miércoles, 5 de junio de 2019

HÉROES DEPORTIVOS: Bondades y peligros



Desde niños desarrollamos una cierta fijación con personas que nos causan admiración y a quienes deseamos imitar. Encontramos héroes a nuestro alrededor, en un padre noble y una madre esforzada; en un maestro o maestra, a quienes vemos como una poderosa luz iluminando el camino; en un amigo o amiga, a quienes admiramos y vemos como un ejemplo a seguir en nuestras propias actividades. En la inmensa mayoría de los casos esos héroes de nuestra niñez, adolescencia y hasta edad madura o senil – porque seguimos cultivando héroes hasta el final de nuestras vidas – nos sirven de inmensa ayuda para pasar por la vida, honrándolos con nuestra conducta, haciéndonos merecedores de su aprobación. 
Hay otros héroes, a quienes generalmente no conocemos y con quien establecemos una relación asimétrica. Lo sabemos todo acerca de ellos y ellos no saben nada acerca de nosotros. Cuando tienen éxito nos alegramos, cuando tienen un fracaso, sufrimos con ellos. Los seguimos casi a diario en sus quehaceres. Sirven de patrones de imitación para nosotros, sobre todo cuando estamos en la etapa de la infancia y la adolescencia, pero  con  alguna frecuencia, conservamos por toda la vida un interés por ellos o ellas, el cual  puede llegar -  para algunos -  a convertirse en obsesión. Hay toda una rama de la psicología orientada al estudio de lo que puede llegar a ser una condición patológica, como lo evidencian los ataques físicos  de “admiradores/ras a estrellas del deporte o de la pantalla. Recordemos el caso del atacante de Ronald Reagan, quien “solamente” quería impresionar a la bella actriz Jody Foster, a quien idolatraba.
En mi caso siempre he tenido un ídolo del béisbol. Desde que tenía 5 años he mantenido una relación de admiración y simpatía con algún beisbolero. 80 años después del primero son varios los jugadores de ese deporte a quienes he considerado como “ídolo” en algún momento. El primero fue Vidal López, quien no solo era lanzador destacado sino que bateaba mucho, casi siempre en el cuarto lugar. Lo único que le faltaba era ser novio de la madrina. Lo llamaban El Muchachote de Barlovento y, por su color, nunca pudo ir las Grandes Ligas. Creo recordar que si jugó en la liga Mexicana. Lo vi jugar en Los Teques, junto a estrellas como Cocaína García, Gibson y  Dandridge y toda aquella maravillosa “fauna” compuesta por el Dumbo Fernández, el Conejo Fonseca, el Ovejo Finol y el Mono Zuloaga. Hasta un Tarzan había, Tarzan Contreras.
Cuando Vidal desapareció lentamente, como un barco que se pierde en el horizonte,  encontré su remplazo en Héctor Benítez, “Redondo”. ¿Por qué le decían Redondo? Nunca lo supe, pero me encantaba verlo jugar, lo cual hice en el viejo estadio de San Agustín y en la Serie Mundial de béisbol amateur de 1944,  serie mundial, jugada en el Estadio Nacional, situado en El Paraíso, Caracas, donde lo vi conectar un jonrón de 486 pies. Benítez tenía un bello “swing” y en el campo era notablemente confiable. Cuando levantaba su brazo izquierdo ya sabíamos que iba a atrapar la pelota en el bosque central. Héctor vivió un largo tiempo y, hacia su final, se hizo chavista, creo. Igual lloré su muerte, porque fue un ingrediente importante de mi niñez.
Redondo dio paso a Carrasquelito, Alfonso Carrasquel, el espigado sobrino de Alejandro, Carrasquel, El Patón. Alfonso, a quien apodaban Chico,  fue uno de los primeros venezolanos en las Grandes Ligas. Cuando fui a Nueva York a estudiar inglés, en 1951,  lo vi jugar en el viejo Yankee Stadium, pegando 5 hits en cinco veces al bate. Ese día fue de intensa felicidad para mí y, supongo, también para él. Carrasquel le comenzó a dar una nueva y mayor dimensión a mi simpatía, porque no solo era un gran deportista sino un gran caballero. Carrasquel fue remplazado por Luis Aparicio, a quien también admiré por largos años por sus proezas deportivas y por su caballerosidad.
