Johnson muestra su cicatriz
En Venezuela (y en América Latina) y en los Estados Unidos, país donde vivo hace siete años, las actitudes culturales ante la enfermedad y la muerte son bastante diferentes. En esencia, en Venezuela tratamos a estas hermanitas como algo que nos averguenza, en el caso de la enfermedad, o como un tabú de lo cual no debe hablarse, como en el caso de la muerte. Aunque la influencias culturales nórdicas han modificado parcialmente estas actitudes, aún son predominantes.
Quizás la muestra más evidente de nuestra actitud cultural ante la enfermedad la encuentra uno en la condición del jefe del estado. Desde que el candidato presidencial Diógenes Escalante se volvió loco en el Hotel Avila, en la década de los cuarenta, la salud física o mental de nuestros líderes políticos ha sido un secreto celosamente guardado. A Escalante lo pusieron en un avión de regreso a los Estados Unidos con el mayos sigilo posible.
Si Hugo Chávez tuvo o no tuvo un problema nasal serio, quizás el mismo que pareció afectar a Evo Morales (será contagioso?), nadie lo ha podido establecer con certeza. Menos aún podemos saber si el líder es realmente bipolar o simplemente sociópata ya que sus dos psiquiatras de cabecera están, uno en la cárcel por asesinato y otro imprimiendo vallas que pintan al líder como un nevo Mao y, por supuesto, no aflojan prenda.
En contraste, todavía recuerdo una foto del presidente estadounidense Lyndon Johnson, en la cual este se desnuda parcialmente para mostrarle su operación de apéndice a los periodistas. Los artistas y todo personaje más o menos notorio en nuestra región guardan los resultados de sus examenes físicos y mentales bajo triple llave, mientras que Michael Douglas, en USA, concede entrevistas para hablar de su avanzada etapa de cáncer de garganta. La enfermedad de la Señora Elizabeth Edwards, quien acaba de fallecer, fue un proceso transmitido casi en vivo y en directo por televisoras y periódicos de los Estados Unidos, quizás llevado a la exageración. En este país del norte la celebridad seriamente amenazada de muerte por una enfermedad….. escribe un libro y vende un millón de copias. Quien tiene una enfermedad crónica se une a un Club de Pacientes y aparece en TV o en revistas sonriendo y diciendo que nunca se han sentido mejor. En Venezuela muchos enfermos crónicos se esconden en sus casas y rehusan ver hasta a sus amigos.
La actitud ante la muerte también presenta diferentes características. En América Latina se llora y se instala el duelo. En los Estados Unidos la muerte inminente es vista por el afectado con una actitud hasta desafiante que constituye, en su esencia, una reafirmación de la vida. Dylan Thomas, el poeta irlandés, hablaba de rebelarse, rebelarse contra la muerte de la luz. La persona parecería estar viva hasta el mismo último momento, a diferencia de nuestros países donde el enfermo terminal parece “morirse” antes de tiempo. En los Estados Unidos un funeral es algo generalmente callado y digno, sin la lloradera y el “quedó igualito” propios de nuestros entierros.
A pesar de que el individuo es tremendamente importante en la cultura estadounidense su desaparición física no parece llevar la carga trágica que la acompaña en nuestros países latinoamericanos, ya que los estadounidenses parecerían tener una conciencia colectiva más desarrollada. La muerte ontogénica no es percibida, ni remotamente, como la desaparición de la especie (creo que eso los hace mejores soldados). En nuestros países la adoración narcisista de la personalidad equivale a ver la muerte del individuo, casi, como una catástrofe cósmica (nos hace ello menos aptos para el sacificio?).
Mejor? Peor? Ciertamente diferente.
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