viernes, 22 de abril de 2022

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Gustavo



UNDÉCIMO VIAJE A SERENDIPIA

 

   CUANDO EL CORONEL SOEHARJO ME DEVOLVIÓ MIS COROTOS

 

1964. Mi esposa Marianela, segunda de la izquierda, de pelo negro, vestida con traje del país. Este era un grupo de las esposas de los empleados extranjeros de SHELL. La señora a la izquierda, Min, era indonesia. A la extrema derecha, Olga, la esposa de Frank Rubio. 

Cuando llegué a Balikpapan, Indonesia, a trabajar con SHELL para mantener la producción y refinación del petróleo del campo de Tandjung, me impresionó el gran tamaño de la aldea de unos 100.000 habitantes, de viviendas precarias habitadas por dayaks (los isleños) y por “navegaos”, muchos chinos que controlaban el comercio de la aldea y una minoría proveniente de Java, Sumatra y otras islas del archipiélago. Estaba militarizada debido a la situación de guerra inminente entre el gobierno de Sukarno y la Malasia. Al ser empleados extranjeros de SHELL nos encontramos prácticamente en situación de prisioneros en nuestras casas. Podíamos ir de allí a la oficina pero para ir a cualquier otro lugar debíamos pedir un permiso a la policía, inclusive si queríamos visitar la casa de otro extranjero de nuestro propio grupo. En la casa que me fue asignada encontré una pareja indonesia, ambos muy jóvenes, ella cocinaba y él limpiaba la casa y lavaba la ropa. Aún entonces prevalecía una cultura basada en la sumisión colonial (las islas fueron colonias de Portugal primero y de Holanda después).  Estos jóvenes se me acercaban sumisamente porque sus cabezas “no debían estar nunca por encima de la mía”, algo que fui cuidadosamente cambiando.

Al pasar por Hong Kong yo había hecho una compra de artículos comestibles y domésticos porque en Balikpapan no los encontraríamos. Pasé dos días, en aquel paraíso comercial que era Hong Kong, comprando jabones, cepillos, pasta de dientes, sopas, carnes y todo tipo de vegetales enlatados, leche en polvo,  linternas, baterías, almohadas, diversos medicamentos contra todas las aflicciones imaginables, vitaminas, pantalones y camisas para el trópico, sombrero contra el sol, la casi infinita diversidad de utensilios domésticos que podría necesitar. Y, por supuesto, grandes cantidades de papel higiénico (no era fácilmente obtenible en Indonesia) y varias docenas de botellas de vino rojo y bastante whisky. Estas cajas serían enviadas a Balikpapan después de mi llegada.

Llegué a Balikpapan y comencé a esperar las cajas y, mientras tanto,  comencé a vivir de lo que allí existía, esencialmente arroz blanco, pescado, vegetales diversos y  algunas carnes llamadas de res (daging sapi) o de puerco (babi), las cuales resultaron ser perros y gatos respectivamente. Los pollos (ajam) que lograba adquirir en la aldea (kampong), eran, como me lo había advertido un inglés en Hong Kong: “rather athletic”. Durante una crisis de escasez de papel higiénico logré mitigarla adquiriendo en la aldea la colección completa de escritos de Mao Tse Tung, que venía en un buen papel absorbente.

Al cabo de varias semanas comencé a preguntar en la empresa la razón por la tardanza en la llegada de mis cajas. Los funcionarios indonesios de la empresa encargados del trámite me dijeron que el obstáculo insalvable que habían encontrado era la actitud del Coronel Soeharjo, el jefe comunista del ejército en Kalimantan (la isla donde estaba situada Balikpapan). Este hombre, me dijeron, era el mayor rival de Sukarno por el poder en Indonesia y no estaba dispuesto a hacerle concesión alguna a las empresas extranjeras. Esto era un asunto de alta política, por lo cual debía tener mucha paciencia.