Quizás el mayor de mis ídolos deportivos ha sido Andrés Galarraga.  Al igual de Carrasquel y Aparicio, Galarraga combinó sus proezas deportivas con una impecable personalidad ciudadana, cordial, modesto, siempre sonriente. Poseía un estilo muy personal de batear pues se paraba casi de frente al lanzador. Su carrera en las Grandes Ligas vio un renacer cuando fue enviado a Colorado, donde ganó el campeonato de bateo de ambas ligas (370) y luego, cuando venció el cáncer para jugar una o dos buenas temporadas más con los Bravos de Atlanta. Compartí intensamente su saga y esa gran culminación de su brillante carrera.
Más recientemente mi ídolo deportivo ha sido Miguel Cabrera, uno de los más grandes peloteros que ha dado Venezuela, quien ha tenido inmensos logros que lo deben llevar a unirse a Aparicio en el Salón de la Fama del béisbol pero cuya carrera parece haber llegado a una etapa de franca declinación, debido a las lesiones que lo han afectado durante los últimos años.
Estos ídolos han contribuido poderosamente a mi felicidad en la vida, al compartir con ellos tantos éxitos y también me han ocasionado episodios de breve depresión, cuando lo están haciendo mal o cuando se veían involucrados en algún problema vivencial. Esto quizás demuestra una cierta inmadurez de mi parte,  de lo cual me declaro culpable y me hace pensar que el impacto de los héroes deportivos sobre sus seguidores ha llegado a ser, en estos tiempos, una espada de doble filo, sobre todo entre las juventudes de grandes países como USA, en el caso del béisbol y del baloncesto, o de Europa, en el caso del futbol. En efecto, cuando los jóvenes ven a sus ídolos con problemas de drogas o cayéndole a golpes a su cónyuge, padres o novias, el impacto es siempre negativo porque, o los rechazan, con la inevitable tristeza de ver caer a un ídolo, o lo imitan, lo que los puede llevar a su propio deterioro como seres humanos.
De manera que hoy en día, más que nunca, el deportista destacado tiene una inmensa responsabilidad dentro y, sobre todo, fuera del campo de juego. En estos meses ha habido una verdadera epidemia de violencia doméstica llevada a cabo por beisbolistas de las Grandes Ligas, un total de unos nueve casos.  De estos nueve casos, siete han involucrado a peloteros latinoamericanos, el último Odubel Herrera, un joven jugador venezolano de Filadelfia. Esto posiblemente le va a costar su carrera a este promisor deportista porque ya fue suspendido por el equipo. En el pasado, Francisco Rodríguez, lanzador venezolano, y el propio Miguel Cabrera, mi ídolo, se han visto envueltos en episodios de violencia a nivel familiar. Esto me ha decepcionado un tanto de Cabrera, porque no puedo desdoblar al deportista de su condición humana y ciudadana, la cual considero parte indivisible de la personalidad. Afortunadamente, ya estoy muy viejo para imitar a mi ídolo en esta faceta poco atractiva de su vida (nunca me han atraído esos procedimientos y, cuidado, mi esposa es maracucha)  pero es indudable que el comportamiento social errado puede llevar a muchos jóvenes a una imitación indeseable. Este es un campo del estudio social  al cual regresaré en próxima oportunidad  porque tiene importancia mucho mayor de la que pensamos y va a la raíz de nuestra cultura latinoamericana, lamentablemente machista.     
Héroes, sí. Pero, ¡no los imitemos en todo!

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Los peloteros ya no son como los de antes. Hace poco vi el HR Derby de 1959 en You Tube.
Si ya admiraba a esos peloteros los admiro más ahora. Modestos, caballeros, simpáticos. Mantle, Aaron, Killebrew, Mays, Banks y un grupo de estrellas de esos años. Muy diferentes de tantos en la actualidad: greñudos, tatuados, con zarcillos, vulgares, maleducados y, como Ud. señala, algunos con historiales de violencia doméstica. Eso sin contar la penosa era de los esteroides, que ensució el juego.

F J Baptista dijo...

Andres Galarraga es un gran pelotero y mejor persona. He tenido oportunidades de conocerlo y tener intercambios con él. Mi suegro fue su coach en varios equipos.