Años después, cuando hacía
trabajos geológicos de campo y andaba por un cerro o un río particularmente
peligrosos de transitar, uno de mis asistentes me decía: “Llegamos donde mono
no carga a su hijo”. Una expresion similar
a la del llegadero, aplicable más a lo fisico.
Lo cierto es que, hoy día,
advierto, simplemente, que en Venezuela no hay llegadero. No se toca fondo. La
sociedad es infinitamente elástica. Se amolda a lo que venga, hasta con cierta
natural indiferencia. Hay quienes asisten divertidos al espectáculo de un país
que se pudre con cierta rapidez. Bienaventurados los indiferentes y los masoquistas
porque la inexistencia del “llegadero” los hace uno de los pueblos más “felices”de la
tierra, segun nos dice Gallup.
Solo es necesario ver una sesion de
la llamada Asamblea Nacional, ese antro de patanes y ladrones que prefiere
delegar sus tareas legislativas en el jefe del estado. O escuchar al chofer
hamponil que funge de “presidente encargado” dar un discurso. O asistir al
duelo de Twitters entre Cabello y Capriles, en el cual uno le dice al otro Al Capone, Al Capone y el otro le dice Pablo Escobar, Pablo Escobar. Y como no
advertir la ironía del creador quien ha puesto a mandar en Venezuela a un Diosdado y a un Maduro?
Los dos bandos se acusan
mutuamente de corrupción. Después de lo que vi sobre el joven Caldera y el
contratista de PDVSA, un tal Ruperti, no pongo las manos en el fuego por alguna
de la gente de la oposición (por muchos otros si lo hago), en lo que atañe a lo
que se pudiera llamar “la petite” corrupción, esa especialidad que tiene que
ver con un ñemeíto de dinero por favores recibidos o adulteración de viáticos.
Pero frente a esa “petite” corrupción de cierta oposición mediocre y roba
gallinas debemos afirmar que lo que el
chavismo ha ejercido durante estos años es una “hiper” corrupción, medida en
miles de millones de dólares. Sobre eso he escrito bastante.
Lo que es necesario advertir es
que no hay diferencia ética entre la “petite” y la “hiper” corrupción. El roba
gallinas no es sino un hiper corrupto en pequeña escala a quien aun no le ha
llegado su gran oportunidad. Por la misma razón de que no hay manera de estar
medio preñado, quien se roba los lápices en la oficina es tan corrupto como
Tobias Nóbrega o Arné Chacón o Hugo Chávez Frías, solamente que ejerce su
profesión más modestamente, porque todavía no le han puesto donde “haiga”
bastante.
Por eso me produce rechazo la
acusación que hace Diosdado Cabello sobre la corrupción de Primero Justicia. Porque
una acusación de ese tipo debe ser hecha por quien no tenga fama de corrupto. Cabello
debería pedir que se investiguen, no solo a Primero Justicia, sino a sus
colegas sospechosos de corrupto y a él mismo. Que se investigue a Farruco Sesto,
a Rafaél Ramírez, a Aristóbulo, a los Aissami, a Isaías, a los varios Rangel, a
la familia Chávez, incluyendo a Hugo. Recordemos que la corrupción no es
solamente robar dinero sino abusar del poder, usar los recursos de la nación
para fines personales, regalar lo que no le pertenece, comprarse relojes que no
pueden pagarse con el salario, aceptar empleos patra los cuales no se está
capacitado.
El día que alguien del régimen
decida actuar honestamente podríamos llegar finalmente al llegadero. O el día
que la oposición se pare con dignidad y rehuse consentir tanta sinverguenzura
del régimen podríamos llegar al llegadero. No abogo por gestos aislados, como
el que llevó a la muerte a Franklyn Brito, porque ese heroismo es poco usual y.
además, tragicamente incomprendido. Los venezolanos no tenemos vocación de
bonzos que se pegan candela o de kamikazes que mueren con el nombre del
emperador en los labios o de terroristas
suicidas que piensan que van directo al cielo. En mi país hay mucho gozón.
Hablo de una protesta ciuadadana colectiva, como la que se dió en 2002
Lo cierto es que el denominador
común de nuestra sociedad parece ser la mediocridad, el deseo de estar bien a
título individual, así se hunda el resto de la sociedad, como si fuera posible que
un individuo realmente prospere en medio del despelote colectivo.
Es necesario encarar la verdad
sobre nuestro “bravo” pueblo y olvidar los mitos sobre nuestra excelencia,
sobre la riqueza del país, sobre un Estado que suple todo lo que el ciudadano
necesita, sobre lo chévere que somos.
Evitar el síndrome de Evita.
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