domingo, 3 de julio de 2011

Un hermoso libro venezolano: "En primera persona".

Las Memorias de Miguél Angel Burelli Rivas

Mi querido amigo Antonio Pasquali escribió en el prólogo de mi novela : “El Petróleo viene de La Luna”, lo siguiente: “El que no se piensa pasa inmediatamente a ser pensado y quien no escriba su propia historia, alguien se la escribirá”.

Esta es una frase con la cual me identifico plenamente. Por ello siempre me ha intrigado la reticencia de nuestros hombres públicos venezolanos a escribir sus experiencias, sus memorias. Ello es algo practicamente rutinario en los Estados Unidos, desde los tiempos iniciales de la república. Y a ello se debe la creación, en ese admirable país, de una memoria histórica, precisamente esa memoria histórica que nos hace tanta falta en Venezuela, como lo advirtiera una y otra vez Arturo Uslar Pietri.

Y es que la historia de una sociedad se construye esencialmente a partir de la acumulación de experiencias individuales. Y cada experiencia individual bien contada crea ramificaciones y conexiones, creando un tejido que contribuye a formar el alma nacional.

Acabo de leer un libro que hace aportes importantes a ese proceso. Se trata de “En Primera Persona”, las memorias de Miguél Angel Burelli Rivas. Nunca conocí a Burelli. Supe de su trayectoria desde lejos, absorto como estaba en las actividades petroleras que fueron casi mi única prioridad por treinta años, desde 1951 hasta 1981, cuando debí abandonar mi querida industria.

Sin embargo, leyendo sus memorias, me parece haber conocido a este venezolano desde siempre. Burelli nació en una pequeña aldea andina, La Puerta y allí pasó su niñez y primera adolescencia. Ello me pareció muy similar a mi propia experiencia de niñez y primera adolescencia en Los Teques, también un pueblo de montaña, aunque de mayor dimensión que La Puerta. La Venezuela de la niñez y adolescencia de Burelli era bucólica, de baja población, donde parecía que todos eran familia o amigos. Ello explica la manera tan interesante como Burelli pudo salir de La Puerta a realizar su sueño de vivir y estudiar en Mérida, apoyado por familias cuyos nombres suenan a lo más granado de aquella pequeña sociedad. Para ello, nos cuenta, debió vender la parte de su herencia, a fin de “equiparse”con un traje nuevo y zapatos. Su familia era muy pobre y mientras estuvo en La Puerta desempeñó tareas de molinero que muchos años después, e inexplicablemente, un contrincante político le echaría en cara. Esos primeros capítulos de la memoria son de los más fascinantes del libro puesto que describen con mucho amor a una Venezuela limpia y cordial, a pesar de las viscitudes políticas impuestas por la dictadura.

Burelli estudió y trabajó en Mérida y allí se casó por primera vez, con una sobrina de Alberto Adriani, quien murió poco tiempo después en un accidente de automovil en Apartaderos. Después de algunos años casó de nuevo con María Briceño, Pepita, hija del insigne escritor Mario Briceño Iragorry. De nuevo, llama la atención la movilidad social de la época, en la cual un joven pobre y talentoso de La Puerta podía entrar con facilidad a una sociedad merideña llena de nombres ilustres y lograr estudiar e ir cumpliendo con sus objetivos personales de crecimiento intelectual, ayudado generosamente por venezolanos de primer rango.

La via que utilizó Burelli para crecer y formarse como el hombre versátil y humanista que llegó a ser fue la diplomacia, la cual en esa época estaba también llena de gente destacada. Su carrera fue de progresivos ascensos, comenzando por ser primer secretario de la embajada venezolana en Bogotá hasta llegar a ser embajador en los países más importantes para Venezuela: Colombia, Inglaterra, Estados Unidos y ocupar la segunda posición de la cancillería en un gobierno y la posición de canciller en otro.

Si bien la carrera profesional de Burelli lo llevó al ejercicio de la diplomacia su vocación no oculta fue la vida académica, la vida universitaria. Sostuvo una casi constante asociación con las universidades venezolanas y algunas extranjeras; con la Universidad de Mérida, su alma mater, con la Universidad Simón Bolívar y con la Universidad de Cambridge, en Inglaterra, donde promovió la cátedra Simón Bolívar. En este campo Burelli no fue un contemplativo sino un promotor y hacedor de proyectos concretos: bibliotecas, centros de estudio, coordinación de grandes conferencias, fundador de revistas. Para ello se asociaba con otros venezolanos emprendedores entre quienes menciona con particular afecto a Francisco Kerdel Vegas.

