lunes, 19 de julio de 2021

DESAYUNO CON METODISTAS

 Hace casi 12 años me uní a un grupo de voluntarios de un hospital  en el estado de Virginia, el cual se ha convertido  en uno de los mejores de la nación (no pretendería que por mi aporte). Este hospital tiene más de 900 camas y es integrado por unidades cardíacas y vasculares, cáncer, neurociencia, medicina general, pediatría y maternidad. Es el centro número uno de la región  para tratamientos de traumas y lleva a cabo trasplantes de pulmón, corazón, riñón y páncreas.  Me uní a los voluntarios en este hospital porque, relativamente recién llegado y sin seguros, tuve que llevar allí a mi esposa de urgencia. Permaneció unos 30 horas bajo tratamiento y la cuenta al final fue de $5000, bastante razonable pero alta para mi situación financiera del momento. Sin yo pedirlo, me hicieron una amplia entrevista y, como resultado, mi cuenta final quedó en unos $1800, a ser cancelada en cuotas de $40 al mes.

Me sentí muy agradecido por este tratamiento tan generoso y pensé en retribuirlo de alguna forma. Por ello introduje una petición para ser voluntario en el hospital, para lo cual debí llenar varios formularios y presentar testimonios de dos personas que me conocían y podían dar fe de mi buena condición ciudadana.  Al cabo de algunas semanas de haber introducido mi petición,  me llamaron para decirme que había sido aceptado y que debía acudir a recibir entrenamiento.

El entrenamiento inicial fue de todo un día, compartido con unos 30 otros “primerizos”, la mayoría mujeres de 50 o más años, algunos jóvenes estudiantes de bachillerato y algunos hombres de 60 o más años (yo tenía 76 para ese momento).

 Comencé mi actividad como voluntario del hospital y fui asignado al Instituto Cardíaco- Vascular, asistiendo cada lunes, primero en el turno vespertino, luego cambiado al turno matinal, de 9 a.m. -  1 p.m.  

Los primeros meses fueron duros, como es el caso de todos los principiantes,  porque el hospital es inmenso y sus vericuetos son múltiples. No es un solo hospital sino cuatro hospitales en uno, uno para pacientes cardio-vasculares; uno para medicina general, uno para niños y uno para mujeres. Aunque yo estaba en el instituto cardiovascular podía ser requerido para tareas en cualquiera de estos sitios. Iría a  múltiples laboratorios, áreas de examen, centros de documentación, departamento de defunciones y a otras unidades especializadas, por ejemplo la de  diálisis. La lista de direcciones de las unidades individuales era de cuatro páginas y orientarme en aquel gran laberinto de unidades  me tomó meses. Muy poca gente del mismo hospital conocía otras dependencias fuera de sus especialidades. Los voluntarios debíamos desarrollar un conocimiento de todo el complejo. 

 Mucho de mi trabajo consistía en transportar pacientes en silla de ruedas desde su habitación hasta un laboratorio u otra unidad médica para hacerse exámenes o para llevarlos al sitio donde lo esperaban sus familiares, en caso de ser dados de alta.  Debía mantener una actitud muy impersonal, sin entrar a relacionarme con ellos. Esto era difícil porque los pacientes se mostraban generalmente deseosos de cambiar impresiones con alguien sobre su experiencia y hasta pedir una opinión sobre sus dolencias. Nuestro reglamento prohibía estrictamente este tipo de intercambios por razones comprensibles, hasta de tipo legal. Sin embargo, tuve encuentros inolvidables. En general, me impresionó la fortaleza, la reciedumbre con la cual estos pacientes encaraban sus problemas, bastantes de los cuales eran de extrema gravedad. Advertí en la mayoría de ellos un fuerte sentimiento religioso y un vigoroso sentido de dependencia emocional en la familia. Vi jóvenes de 25 a 30 años, ya con doble trasplante pulmonar y cuyos rostros aún llevaban la huella de la adolescencia, enfrentados con la amenaza de una muerte a corto plazo. Nunca pude ofrecerme como voluntario para el hospital de niños porque no hubiera podido soportar verlos enfermos, a edades en las cuales apenas comenzaban sus vidas. Tampoco me atreví a integrar el grupo de voluntarios especializados en interactuar con pacientes y familiares de pacientes en situación terminal, aquellos quienes esperaban morir en breve. No hubiera sabido como consolarlos porque soy de quienes piensan, como lo aconsejaba el poeta Dylan Thomas, que uno debe rebelarse contra la llegada de la noche:

Do not go gentle into that good night/ Old age should burn and rave at close of day/ Rage, rage against the dying of the light

Lo tercero que me impresionó fue la calidad humana de quienes sirven de voluntarios. En especial, desarrollé una especial amistad con el coordinador de mi grupo de voluntarios, quien tenía ya unos 16000 horas de servicio. Durante los casi 11 años en los cuales estuve activo logré tener un poco más de 2100 horas se servicio. Y este hombre tenía ocho veces más! Tenía varios turnos semanales. Además, participaba de otras organizaciones voluntarias, su vida literalmente giraba en torno al servicio a la comunidad. Bajo su coordinación vi llegar y partir a muchos otros voluntarios, todos quienes dejaron agradables recuerdos en mí. Recuerdo con especial afecto a Jim, quien tendría unos 90 años. Era un iconoclasta, siempre tratando de hacer las cosas “a su manera”. Muy delgado, una vez que regresaba a nuestra oficina después de una tarea, se le rodaron los pantalones en presencia de varias personas. Serenamente, los recogió y se los ajustó de nuevo alrededor de la cintura, como si nada hubiera sucedido. Jim estaba leyendo continuamente, mientras esperábamos la siguiente tarea.  Un lunes llegué a mi turno y pregunté por él,  quien no había llegado. El coordinador me dijo: “Jim fue promovido durante fin de semana” (En inglés: Jim was promoted upstairs over the weekend). Había ido al cielo.

