El Dr. Sherwin Nuland, autor del libro: “How we die”, Como Morimos, dice que en sus 35 años de práctica profesional nunca
ha firmado un certificado de defunción que liste la causa de muerte como: vejez.
Añade que en todos los países del mundo es ilegal
morir de vejez. Sin embargo, la gente intuye que es posible y hasta frecuente,
en estos tiempos, morir de viejos. Tomás
Jefferson le decía a su amigo John Adams que “por 70 u 80 años nuestras
máquinas han estado funcionando y debemos esperar que, por aquí un tornillo,
por allá una rueda, más acá un resorte, se rendirán. Todos eventualmente dejan
de funcionar”.
Hay gente que muere sin haber estado enferma un solo día de sus vidas. En
ellos, el proceso es de progresiva muerte celular, de pérdida de facultades, de
un lento apagarse, como faro que se convierte en bombillito. Mi abuela paterna murió
así, haciendo su trabajo casero, de rutina, como todos los días por tantos años.
Se acostó a dormir la siesta y se quedó dormida para siempre. Probablemente,
una autopsia no hubiese encontrado la causa de la muerte, la respuesta a la
pregunta centenaria hecha por el anatomista de Padua, Giovanni Morgagni: “Donde
está la enfermedad”?, Ubi est morbus?
En muchas ocasiones la autopsia revela múltiples enfermedades, las cuales –
sin embargo - no han contribuido al deceso.
Ello sugiere que las estrategias de lucha contra la vejez deberían estar esencialmente basadas en lo que decía el
recordado lanzador de béisbol, Satchell
Paige: “Sigue caminando, no te detengas, porque hay alguien que te viene
siguiendo”.
En el hospital donde hago voluntariado asistí hace unos meses a un breve
curso “para hacer crecer el hipocampo”. Me atrajo por su sugerencia pornográfica pero resultó
ser apto para menores. El hipocampo es una de las principales estructuras
del cerebro humano. Su nombre le fue dado por el anatomista del siglo XVI Giulio Cesare
Aranzio, quien advirtió su gran semejanza con
la forma del caballito de mar. Parece ser clave en los procesos de almacenamiento
de memoria (el disco duro?) y de orientación espacial. Hacerlo crecer
constituye, esperan los médicos, un antídoto contra el Alzheimer, posiblemente
la enfermedad más cruel que aqueja a los seres humanos.
Reflexionando sobre lo aprendido en ese
mini-curso vi que tratar de comprender los mecanismos del envejecimiento, su proceso y su eventual destino es una tarea
que pocos emprenden. Aún los viejos prefieren
no perder tiempo pensando en ella. Sin embargo, llegar a comprenderla puede ser
muy efectiva no solo para vivir mejor
sino para morir mejor. Al conocerla podemos verla, así lo decía Walt Whitman
(Leaves of Grass), “como el estuario que crece y se expande majestuosamente, al
desbordarse en el gran Océano”.
Hace unos días recibí de un querido amigo un
escrito del Dr. Oliver Sacks, el autor de “Alucinaciones”, Musicofilia”, “El
hombre que confundió a su esposa con un sombrero” y muchos otros libros. En su
escrito anuncia que le queda poco tiempo de vida. Su admirable nota vale la pena de ser leída
in extenso, ver: http://www.nytimes.com/2015/02/19/opinion/oliver-sacks-on-learning-he-has-terminal-cancer.html?_r=0 . Cito su parte final:
“When people die, they cannot be replaced.
They leave holes that cannot be filled, for it is the fate — the genetic and
neural fate — of every human being to be a unique individual, to find his own
path, to live his own life, to die his own death. I cannot pretend I am without
fear. But my predominant feeling is one of gratitude. I have loved and been
loved; I have been given much and I have given something in return; I have read
and traveled and thought and written. I have had an intercourse with the world,
the special intercourse of writers and readers. Above
all, I have been a sentient being, a thinking animal, on this beautiful planet,
and that in itself has been an enormous privilege and adventure.
En mi traducción: “Cuando la gente muere no puede ser
reemplazada. Deja vacíos que no se pueden llenar, porque es el destino - genético y neural – de cada ser humano ser
único, encontrar su propio camino, vivir su propia vida, morir su propia
muerte. No puedo pretender carecer de temor. Pero mi sentimiento predominante
es uno de gratitud. He amado y he sido amado. He dado mucho y he recibido algo
a cambio. He leído y viajado y pensado y escrito. Me he unido al mundo, esa
unión especial de lectores y escritores. Por encima de todo he sido un ente consciente,
un animal pensante, y ello – en sí mismo – ha sido un enorme privilegio y una
enorme aventura”.
El Dr. Sacks tiene
razón. La vida es una enorme aventura. Un gran viaje, lleno de maravillas,
tragedias y alegrías. Hay que elegir bien los compañeros para ese viaje: esposo
(a), amigos, almas afines. La serenidad ante la muerte que muestra el Dr. Sacks
es una fuente de inspiración, forma parte de su legado. Porque cada vida
hermosa contribuye al cemento espiritual que mantiene a la especie humana
consolidada.
Oliver Sacks ve
hacia adelante serenamente, ve el final del camino y expresa gratitud. Le deja
sus ilusiones a quienes vengan atrás.
Esta es la manera
como el hombre llega a ser “inmortal”: fundirse con la especie después de haber
contribuido a su mejoramiento.
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