Por una buena porción de su libro Burelli no tiene una sola palabra severa para nadie. Todos sus juicios son bondadosos y positivos. Es solo al llegar a la etapa política de su vida cuando ve la necesidad de quebrar alguna que otra lanza con adversarios o burócratas poco escrupulosos. Pero su libro se caracteriza por una visión amable y tolerante de la gente a quien conoció y con quien interactuó. Elogia con frecuencia a sus colaboradores y presta constante homenaje a la amistad. Y en verdad, la gente con quien hizo amistad fue como un equipo todos estrellas de la vida nacional: su suegro Briceño Iragorry, los Adriani, el Padre Quintero de Mérida, mejor conocido como el Cardenal Quintero, Eleazar López Contreras, de quien fue amigo y representante legal, Jóvito Villaba, a quien definió como un hombre muy generoso y muchos otros. Se expresa muy bien del Caldera presidente, ordenado y paciente y tiene elogios para funcionarios de las cancillerías y embajadas con quienes actuó. Si se quiere me sorprendió su visión hasta positiva de Pérez Jiménez. A pesar de no haber colaborado con su régimen dictatorial y de oponerse a él, más tarde buscó su apoyo cuando le tocó ser candidato presidencial. Burelli no se muestra vigorosamente opuesto a autócratas como Rojas Pinilla en Colombia o Hugo Banzer en Bolivia, a quien inclusive desea larga permanencia en el poder, en lo que puede ser considerado como una perspectiva demasiado pragmática. Sin embargo, las credenciales democráticas de Burelli no pueden ser puestas en duda y las demuestra en cada instante y en cada acto de su vida pública.

Burelli también revela en sus memorias lo que pudiera definirse como una honestidad compulsiva. Narra errores que pudiera no haber revelado, rehusa adornar o justificar algunas decisiones que luego consideró equivocadas. En esto siguió la recomendación de Disraeli: “Nunca te quejes, nunca expliques”. En ese sentido las memorias revelan a  un venezolano poco usual, al menos para las generaciones de hoy. Sin embargo, no era sorprendente encontrar venezolanos candorosos y rigidamente honestos como Burelli en la provincia venezolana de la primera mitad del siglo XX. En aquella sociedad pequeña y fuertemente imbricada, de mucha presión positiva del entorno, “peer pressure”, el honor era parte del traje cotidiano.

Uno de los capítulos más fascinantes del libro es el que dedica a su estadía en Colombia y habla de la sociedad colombiana. Son más de 40 páginas de atisbos de gran sagacidad sobre la vida social y política colombiana y sobre la manera como las cancillerías venezolanas suelen manejar las embajadas, generalmente sin darles instrucciones concretas, lo cual obliga a la improvisación. Burelli pinta una Colombia llena de empresarios creativos y de presidentes muy honestos sin importar la ideología política. En Colombia tuvo Burelli la oportunidad de apoyar la creación y funcionamiento exitoso de la flota grancolombiana. Burelli se compenetró mucho con Colombia, creo yo por las afinidades entre ese país y su extracción andina y rural. Burelli siempre fue, en su corazón, un aldeano, en la mejor acepción del término y tiene las mejores palabras para quienes sentían de la misma manera, hombres como Galo Plaza, quienes se movían con igual facilidad en París y Londres o en La Puerta y Cuenca.

La casi única crítica que le hace Burelli a Colombia es su obsesión por las reinas de belleza: del azúcar, del café o del bambuco. Para Burelli ese hábito de los reinados ha hecho daño al fomentar división entre los colombianos, una división que puede llegar hasta el asesinato. De particular interés es su opinión positiva sobre Santander y sobre lo que el piensa era una rivalidad artificial entre Santander y Bolívar, creada por la política partidista más que sustentada por las relaciones entre ambos.

