viernes, 11 de octubre de 2013

Un exhorto a Giordani


 

Los venezolanos haremos catarsis cuando nos digan la verdad sobre la enfermedad y muerte del difunto, cuando se sepa a ciencia cierta lo que sucedió en el seno del régimen durante los dos años de mentiras e irresponsabilidades que comenzaron con la enfermedad del difunto. 

Esos dos años de iniquidades constituyen un  hueso atravesado en la garganta de la sociedad venezolana. No podremos sanar espiritualmnte hasta que toda esa madeja infecta de supercherías haya sido revelada por quienes sepan como se urdió el inmenso fraude.

Tendrá que venir una confesión plena de quienes, en complicidad con el difunto, ocultaron al país la información oportuna sobre su enfermedad y sobre su muerte. Tendrá que haber plena confesión sobre la gran  farsa de su recuperación para justificar una campaña presidencial milmillonaria, para la cual se endeudó a la nación de manera traidora.  Tendrán que confesar como montaron la trama que llevó a un analfabeta indigno al poder.

La sociedad venezolana está envenenada por el misterio que rodea  el proceso que comenzó con el primer viaje del difunto a Cuba con fines médicos.

Por qué se fué a Cuba el difunto? Es que realmente creía en la superioridad de la medicina Cubana sobre la Venezolana?  O era que desconfiaba de los médicos venezolanos, quizás no como médicos sino como compatriotas ? Esta fué una decisión con una fuerte raíz ideológica que revelaba una patológica dependencia en un país extranjero por parte del presidente. Fue tomada, sin dudas, para garantizar el secreto más absoluto sobre un asunto que era de interés nacional. Desde el primer momento, por lo tanto, existió un crimen contra la nación.

El país tiene derecho a saber la historia médica completa del tratamiento aplicado en Cuba. Hubo un diagnóstico acertado de su dolencia  o se le comenzó a tratar como si se tratara de otro tipo de aflicción?  Cuales fueron los errores cometidos?

Como se le puede justificar al país la gigantesca mentira que acompañó al difunto en todo su proceso de tratamiento médico en Cuba?

Podemos los venezolanos estar seguros de que no mataron al presidente de Venezuela en Cuba?  No creo que sea aventurado pensar que los cubanos estaban y están  particularmente interesados en controlar politicamente al país, para lo cual les serviría mejor un reemplazo más maleable, más entreguista, más torpe. El difunto idolatraba a un Castro pero no tenía buenas relaciones con el otro, el que manda hoy. Su mentalidad inestable representaba un riesgo impredecible para los cubanos. Este es un escenario más probable que el mantenido por el régimen de la “inyección de cáncer al difunto por parte de la CIA”.

Como se justifica que en 2012, cuando ya el difunto sabía que su dolencia era muy grave o  no tenía remedio, que no podia asumir la responsabilidad de cinco años más de presidencia, afirmara que su salud era inmejorable, a fin de justificar el inicio de una costosísima campaña electoral que obligó a Venezuela a un suicida proceso de endeudamiento con China? No fué esto un crimen abominable?

Cuando murió, donde murió, como murió realmente el difunto? Donde están los documentos legales y  politicos que deberían ser conocidos por los venezolanos sobre este evento de interés nacional?   Hay muchos cómplices en lo que ha sido una jungla de falsificaciones de firmas del difunto, de decisiones que se decían venir del difunto y que eran tomadas por quienes manejaban la trama, de fotos amañadas con participación de familiares, de declaraciones erróneas y hasta contradictorias por parte de la fauna burocrática del régimen. Hay mucho acto ilícito por lo cual este malandraje deberá  pagar.

  Será necesario una confesión plena sobre los detalles de su funeral, la ubicación de sus restos y la secuencia de fraudes que hizo posible la llegada a Miraflores del actual ocupante, fraudes en los cuales están involucrados magistrados del TSJ, burócratas del mal llamado Poder Moral, militares y legisladores.

Venezuela no podrá curarse espiritualmente mientras no aclare las dudas, las incertidumbres, las mentiras en torno a este gran crimen. Tenemos el veneno en nuestro sistema, un veneno, ese sí,  inyectado por la pandilla. Saber exactamente lo que ha ocurrido en las altas esferas del régimen y quienes lo hicieron posible será lo que facilite nuestra gran catarsis.

Creo que alguien del régimen debería asumir la responsabilidad de decirle la verdad al país. Alguien que se sienta asqueado y no quiera pasar a la historia como un miembro más de la pandilla. Alguien debe desnudar al régimen y mostrarlo en toda su espantosa fealdad. Creo que la persona llamada a  hacerlo es Jorge Giordani. Hasta ahora Giordani ha sido un pésimo ministro y un cómplice silencioso del gran crimen, pero no es un corrupto activo, como la mayoría de quienes lo rodean. Es un hombre basicamente idealista, que se fue hundiendo lentamente en ese pantano moral que ha sido el régimen, que no aprueba lo que ve a su alrededor pero que ha mantenido un errado sentido de lealtad al grupo, el cual le impide romper filas  y cumplir con el país.   

