Treinta millones de Venezuelas

***Reflexión Dominical (adelantada)

NOTA: A partir de esta tarde estaré sin acceso al Internet por los próximos doce días. Probablemente no pueda poner escritos en mi blog durante ese tiempo. Les permitiré descansar de mis prédicas.

En una vision filosófica, extrema, del país, el sitio en el mapa que lleva el nombre de Venezuela sería apenas un cascarón que cada uno de los venezolanos debe rellenar con sus vivencias, sus sueños y esperanzas a fin de convertirlo en “su” país. Cada uno de los 30 millones de venezolanos le da contenido a ese cascarón, ente politico esencialmente artificial, y ese contenido es el que, desde cada perspectiva individual, le asigna al cascarón su rango social. Digo que es una vision extrema porque la realidad nos dice que hay una nación que trasciende todas las individualidades, que el país está allí a nuestra llegada y aun estará allí cuando partamos. Nuestra vision extrema consiste en pensar  que el país es creado, una y otra vez, en la mente de cada venezolano que nace y que ese país particular inevitablemente muere con él.

Esta perspectiva es ilusoria pero vive en cada uno de nosotros, en el  mundo  de los sentimientos e influye sobre el país real. Cada venezolano, en efecto, tiene “su” Venezuela, millones de variaciones que matizan nuestra actitud social. Quizá por ello tengamos tantos desencuentros a la hora de interactuar. Existen muchas visiones conflictivas de lo que Venezuela es y debe ser. Si bien existen muchas diferencias de vision que son conciliables, hay otras tan significativas que el individuo “anormal”  (en minoría) se siente excluído de lo que las mayorías entienden como “el país”. Yo estoy cerca de admitir una esencial incompatibilidad entre “mi”  Venezuela y la Venezuela en la cual viven la mayoría de mis compatriotas.

Ello me hace recordar algo que hace muchos años me dijo Jorge Olavarría: ‘Gustavo. Me voy de Venezuela. Ya estoy convencido de que yo no entiendo a este país y que este país no me entiende a mí”. Ahora comprendo mejor lo que él me quiso decir.

Quizá unas breves comparaciones ayuden a explicar mi problema (porque el problema es mío, no de las mayorías):

1.      “Mi” Venezuela es un pequeño a mediano país, con una bella geografía muy mál cuidada, con gente cordial y buena, sobre todo en los pequeños pueblos, el cual ha sido dotado de recursos que la pudieran convertir en una tacita de plata y que, lamentablemente, ha sido llevado a la ruina por líderes mediocres y deshonestos. Las mayorías lo ven como el ombligo del planeta, una tierra de gracia, el país más “chévere” del mundo, tan rico que no es necesario trabajar mucho para vivir bien a la sombra del Estado paternalista.

2.      En “mi” Venezuela nada debe ser gratis, en el sentido de obtener beneficios sin esfuerzo. Cada individuo debe prepararse razonablemente para contribuir al progreso de la colectividad. Las universidades deben seleccionar a los mejores en base a evaluaciones objetivas. Aun admitiendo que no todos pueden ser “doctores” es necesario que todos adquieran una destreza que les permita hacer un aporte al bienestar colectivo. Las mayorías ven al Estado como el repartidor de beneficios a los cuales todos tienen derecho, sin pensar igualmente en sus deberes. Creen que en las universidades debe existir la puerta franca, ya que todos debemos ser “iguales”,  aunque ello signifique una igualación hacia abajo, no hacia arriba.   

3.      “Mi” Venezuela debe ser una democracia liberal, una sociedad donde, idealmente, la mayoría sería la clase media. Donde la dependencia en el estado esté reducida a un mínimo. Donde todos los venezolanos deban tener iguales oportunidades, lo cual es diferente a lo que cada uno haga de ellas. Donde las minorías sean respetadas. La mayoría se aferra a un sistema presidencialista, autocrático, con tal de recibir sus beneficios, reales o imaginarios. La democracia es un concepto melcocha que puede estirarse a voluntad para permitir los mayores abusos, siempre y cuando “me den lo mío”.  

Podríamos ir detallando, uno por uno, los componentes de “nuestra” Venezuela. Lo importante es que cuando esa Venezuela se aleja demasiado de la Venezuela real y objetiva, la que existe ante nuestros ojos, ambas pueden llegar a ser incompatibles. Y una tendrá que ceder ante la otra.

La salida a este dilema involucra una dolorosa decisión. Olavarría se fue por unos años y regresó. Hay otros quienes nunca regresan. Hay muchos quienes nunca se van.  Hay 30 millones de Venezuelas, para todos los gustos.

Cada quien tiene la suya y la defiende con fervor  o la pierde.