Es al hablar de sus candidaturas presidenciales que Burelli muestra, en ocasiones, frustración por la mezquindad y pequeñez de algunos compatriotas, por quienes piensan en su beneficio y no en el interés nacional. Le mortificó la agresividad de adversarios y periodistas, en especial de Radio Rochela y de quien fuera aguerrido periodista, Alfredo Tarre. Sintió al principio la duda de Renny Ottolina sobre su candidatura aunque después éste se convirtió en gran aliado. Su debilidad era, según lo confiesa, su oratoria. No estaba hecho para mitines, en los cuales hay que gritar y apelar a la emoción ( yo recuerdo a los asistentes a los mitines, no importa quien hablara, donde la gente gritaba: “púyalo”…pues lo que querían era ver “sangre”). Me hizo reír mucho la advertencia que le hizo Uslar Pietri cuando fue a hablar en Coro. Le dijo: “No le ofrezcas trabajo a la gente en Coro, porque se disgustan”. Le repugnaba la gente que prometía ayuda a cambio de cargos y otros beneficios. Se arrepintió de haber insultado a Luis Beltrán Prieto en un programa de televisión, llamándolo feo, lo cual sin embargo no representaba una calumnia.

Fue la embajada en Washington la que, al parecer, le produjo menos satisfacciones. Sus juicios sobre la vida estadounidense son menos entusiastas que los que tuvo para Colombia e Inglaterra. A pesar de ello escribió un notable y elogioso ensayo sobre ese país para la maravillosa revista “Venezuela Up to Date”, de grata recordación. Se lamentaba Burelli de la animosidad injustificada que Carlos Andrés Pérez sentía contra los Estados Unidos, lo cual le hacía “denostar” contra ese país en cada posible oportunidad. Debo agregar que este es un mal compartido por no pocos presidentes venezolanos, quienes han pensado con frecuencia que el lenguaje fuerte contra USA es señal de soberanía y dignidad nacionales cuando no es más que mala educación o demostración de un complejo de inferioridad. Esa hostilidad, por supuesto, ha llegado a extremos patológicos en el caso de Hugo Chávez pero hasta un humanista como Rafaél Caldera la exhibió en no pocas oportunidades.

En la Universidad Simón Bolívar hizo una notable y fructífera carrera, dirigiendo el Instituto de Altos Estudios Latinoamericanos. En este mismo capítulo describe una sucesión de iniciativas personales sorprendentes por su variedad y sentido creador: aluminio, agricultura, cacao, plátanos, champiñones, ganadería, todo con modesto éxito, pués Burelli no estaba destinado a hacer dinero sino a servir al país.

Candidato a la Secretaría General de la OEA, hombre público, componedor de crisis internacionales, hombre público de gran versatilidad, su vida transcurrió dominada por esa gentileza de maneras que es tan propia de los montañeses. Al morir en Washington, en 2003, dejó una herencia inmensa de probidad a sus compatriotas y a sus hijos. Su esposa Pepita, a quien tuve el placer de conocer hace algunos meses, fue su maravillosa compañera en el hermoso viaje. Hay un poema de Kavafis que parece escrito para hombres como él:

“…Acude a muchas ciudades del Egipto

para aprender, y aprender de quienes saben.

Conserva siempre en tu alma la idea de Ítaca:

llegar allí, he aquí tu destino.

Mas no hagas con prisas tu camino;

mejor será que dure muchos años,

y que llegues, ya viejo, a la pequeña isla,

rico de cuanto habrás ganado en el camino.

No has de esperar que Ítaca te enriquezca:

Ítaca te ha concedido ya un hermoso viaje”.



Un hermoso viaje el de Burelli.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Excelente resumen.

Qué opina Ud. de Leopoldo Sucre Figarella?

Gustavo Coronel dijo...

Sobre Leopoldo Sucre no hay mucho escrito. Era una personalidad callada, introvertida. Parece saer que tuvo grandes aciertos como hacedor de obras de infraestructura, el puente que comunica a Puerto Ordaz con Ciudad Guayana, entre otros. Este puente, sin embargo, fue construído con dinero de Ferrominera, lo cual causó grandes problemas financieros a esa empresa.
Su presencia en Guayana fue de gran impacto para la región y su estilo gerencial en CVG muy autocrático.
Creo que el Dr. Sucre Figarella merece un tratamiento objetivo de algun buen biógrafo.

Anónimo dijo...