El coordinador era  metodista y me preguntó un día si yo estaría interesado en asistir cada jueves a un desayuno con unos  ocho a diez  otros voluntarios o miembros de la iglesia donde él iba, a sin ningún objetivo que no fuese reunirnos. Le respondí afirmativamente porque no quise ser descortés y porque me extrañó que me seleccionara para integrar su grupo, ya que era culturalmente bastante diferente.

Eso fue hace unos 7 años. Desde entonces, con excepción de la etapa de la pandemia, nos hemos reunido a desayunar en el mismo sitio, un día a la semana, un grupo que fluctúa entre 8 y 10 miembros, en el cual yo creo ser el mayor, aunque casi todos están en sus 80. El sitio donde desayunamos ofrece un plato especial (The Old Standby)  para “seniors”, el cual cuesta $9 y ofrece huevos, con salchichas o tocineta, papas, café, jugo y pan tostado con mantequilla y mermeladas. Durante los primeros desayunos a los cuales asistí, algunos de los miembros del grupo me veían como llegado de otro planeta y no se atrevían a hablar conmigo. Cuando yo les hablaba me preguntaban que había dicho, porque sus mentes les ordenaban no entender mí acento. Por supuesto, después de más de 300 desayunos, ya soy uno de ellos.  

¿De que no hablamos?  No hablamos o hablamos muy poco de política, aún en momentos en los cuales sucedían asuntos de extrema importancia en la vida política del país. Hablamos mucho sobre los temas de actualidad de naturaleza social, sobre las experiencias en el hospital, deportes, asuntos financieros que conciernen a todos menos a mí y, por supuesto, sobre la pandemia y sobre calentamiento global.

Un tema frecuente en estas conversaciones es el de la familia, el cual me interesa profundamente porque, desde que leí a De Tocqueville,  comparo las razones del éxito estadounidense como nación y del relativo fracaso de nuestras sociedades latinoamericanas, llegando a la conclusión de que está en la manera como se ve a la familia. En el grupo de mis amigos metodistas la familia es un núcleo fundamental de sus vidas, basado en un objetivo supremo, el de lograr que cada uno de sus miembros progrese y se haga miembro pleno de la sociedad a la cual pertenece. Son implacables en la consecución de este objetivo, esencialmente a través de la educación. Mucha de la conversación del grupo gira en torno a los logros de los miembros de sus familias, con un orgullo inmenso por esos logros. Cada escalón que suben es celebrado. En el seno de la familia latinoamericana existe, igualmente, una gran solidaridad, pero apunta con demasiada frecuencia a la defensa incondicional de sus miembros frente al mundo circundante, más que al objetivo de insertar a esos miembros en la comunidad del cual forman parte. ¿Será por eso que cuando preguntamos a amigos como están, nos responden con frecuencia: aquí en esta esquina…. O, defendiéndonos, de enemigos reales o imaginarios?

El otro tema importante de conversación es el trabajo comunitario, el cual es mucho del cemento que une al grupo. He podido ver que los metodistas piensan que el hombre está en la tierra para  servir, para ayudar a otros. Y es a través de esa labor de ayuda que se ve posible capturar el cielo. Esta es una creencia que encuentra algún eco en mí, a pesar de que no soy religioso. No soy creyente pero pienso que, si existiese un Dios moral que acoge a las buenas almas en su eterno seno, este proceso de selección deberá estar basado en las buenas obras más que en la fe.

En todo caso, estos desayunos se han convertido en una importante parte de mi vida. Comparto con este pequeño grupo de amigos logros y percances y encuentro en ellos un vigoroso reservorio de esperanzas y solidaridad.  


2 comentarios:

Maria Teresa van der Ree dijo...

Querido Gustavo,
Te felicito! Excelente artículo. Gracias por compartir tus vivencias.
En Venezuela también existe visitas a los enfermos. Hay muchas organizaciones católicas de ayuda a los necesitados. Con los jesuitas yo iba a Petare y también trabajé con las Damas Salecianas.
Saludos, Bendiciones,
MT

Mary Torres Calderón dijo...

Buenas tardes que gusto en lerle un placer. Ve lo que pienso, su buenas acciones es porque sin darse cuenta anda en sintonia con el Creador, como cuando uno entra a la habitacion o a un lugar oscuro y enciende la luz.la luz esta ahi solo hay que darle al interruptor. y ud lo hace constantentemente con sus buenas acciones. Y se le ha hecho un habito llamemoslo asi y no lo logra ver la fusion entre su cuerpo fisico y el espiritual. y no le ve nada de extraordinario por la humildad en ud. El cuerpo espiritual es el que lo mantiene unido a Dios. O sea FE. Pero es un amalgamado, en ud que como dije, no le ve nada de extraordinario. Saludos,mis respetos.Deseo que este muy bien. Y que pueda regresar a Venezuela.