jueves, 8 de septiembre de 2022

APRECIACIÓN DE RODOLFO IZAGUIRRE

 


                                                               Rodolfo en familia

Nunca he visto a Rodolfo Izaguirre más que en fotografías. Nunca he hablado con él, excepto a través del correo electrónico. A pesar  que nuestra relación por esa vía data de, a lo sumo, un par de años, he reconocido en él una especie de alma gemela, llena de afinidades, basadas en una similar perspectiva sobre la felicidad, el disfrute de lo sencillo y, por supuesto, en nuestras edades similares, cercanos ambos a los 90, el un año más allá y yo un año más acá.

Inclusive, hemos llegado a ser miembros de un grupo poco conocido todavía, pero  muy poderoso, orientado a cambiar a Venezuela a través de los esfuerzos de quienes tengan más de 80 años, el llamado GRUPO ULISES, del cual él es presidente y yo secretario de organización y finanzas. 

Ya por una semana, noche tras noche, he estado yéndome a la cama con Rodolfo. Me apresuro a agregar, con su libro llamado “El Tiempo de mi propia Vida”, el cual tiene como atractivo adicional un prólogo de Moisés Naím. Ya lo había leído antes pero lo he tomado de nuevo, en búsqueda de alivio para una persistente arritmia que me ha estado molestando recientemente. Debo decir que, al cabo de una semana, esta arritmia ha disminuido significativamente de intensidad, gracias a esta grata lectura que precede a mi sueño.

La hermandad espiritual que siento con Rodolfo no era pronosticable, dada las diferencias entre vidas paralelas que apenas se han llegado a tocar hace muy poco tiempo. Su vida ha transcurrido por mucho tiempo en una Venezuela habitada por intelectuales, artistas, cineastas y, al inicio, por jóvenes animados de una irreverencia que los llevó a formar grupos abiertamente innovadores como SARDIO o EL TECHO DE LA BALLENA. Algunos de ellos integraban la plana mayor  de la República del Este, brillantes, talentosos y poseedores de un fino sentido del humor. Inclusive algunos llegaron a ser partidarios de la guerrilla venezolana, inspirados por la saga de Fidel Castro en Cuba. Sin embargo, como  creo entender de sus entrevistas, Rodolfo nunca participó de esa admiración por la violencia armada y tempranamente abandonó las filas del marxismo.

Mientras tanto, mi vida transcurría en una Venezuela más conservadora, en traje de faena en el campo de la geología del petróleo o, luego, de corbata y paltó en las oficinas corporativas, un mundo quizás más predecible y de lenguaje más formal. Aunque siempre fui un gerente con vocación intelectual y gran afición por las artes, las fronteras de mi mundo nunca traspasaron hacia el campo de la poesía, en el cual Rodolfo ha vivido.  

Por serendipia, ya a edad avanzada, nos hemos encontrado, he hecho contacto  con Rodolfo y ello ha representado para mí un hallazgo que sobrepasa lo que para mis años de geólogo pudiera haber representado el descubrimiento de un gran yacimiento de petróleo liviano, de la mejor calidad.

Y ello tiene que ver con su lenguaje mágico, con la manera de hablar sobre su matrimonio, que se pareció tanto al mío - cada quien hoy con su Dulcinea ausente -  y con su amor por lo sencillo y su asombro permanente ante lo cotidiano, las claves de la felicidad. Este libro que leo y releo con intensa emoción y deleite es un inmenso poema, cada viñeta una pequeña joya que me hace reír a carcajadas o me provoca algunas lágrimas. En ellas me veo con frecuencia reflejado, como si fueran senderos en un mapa que conduce al centro de mis sentimientos. Y es que Rodolfo es un cartógrafo del alma.

En su libro Rodolfo Izaguirre hace suya la búsqueda incesante de la rosa azul, la cual “es símbolo de lo imposible”, la representación de “nuestros mayores anhelos”. Busca Rodolfo la rosa azul en el submarino amarillo de su conciencia., en el final de la dictadura que nos humilla y rebaja, en la Luna donde fue un día a vivir su hermana Liliam, muerta el mismo año en el cual él nació, en la Venezuela libre de su juventud y madurez, en el dulce recuerdo de Belén quien ahora vive en él.

Rodolfo nos dice que su vida ha sido un constante esfuerzo para afinar su sensibilidad, para conquistar al país con su palabra, lo cual le ha permitido encontrar, finalmente su anhelada rosa azul, ya que cree firmemente en la belleza de lo imposible.

 ¡A Rodolfo lo enerva “no poder alcanzar el esplendor del idioma en el que se expresa”! Esta preocupación es totalmente injustificada, ya que este libro con el cual me acuesto noche tras noche ha logrado capturar plenamente ese esplendor.

Y ha sido beneficioso, en todo sentido, para mi corazón.    


1 comentario:

Anónimo dijo...

Un Señor de Señores, Rodolfo Izaguirre.

«¡Adoré a Belén! ¡Más de cincuenta años juntos! Nos llamaban las guacamayas porque son monógamas y andan siempre en pareja. Cuando yo era muy joven, Albert Camus escribió que amar es envejecer juntos y yo me ofusqué. Me aterrorizaba envejecer. Pero envejecimos juntos Belén y yo; nos adoramos tanto que podíamos correr el riesgo de que nos confundieran con un par de tórtolos idiotas. Durante el largo período de vida y comportamiento que alimentamos juntos, jamás se perdió aquel Adagio que permitió que no fuésemos pareja sino una perfecta unidad».