Por el tiempo en que viví allá en Guayana,
pude constatar personalmente (años 1978 al 1985) pude constar personalmente la obra del Ing Leopoldo Sucre Figarela, natural de Ciudad Tumeremo Edo Bolívar. El desarrollo de la Ciudad Guayana que hoy conocemos (venida a menos por la desidia gubernamental del actual régimen), fue notorio; los trabajos de la presa Raúl Leoni, construye las autopistas Cd. Bolívar-Cd. Guayana / Cd. Guayana-Upata, construye la moderna red vial El Dorado-Santa Elena de Uairén, Cd. Bolívar-Caicara-Los Pijiguaos, incluyendo los puentes sobre los ríos Caura, Cuchivero, Suapure , Parguaza y Caroni (Puente Angosturita con vía férrea y el puente Macagua). Adelanta las obras de Macagua y Caruachi. Amplía las capacidades de Sidor, Ferrominera, Venalum, Alcasa, Interalumina y se crean Bauxiven, Proforca, Remorca y otras, igualmente se mejoran los servicios de agua en la región Guayana y la infraestructura de salud (hospital de Caicara, El Callao, Santa Elena) de justicia (palacio de justicia de Cd. Bolívar y Cd. Guayana), así como para el deporte (estadio Cachamay y el inicio del estadio La Ceiba), y el sector agrícola (construcción de silos la Kina en la Paragua y ampliación de los de Cd. Bolívar). Tengo referencia de personas que trabajaron con él, de que el hombre poseía una capacidad de trabajo impresionante, aunque su trato para con sus subalternos no era el mejor. Tenía un carácter irascible y efervescente cuando las cosas no salían como el las ordenaba, o cuando no se le cumplían sus instrucciones al pié de la letra. Yo en lo personal lo vi una vez en la avenida Guayana, casi al frente de Sidor, supervisando la siembra de las plantas florales que ornamentaban para la época la entrada de la Siderúrgica y preguntando a unos trabajadores, la razón de su falta de riego.
La sociedad de Ciudad Bolívar, ( sociedad muy hermética, compleja y no digo más, por respeto a los lectores que hayan nacido allá) le cuestionaban y aun lo hacen, que no le había puesto el interés necesario a su tierra de infancia donde también fue Gobernador, que a Ciudad Guayana, donde hizo la mayoría de sus obras.Dicen también algunos de los integrantes de esa rancia sociedad bolivarense, que el hermano el General Juan Manuel Sucre Figarella, quien llegó a ocupar el cargo de Comandante General del Ejército, era un profesional de alta valía. Militar honesto y digno.Amante de nuestros valores patrios de sincero corazón. Cosa que hoy en día brilla por su ausencia. Pero en síntesis, el legado de Leopoldo Sucre está allí. Yo diría que fue un hijo de Guayana y padre de sus obras. Manuel Piar.

Anónimo dijo...

Sr. Coronel,
Ustedes se perdio de la experiencia más hermosa al no haber conocido en persona a Miguel Ángel Burelli Rivas.
El fue amigo de mi padre el DR. José del Carmen Bayona Vila. El fue también mi padrino y mentor. Aún recuerdo con claridad las tertulias a las que asistíamos en el Hotel Hilton en Bogotá, donde siendo aún una adolescente, Miguel Ángel me llevaba para departir y compartir con personajes influyentes de la política colombiana, entre ellos Luis Carlos Galán, Belisario Betancourt, César Gaviria, Rodrigo Lara Bonilla, entre otros.
Fue un amante de la historia Granadina. Admiro con insistencia el valor de la mujer Colombiana en la Campaña Libertadora. Defendió el honor de mujeres tan importantes como las Ibáñez, a quienes erróneamente se les acusó de amantes de Bolívar y Santander. El sabía como lo se yo, siendo yo descendiente directa de ellas, que estas mujeres prestaron su honor, su fortuna y su casa para que El Libertador y El General Santander se reunieran y gestaran la campaña libertadora.
Miguel Ángel me motivo a seguir mi carrera como Historiadora. Me enseño el valor de la Diplomacia., carrera que el y mi padre querían que yo siguiese.
Cuando el cáncer silenció la voz de Miguel Ángel, la Región Andina perdió el más grande de sus exponentes. pero su voz y su sueño siguen vivos en personas que como yo, tuvimos el honor de conocerle en una manera más personal, más familiar.
Gracias a Usted, Sr. Coronel por haber dedicado este artículo a tan excelentísimo Hombre de Leyes.
Gloria Bayona.

corita dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
gonzalo alvarez garcia @ordosgonzalo dijo...

Mi querido amigo: Excelente artículo, tuve la suerte de conocer a Miguel Angel Bureli, cuando se presentó a las elecciones de 1.968, formé parte de su equipo de campaña por invitación de Jóvito Villalba, Venezuela perdió una gran oportunidad al no resultar electo, gracias por ocuparse de la memoria de ese gran hombre.

@ordosgonzalo