeza o melancolía.
La ardilla no puede saber qué hace algunos días uno de mis mejores amigos
dejó de existir. No sabe que hay seres humanos quienes esperan ser decapitados
por una banda de fanáticos en el Oriente medio y, mientras esperan, están
conscientes, minuto a minuto, de la inminente llegada de una terrible muerte. Son
sentimientos que nos llenan de tristeza porque la empatía es una cualidad
esencialmente humana.
La ardilla, a lo sumo, piensa en la nuez pero no sabrá nunca que existió una
corte como la de Luis XIV o genios como
Winston Churchill. No puede tratar de recrear en su imaginación el momento
de la creación del universo o los sentimientos íntimos de quienes han
protagonizado las epopeyas de la historia, de los grandes exploradores y
viajeros, de los heroicos defensores de
las Termópilas o de Masada. No sabrá nunca de los bellos gestos de individuos como Jesús, Galileo,
Lutero, Gandhi o Martin Luther King. El recuerdo y el modelaje mental son
facultades reservadas para nosotros, los
humanos. Tampoco puede la ardilla ver hacia adelante y tratar de imaginarse
como seremos y como estaremos dentro de 500 años, como podremos algún día viajar
a las estrellas, como lograremos vencer las más terribles enfermedades, quizás
solo para ver surgir otras diferentes y no menos terribles.
Solo el ser humano, no la ardilla que corretea feliz por la nieve y que veo
desde mi ventana, puede imaginarse el
destino que le aguarda. Tener conciencia de que, más temprano que tarde, será
vencido por la enfermedad o la vejez y que desaparecerá algún día, no solo como
individuo sino como especie, de la faz de la tierra.
Tal como el ser humano no existió en los pasados 4000 millones de años de
la vida de nuestro cosmos, probablemente no existirá a partir de algún momento
durante los próximos 4000 millones de años. Este es un pensamiento aterrador. No
se trata solamente de la desaparición ontogénica sino de la extinción
filogénica. Algunas veces este horrible pensamiento entra en mi cerebro sin
permiso y me produce una sensación que solo puedo describir como una mezcla de
terror, indignación y rebeldía. Logro
ahuyentarlo pero lo siento allí,
agazapado, esperando cualquier oportunidad de entrar sin permiso en mi
mente.
Veo la ardilla correteando en la nieve, disfrutando como yo del paisaje
blanco y maravilloso, un espectáculo que la madre naturaleza nos regala a ambos
por igual. Y me pregunto si no sería
preferible ser como la ardilla, la cual vive en un presente eterno, sin saber
de dónde vino y cuál será su destino.
Pero, ser humano al fin, lo que prevalece en mí es el orgullo de luchar,
aun sabiendo que la batalla final está perdida.
La
cita de hoy:
“Al
adoptar una posición la cobardía se pregunta: “Será segura?”. La conveniencia
se pregunta: “Será lo político?”. Y la vanidad se pregunta: “Será popular? Pero
la conciencia se pregunta: “será lo correcto?”. Porque la medida última del hombre no es donde
se ubica en momentos de conveniencia pero donde se ubica en momentos de
desafíos, crisis y controversias”.
Martin
Luther King: Autobiografía.
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