Giordani: hable! Inicie la gran catarsis que necesita Venezuela.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

“Madre muerta caminando” es como lo describo, mala traducción de “dead men walking”, que es como rotulan a los condenados a muerte mientras atraviesan el pasillo que los llevara a la silla eléctrica. Exagerada la comparación, por supuesto, pero igual lo repito mentalmente cada vez que me despido de mi hija y comienzo a atravesar ese trocito de aeropuerto donde ya no hay regreso, y me volteo para mandarle un besito volado con cara de que estoy bien y ella me responde guapeando para no llorar, mientras mi yerno, mi otro hijo, la abraza fuerte porque sabe lo que le espera cuando lleguen a casa y vea la habitación vacía.

Todos mis sobrinos ya se fueron. La única que faltaba se acaba de largar a Australia, que es como decir más nunca. “Eso no tiene consuelo”, les digo a mis hermanos como se lo he repetido a varias de mis amigas que pasaron por semejante dolor. En nuestras reuniones familiares ya no hay jóvenes, solo padres que hablamos de hijos ausentes, del nido vacío antes de tiempo, de lo caro que están los pasajes, de las maromas para cancelar la tarjeta de crédito a tiempo hasta el próximo viaje. Mi hija, les hago el chiste, llena la nevera y la despensa con maravillas para que yo no tenga que gastar nada en eso. No hay manera de que entienda que para un venezolano ir a Whole Foods es como visitar el Moma y que salir a caminar a cualquier hora o caerse a palos en un bar hasta las dos de la mañana, es ahora un derecho humano solo para privilegiados.

Anónimo dijo...

Los jóvenes que conozco – profesionales, inteligentes, echados pa’lante -, meten el verbo irse en su conversa con tanta naturalidad como la palabra secuestro. Uno de ellos me contó, tranquilazo, que a la hora de una emergencia etílica en pleno bonche, mandan al más pelabolas a comprar la caña o el hielo, porque no es secuestrable. Pero no solo se van por razones “mercantilistas”, como metió la pata una de las tantas ministras de salud que tampoco sirve para nada: la señora que gerencia nuestra casa me dice quiere mandar su muchacho de vuelta a Colombia ­ un jovencito buena conducta – porque en su barrio todo es drogas, asesinatos y ajuste de cuentas.

Cada día me llega con un cuento más espantoso que el anterior. Que si a la clase media se le van los hijos, a los humildes se los asesinan, un dolor incomparable a nuestro rito de aeropuerto. Una nadería nuestra despedida frente a una espera a las puertas de la morgue.

Mi hija se aterroriza cada vez que aparece Venezuela en las noticias: presos descabezados, atracos en cine, asaltos en las iglesias, narcotráfico, un presidente amenazando con sandeces, secuestros cash, protestas callejeras, gente matándose por un kilo de harina PAN. A veces me pide que me quede, que no regrese a este infierno.

Anónimo dijo...

Entonces me imagino hablando un inglés con mucho acento, sin amigos, sin historia, sin nada que hacer, pendiente del país y del resto de mis amores por Internet, cada vez más enfurecida con este destino que nos ha impuesto esta catajarra de malas personas que dicen gobernarlo. Porque esa gente no es ni de izquierda ni de derecha. Además de incapaces y flojos, son unos indecentes, así de simple. Eso que llamaba mi mamá gente sin educación de hogar. Mala gente, en definitiva, que no tiene valores de ninguna naturaleza y ocultos tras cuatro consignas se han dedicado a beneficiarse entre sí -amigotes, familiares, compadres- con cargos, comisiones y contratos millonarios, haciéndose de la vista gorda ante el asalto al erario público que cometen día tras día para seguir gozando de sus camionetas blindadas, sus cuentas en dólares, sus pintas de nuevos ricos y lo sabroso que es viajar gratis y abusar del poder.

Yo sí quiero que se vayan todos, como aquella consigna que nació en Argentina. Desde los que no tienen vergüenza para renunciar hasta los que carecen de cojones para botar a los ineficientes. Ya va siendo hora de que comencemos a serrucharles el piso voto a voto.

Aunque, mientras tanto, podríamos inventar el Día de los Padres Huérfanos, ­que tal el 6 de diciembre, cuando ganó la joyita de Hugo? – y tomemos las plazas en silencio, pongamos una bandera de luto en los balcones, en los autos, en las motos, en los ranchos.

Que se vayan todos a ver si mi hija puede volver a visitar la tumba de su abuelita porque, hasta entonces, le tengo prohibición de entrada a semejante país.