miércoles, 18 de agosto de 2021

El día que casi me botaron del Banco Interamericano de Desarrollo





En febrero de 1983 me gané una posición de experto en hidrocarburos por concurso en el Banco Interamericano de Desarrollo en Washington DC. Competí con unos 60 otros pretendientes a la posición y, según el dictamen que tuve ocasión de ver después, fui el mejor candidato por un amplio margen. Para la época las condiciones del empleo eran excelentes: $70.000 al año libres de impuesto, seguros de todo tipo, la mitad de la matrícula para la educación universitaria de mis hijos, etc. Uno de mis nuevos colegas me dijo: “En este banco hay dos cosas muy difíciles, una es entrar y la otra es salirse”. El banco era llamado la jaula de oro, porque las condiciones de trabajo eran tan buenas que la gente deseaba permanecer allí para siempre.

En mi condición de experto en hidrocarburos yo tendría que viajar mucho a América Latina pero llegué al banco rezando para no tener que ir a La Paz, Bolivia, porque le tenía mucho miedo a su altitud. Había escuchado las historias más terribles de quienes habían ido allá. Como suele suceder, mi primer viaje como funcionario del banco fue para…. La Paz.

Llegué a La Paz, me bajé del avión y caminé muy lentamente hacia inmigración y, luego, al taxi que me llevaría al hotel. En el hotel hice lo que me aconsejaron. No desempacar, acostarme de inmediato, pedir una jarra de mate de coca y tomármela completa. Al terminar de hacerlo caí en un profundo estado semi-cataléptico y me desperté en la madrugada, con ganas de ir al baño. Sin embargo, del baño surgía un rugido de león que me aterró. No me atreví a salir de la cama y utilicé el jarro vacío del mate de coca.

Al día siguiente baje a la recepción y pregunté si era frecuente que el recién llegado tuviera alucinaciones producidas por la coca y me dijeron que no. Les mencioné que desde mi baño había sentido horribles rugidos de un león casi toda la madrugada. Y me respondieron que al lado del hotel había un pequeño zoológico donde frecuentemente rugía un viejo león. Sus rugidos simplemente parecían venir de mi baño.

Al salir a la calle, caminando muy lentamente, comencé a observar la presencia de muchas madres indígenas con sus niños en brazos, llorosos y de frágil aspecto. Me informé sobre esto y me dijeron que Bolivia estaba azotada por una severa sequía, se habían perdido muchas cosechas y existía una situación de hambruna en el país.

Regresé a Washington muy impresionado por esta situación y, sin pensarlo dos veces, escribí un artículo sobre mis impresiones y se lo envié al Washington Post, el cual lo publicó casi de inmediato, el 22 de Agosto de 1983, hace casi 38 años . Ver el artículo arriba. 

Al día siguiente de esta publicación recibí una llamada del asistente de Luis Ortiz Mena, el presidente del banco. Me dijo: “Buenos días, Sr. Coronel. Deseo felicitarlo por su artículo en el Washington Post de ayer. Además quiero preguntarle: ¿QUIEN LO AUTORIZÓ A USTED PARA ESCRIBIR ESE ARTÍCULO? Usted es un funcionario del banco y no puede hablar en su nombre sin expresa autorización”. En efecto, al final del artículo me identificaban como un funcionario del banco.

Yo balbuceé algunas palabras, totalmente tomado de sorpresa porque comprendí que lo que yo había hecho sin pedir autorización previa del banco había sido un error.

Ese mismo día me llamaron a una reunión y me dijeron que mi artículo podía hacerle mucho daño al banco, ya que allí un funcionario  exponía una hambruna en un país cuyo apoyo técnico y financiero era en gran medida suministrado por el banco. “Estamos exponiendo nuestra ineficiencia”, me dijo el gerente de Energía con energía. Me hicieron saber que mi caso iba a ser objeto de serio análisis, ya que representaba un acto de indisciplina.

¡Con apenas seis meses en el banco estaba a punto de ser botado!

Entonces sucedieron cosas que salvaron mí empleo. Una, recibí una carta, entregada por mensajero, del embajador de Bolivia en Washington, Mariano Baptista Gumucio, quien me invitaba a visitarlo, me daba las gracias por el artículo y me transmitía una decisión del ministerio de relaciones exteriores del país nombrándome “Hijo Ilustre de Bolivia”. Horas después recibí una llamada de una asistente de un senador del congreso estadounidense, creo recordar que era Paul Laxalt, diciéndome que – en base a mi artículo – el senado había decidido donarle a Bolivia $40 millones para aliviar la situación de los niños en aquel país.

Fui a ver al gerente de Energía y le transmití estas dos informaciones.

A la mañana siguiente recibí una llamada del Asistente del presidente del Banco: “Gustavo. El presidente Ortiz Mena desea saber si usted tendrá tiempo de almorzar mañana con él. Tiene mucho interés en conocerlo personalmente”.

Después de esta crisis permanecí en el banco casi siete años hasta que decidí renunciar para regresar a Venezuela,  para ayudar a “componer” el país.

Pero, esa es otra historia.


3 comentarios:

Anónimo dijo...

40 millones en aquel entonces (1983) equivaldría a 250 de los de hoy. Debería haber una biblioteca llamada Gustavo Coronel en La Paz.

Maria Teresa van der Ree dijo...

Excelente escrito.

Felicitaciones por tu cumpleaños! Muy bien vividos tus 88. Muchos cariños y Bendiciones.

Mary Torres Calderón dijo...

Buenas noches Ing. Lei hace un tiempo,una accion parecida, a lo que Ud nos narra , en el octavo habito de Steven Covey. El econtrarse donde se puede por que se tiene conocimiento, pues lo demas es tener un bonito corazon,para que las capacidades de las cuales hayan sido dotados, colocar un poco de ellas, al servicio de los demas. Por añadidura llega algo para quien se da de ese modo, sin que este esperando nada. Y si no llega ni el agradecimiento, en esta existencia, presumo que en algún lugar, del vasto universo del Dios en el que creo si. Asi que la satisfaccion interior ya es de hecho muy agradable.Mi cariño para Ud.Dios le bendiga.