En mis años como geólogo de campo
me costaba mucho decidir cuándo parar por el día, en mis tareas de examinar los afloramientos
rocosos en ríos o quebradas, sobre
todo si veía a distancia razonable un nuevo recodo en el
río, la promesa de un nuevo afloramiento, el potencial de un nuevo hallazgo. Y
es que los geólogos somos muy curiosos.
Me preguntaba: ¿Encontraré algunos
fósiles? ¿Veré indicios de fallas o plegamientos que me hagan posible
reconstruir la geología del área? ¿Podré encontrar un buen afloramiento de
rocas que me permitan establecer la secuencia sedimentaria? Siempre tenía
curiosidad por saber lo que me esperaba más allá del recodo.
El ser humano siempre ve hacia el
futuro con ansias de saber lo que verá más allá del recodo, aun cuando esa
curiosidad esté con alguna frecuencia mezclada con temor. Aunque siempre habrá
un futuro, al individuo solo se le permite una minúscula ventana consciente entre
el “infinito” pasado y el “infinito”
futuro. De allí que nunca sabremos cual
será el destino de nuestro planeta afectado por el calentamiento global o si viajaremos
algún día a las estrellas.
La imposibilidad de satisfacer esa incurable
curiosidad del ser humano representa una de las mayores decepciones que debemos
enfrentar como miembros de la raza humana. Yo diría que es un monumental error de
diseño por parte del creador del cosmos.
Se nos ha dado el don de imaginarnos el futuro
sin la posibilidad de verificarlo. Ello es particularmente cruel, del mismo
tipo de crueldad de lo que le había
sucedido a Jorge Luis Borges, quien decía – resignado – que Dios le había dado,
al mismo tiempo, los libros y la imposibilidad de leerlos.
Quizás lo que forzosamente
dejaremos de ver es importante pero quizás no más importante que lo que hemos
dejado de ver durante los miles de años en los cuales aún no habíamos nacido.
No pudimos ser un soldado de Alejandro
el Grande. No cenamos con Víctor Hugo ni conocimos a Cervantes. Ni coqueteamos
con Cleopatra ni estuvimos presentes el
día del estreno de la Sinfonía Fantástica
de Héctor Berlioz. No figuramos entre las multitudes en los lienzos de Frans Hals ni fuimos miembros de la
corte de Isabel, la reina Virgen. No estuvimos cerca del cadalso el día que le
cortaron la cabeza a Tomás Moro por defender sus principios ni asistimos al martirio
de los primeros cristianos. Ni anduvimos con Heródoto en sus viajes ni con
Henry Stanley en su búsqueda del Dr. Livingston.
Haciendo un ejercicio de imaginación
apenas podemos tratar de ponernos en el lugar de aquellos acontecimientos.
Podemos pensar que estamos en el pueblo de Barrera en la noche del 23 de Junio
de 1821, la anterior a Carabobo, que entramos a la sala de la casa solariega y
vemos – a la luz de las velas – el rostro
de Bolívar, quemado por el sol. Lo oímos conversar con sus generales sobre la
estrategia a seguirán a la mañana siguiente.
Y hasta nos preguntamos: ¿es que eso pasó solamente esa vez o acaso sigue
pasando infinitas veces, cada vez que uno hace un ejercicio de la imaginación, o cada vez que el
hijo pequeño de Dios decide poner su juguete a funcionar?
Ese momento en la historia
ciertamente tuvo lugar. Ese momento en
el cual Bolívar habló con sus generales y recibió sus comentarios existió. ¿Existirá aún, en algún recodo el tiempo, como
película que se repite una y otra vez?
Todo es posible porque es parte de lo mucho que no
sabemos acerca del gran misterio. ¿Son el futuro y el pasado una gran ilusión,
una correa sin fin que da la vuelta una y otra vez, accionado por la mano de un
súper niño, cuyo Dios padre le dio un universo como regalo de cumpleaños? ¿Somos parte de una gran farsa cósmica? ¿Un accidente? ¿El resultado de un propósito
consciente de un Dios moral y compasivo?
En mi perplejidad me paro de la cama, voy a la
cocina, me tomo un vaso de agua y regreso a la cama. Casi siempre me vuelvo a
dormir plácidamente, en algunas otras ocasiones no logro conciliar de nuevo el
sueño. Cuando eso sucede me voy a la TV y me pongo a ver una película del
circuito Turner, el cual muestra películas viejas, buenísimas, casi siempre en blanco y
negro.
Son películas de hace 40-50 años,
de trama muy sencilla, en las cuales había un bueno, un malo y el bueno siempre
ganaba. Cuan reconfortante!
7 comentarios:
Preguntas trascendentes. Primer comentario el mío. Esto indicaría:
1. Poco interés de la gente en estos temas.
2. La gente, acogotada por la realidad inmediata que nos asfixia, los pasa por alto.
He pensado mucho en todo lo que expones y todas las preguntas que te haces,
Me preocupa que siempre has dicho que eres ateo.
Lo próximo que nos viene sera darle cuenta a Dios de nuestra vida. Por ese lado no tienes que preocuparte, has vivido aunque no eres creyente como hubieras vivido si lo fueras.
Últimamente he estado viendo programas del canal católico EWTN. Me gustaría que de vez en cuando vieras testimonies de ateos que se han convertido.
La Fe es un don de Dios.
Recibe mi cariño como siempre,
MT
En relación con el segundo comentario, llama la atención que Coronel estuvo un buen tiempo en el Colegio San José de Los Teques, manejado por salesianos. No es el único caso. Más bien diría que es muy frecuente ese fenómeno de formación católica y pérdida de la fe.
La realidad está golpeando mucho a los venezolanos. Tiene razón el primer anónimo, buscamos es política y respuestas a lo inmediato, que acongoja. Ahora acaban de nombrar a stalin coordinador para elegir al cne, por supuesto, parlamentarias. Si es por ellos, a Maduro lo nombran rey para seguir viajando y viendo juegos de pelota en sillas VIP. Adeú.
Eso que comenta el tercer anónimo es cierto. Y eso que Coronel guarda muy buenos recuerdos de algunos sacerdotes. Yo que estudié la primaria con salesianos pero en Caracas, no guardo tantos buenos recuerdos pero no perdi la fe.
Como anécdota, al amigo de Gustavo, Pasquali (1), creo que ateo, lo encontré un día en la misa de la Iglesia de Don Bosco, en Altamira. Nos saludamos. Um caso de fe recuperada?
A Pasquali, a quien conocí, lo vi en Margarita creo que con su madre, yo recién casado. Luego en New York, en uno de los museos. Me dijo en broma " venir yo tan lejos paa encontrarme con usted". En otra oportunidad caminaba por mi casa y cordializó conmigo y una hermana y un hermano míos. En fin, lo saludé en alguna ocasión cuando manejaba su Vespa.
Nuevamente gracias por su enseñan .Si, por enseñarme a ser. Mi respeto hacia usted.
Life is filled with bends in the road—those moments when we can’t see what's coming next. These bends can represent personal challenges, career shifts, or moments of change. Though we can't predict exactly what we’ll find, the excitement of discovery is what often drives us forward. Each turn holds the potential for growth, new experiences, and unexpected lessons.
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