Después de dos semanas adicionales de espera mi paciencia se había agotado y mi olfato venezolano comenzó a decirme que debía tomar la  iniciativa, si quería ver a mis cajas algún día. En Venezuela yo había sido el “nativo” y  observaba como los empleados extranjeros se comportaban en mi país y como ese comportamiento les hacía posible o les impedía ser aceptados. Había extranjeros que se identificaban de inmediato con el país y quienes nunca lo hacían.

Por lo tanto, decidí actuar en Indonesia como yo deseaba que actuase un extranjero en mi país. Estuve dos o tres días ensayando un breve discurso en Bahasa Indonesia, el idioma del país, y pedí una entrevista con el Coronel Soeharjo.  

El día de la entrevista llegué en mi jeep y fui llevado al despacho del coronel, quien era de Java, de donde provienen muchos de los líderes militares y políticos de Indonesia, un poco como nuestros andinos.

Llegué frente  a él y le di los buenos días: “Selamat pagi, Panglima Soeharjo”, el título que se le daba al jefe militar de la isla. Y procedí a darle mi pequeño discurso. Como nunca he hablado indonesio de nuevo, desde hace casi 60 años, lo que aquí transcribo es mi lejano recuerdo, seguramente lleno de imperfecciones.

“Tuan Panglima. Nama saya gustavo Coronel dan saya datang dari Venezuela. Saya bekerja untuk Shell Indonesia. Beli tiga kotak makanan di Hong Kong yang ada di kantor ini.  Saya ingin menerima mereka, silakan”.

 

Después de mi breve “discurso” el Panglima sonrió y tocó un timbre, el cual hizo aparecer a un ayudante, a quien le dijo: “busque las cajas del Sr. Coronel y colóquelas en su jeep”.

Y me dijo, primero en indonesio y luego en excelente inglés: “Sr. Coronel. Usted es el primer extranjero que me habla a mí en mi idioma. Llévese sus cajas y dígale a sus compañeros que pueden venir a recoger las suyas”.

Al día siguiente llegué a la oficina de SHELL y hablé con los funcionarios que me habían dicho que recuperar las cajas era una tarea casi imposible. Hacerlo, les dije, me había tomado diez minutos.  

 

Meses después en Balikjpapan, después de haber librado algunas duras batallas con los sindicatos comunistas empeñados en tomar el control de la empresa (Ver mi novela “El petróleo viene de La Luna”)  y superados varios incidentes muy peligrosos, la situación llegó a ser de relativa normalidad y nuestras familias pudieron reunirse con nosotros. Nuestro bienestar en Indonesia durante el segundo año de estadía se facilitó grandemente porque tuvimos muy en cuenta lo que los “nativos” desean ver en los extranjeros como actitud: cordialidad, respeto por las diferencias sociales o religiosas y un genuino deseo de interesarse en la cultura del país.

 

 

 

 


3 comentarios:

Anónimo dijo...

Qué experiencia, la gente no lo cree pero qué bueno es eso de al menos intentar hablar el idioma a dónde vas. Es como la gente que emigra y no se esfuerza por aprender un poco la lengua, pongo un ejemplo: EEUU, y las oportunidades que se pierden. También ocurre en Alemania dónde hablar alemán, que yo reconozco es fuerte para el hispanohablante, te abre muchas oportunidades. Pero que hayas tratado de hablar su idioma debió darle al oficial una buena referencia de tu persona, Gustavo.

A mí me pasó hace como 5 años en un aeropuerto francés, toda la conversación fue en ese idioma y aunque no era el mejor hablándolo sé que la muchacha captó que yo me esforzaba. Puso una galleta, que no me cobró, y un vaso de leche al final de la pequeña merienda. En Francia, que no es tan común ese esmero.

Va un buen abrazo.

Acosta,
MADRID.



Maria Teresa van der Ree dijo...


Excelente historia y recomendaciones. Hablando el idioma hace una gran diferencia cuando uno está en otro país. Se disfruta mucho mas.

Anónimo dijo...

https://twitter.com/LaHistoria200/status/1517859869046489089?s=20&t=icU2g5Y7Wj4Gl19oL02jgw