Pasarían muchos años antes de que yo comprendiera de
quien había recibido las mejores lecciones en ética y pundonor. Por supuesto,
muchas las obtuve de mis padres, de mis maestros, en especial los sacerdotes
salesianos, de amigos especiales, de la lectura de los filósofos morales.
Cuando me preguntaban sobre mis influencias en este sentido mencionaba todas
estas fuentes y añadía la monumental “Montaña Mágica” de Thomas Mann, en
especial su personaje Settembrini. Quizá me daba vergüenza mencionar a Dumas,
un escritor de novelas de aventuras, Hoy debo
reconocer la deuda inmensa que he tenido durante toda mi vida con Alejandro
Dumas, el padre. En efecto, creo que la lectura que más impactó en mí formación
moral fue la trilogía de “Los Tres Mosqueteros”, “Veinte años después” y,
sobretodo “El Vizconde de Bragelonne”. Por los últimos 65 años la he leído
muchas veces, disfrutando de sus múltiples planos: mi deleite por las
aventuras, el maravilloso diálogo, el sentido del humor, las clases de historia
sobre la fascinante época de Luis XIV (aunque bastante amoldada a los
prejuicios de Dumas) pero, más que nada, en búsqueda de refuerzos morales cada
vez que he llegado a una encrucijada de este tipo en mi vida. En esas
encrucijadas siempre he ido a consultar con la serena sabiduría de Athos, con
el inmenso corazón de Porthos, con la sincera nobleza de Artagnan y hasta con
la elegancia de Aramis, quizá el menos sólido de los cuatro en el campo moral,
a pesar de haber llegado a ser Obispo. Las desdichas amorosas de Raúl, Vizconde
de Bragelonne, reforzaron mi simpatía por los más débiles (tuvo que batallar y
perder la batalla, nada menos que contra Luis XIV, por el amor de Luisa de la Valiere).
Cuando llegué a ser gerente acudí a Dumas para enterarme de las estrategias
preferidas de Richelieu, de las astucias de un Mazarino y para admirar la
honestidad de Colbert, sin dejar de simpatizar con Fouquet, quien en la vida
real no fue honesto pero a quien Dumas pintó como un gran caballero, casi como
un héroe.
Uno de los grandes admiradores de estas
obras fue Roberto Luis Stevenson, el celebrado autor de “La Isla del Tesoro” y
de “El Extraño Caso de Dr. Jekyll y Mr. Hyde". En sus “Memorias y
Retratos”, Stevenson dice que “el Vizconde de Bragelonne” formaba parte de su reducido
círculo íntimo de lecturas junto con Shakespeare, Moliere y Montaigne.
Stevenson dice haber leído a Bragelonne no menos de cinco o seis veces y
sentarse a leerlo toda la noche y retomarlo, de nuevo, en la mañana.
Artagnan descubre que la meta verdadera no es
su promoción sino el servicio. Athos pasa de predicar sus preceptos a vivirlos
y a morir por ellos. Porthos descubre que la vanidad es secundaria al
sacrificio por los demás. Hasta Aramis viene a darse cuenta que todas las
intrigas del mundo no pueden reemplazar la verdadera amistad. Amistad, honor y
caballerosidad emergen victoriosos. . Athos y
Artagnan me convencieron de que quien cede en lo pequeño termina cediendo
en lo grande.
Esa es mi brújula personal.
3 comentarios:
Estoy separandome y las obras que me mencionas las voy a leer con detenimiento. Me impacta tu frase última y la pondré como mantra. Es hora del autorespeto.
En el tema de br'ujulas para navegar en la vida buscando siempre ser 'util en contraposici'on a in'util y en proceso salvar el pellejo, otra opci'on es el compedio de textos Judeo-Cristianos conocido como La Biblia. Muy interesante tambi'en es el Devocionario Cristiano escrito por Thomas Kempis llamado De la Imitaci'on de Cristo.
En el tema de br'ujulas para navegar en la vida buscando siempre ser 'util en contraposici'on a in'util y en proceso salvar el pellejo, otra opci'on es el compedio de textos Judeo-Cristianos conocido como La Biblia. Muy interesante tambi'en es el Devocionario Cristiano escrito por Thomas Kempis llamado De la Imitaci'on de Cristo.
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